Por eso te recomiendo que avives el fuego del don que Dios te concedió
2 Tim 1, 6
Cuando abrimos el libro del Éxodo, nos evoca la parábola de toda nuestra historia de salvación; una historia que pasa por los días dramáticos de la esclavitud, la llamada de Moisés, la salida liberadora y el camino por el desierto hacia la tierra prometida. Una maravillosa historia de amor, de encuentros y desencuentros, de búsquedas e incertidumbres, dudas y esperas. Toda una historia de fe comunitaria que camina abrazada a la esperanza conquistada de un mundo mejor y posible.
Hace unos años, me presentaron el testimonio entrañable de una comunidad de religiosas contemplativas que, en su simplicidad humana, nos habla de vida y de encuentro. El relato es el siguiente: En un discernimiento comunitario, las hermanas decidieron atender a una joven mujer enferma, desahuciada en el hospital donde estaba sola, pues su madre no tenía ya fuerzas para poder ocuparse de ella. Se turnaron para acompañarla y cada noche la ungían con su presencia. Cuando murió, ellas se habían convertido en su verdadera familia y tuvo una despedida como la más querida de sus hermanas de comunidad. En el último suspiro de una vida muy dura, terminal, Ainhoa se vio acogida por la suave caricia de sus rostros y sus plegarias. En el anonimato de su historia, ellas le habían regalado un regazo suave, un contacto tierno que le permitió dormirse en paz, abandonada ya en el gran Abrazo del Padre.
La trascripción de esta historia la tomo de los apuntes de una conferencia que impartió la teóloga y religiosa Mariola López Villanueva, rcsj. Su principal tesis es el valor de la Comunidad, como garante, memoria y corazón de la misión, y, en sí misma, como espacio de revelación y encuentro. Nos comunicaba que “estas mujeres vivieron plenamente aquello que decía Dorothy Day: «Todos hemos conocido la larga soledad y sabemos que la única solución es el amor y que el amor viene con la comunidad».
Con certeza, estas mujeres han entendido el valor auténtico de una comunidad de fe que hace camino al andar. Pues el auténtico hábitat de la esperanza es la comunidad, que exige vivirla, compartirla y explicarla. Es decir, aquella que abraza la vida, siendo signo visible del abrazo de Dios. Pues allí donde hay fe, hay vida, desborda la vida en abundancia. Lo nuestro es caminar, ser caminantes, encontrarnos en el camino y hacer camino con nuestro mundo, asumir el camino como historia de salvación. Una historia -espacio y tiempo- de llamadas y respuestas que certifica, con nuestras vidas, que es el Espíritu quien nos acompaña, porque Él lo hace todo nuevo. ¡Esta es nuestra mirada creyente!
En su primera celebración de Pentecostés, el papa Francisco formuló a la Iglesia una pregunta decisiva, que hoy, como comunidad lasaliana, podríamos dejar que resuene, ardientemente, en nuestros corazones: “¿Estamos decididos a recorrer caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheraremos en estructuras caducas que han perdido la capacidad de respuesta?” Es una cuestión de vida, un desafío por la vida.
Así es. Creo que hemos de seguir buscando y recreando espacios de encuentro, donde se escuchen, armónicamente, las insinuantes invitaciones del Espíritu que van desvelando nuestra historia a la luz de su Palabra, en el latir del corazón de nuestro mundo, y sienta “el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación” (EG 87)
En definitiva, una historia siempre nueva, abierta a la mirada creativa y creadora que nos proyecta hacia las bondades de una nueva humanidad, eco y resonancia de la Promesa. Es cuestión de reactivar la responsabilidad personal y comunitaria que nos ha de llevar a dar siempre lo mejor de uno mismo, sin medida, y a estar atentos a la novedad de Dios. ¡Estamos llamados a reavivar el fuego de nuestra fraternidad!
Puedes leer aquí debajo otro artículo mío que se titula: Tiempo de Abrazos