1.- Dedícale unos minutos a hacerte consciente de los fracasos de tu vida. Haz una pequeña lista de aquellas situaciones en que la realidad te ha superado. Pusiste esperanza, pero ya has renunciado. De toda esa lista, ¿cuál ha sido tu último fracaso?
2.- ¿Cómo llevas el sentir que no puedes? ¿Lo vives como una falta? ¿Te sientes culpable? ¿Te crea tensión?
3.- Nuestra sociedad occidental, que tiende a exaltar el individuo, nos hace creer que cada uno de nosotros somos un yo todopoderoso, sin más límites que los de la propia imaginación. Pero siendo críticos con esta especie de adolescencia cultural, uno debe ser honesto con la realidad.
Es así como el fracaso funciona como un “decapante”, elimina las máscaras, el disfraz de superpoderes que creemos tener. Nos hace más honestos con la realidad. Nos hace conscientes de nuestra desnudez. Describe cuáles son tus limitaciones.
4.- Cuando aceptamos nuestra limitación se nos abren los ojos para aceptar a los otros, nos volvemos más compasivos, pacientes y humildes. Puedes convivir con la limitación de tu hermano/a. No le reclamas ser perfecto, no le exiges que responda a tus expectativas, porque sientes que tú tampoco lo eres. ¿Cómo lo ves? ¿Cómo vas de compasión?
5.- No se trata de que te acomodes a la mediocridad, ni debes dejar de soñar, ni de esforzarse, sino que cuentes con la limitación. Reconocer el vacío, percibirlo, puede abrirte a la presencia de Dios. La limitación es ocasión para que Dios venga a visitarte, quizás ahora le estás dejando ocupar ese espacio. Quizás puedes dejar un hueco para los deseos de Dios. Enfocar así tus deseos, tu superación -sin apropiártelos- desde Dios, pueda abrir otra dimensión a tu vida. Este es el camino de la espiritualidad… ¿Cómo lo ves?