En aquellos tiempos, cuando no había refrigeradores, la sal permitía conservar alimentos y, por tanto, era fundamental para la supervivencia. Y cuando no existía la energía eléctrica disponer de luz, candelas y candiles, era poder disponer de un plus de vida.

Evangelio según San Mateo 5, 13-16.
“Vosotros sois la sal de este mundo. Pero si la sal deja de ser salada, ¿cómo seguirá salando? Ya no sirve para nada, así que se la arroja a la calle y la gente la pisotea.
“Vosotros sois la luz de este mundo. Una ciudad situada en lo alto de un monte no puede ocultarse; y una lámpara no se enciende para taparla con alguna vasija, sino que se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procurad que vuestra luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que hacéis, alaben todos a vuestro Padre que está en el cielo.

En la infancia y juventud disponemos de vitalidad, viveza, entrega e ilusión. ¿Podemos mantener ese “nivel de vida” cuando pasan los años y nos hacemos mayores? ¿y cuando los fracasos empañan la motivación y nos vuelven desengañados?
Tenemos muy a mano la felicidad química, el exceso como salida, el ir tirando con pequeños placeres… o instalarse en el desengaño que roza la depresión.
El evangelio de hoy nos invita a un “chute” de vida, a recobrar el sabor, la claridad para guiar nuestros pasos. La auténtica espiritualidad es una droga que nos desinhibe, un subidón auténtico, ecológico de verdad, sostenible y no alienante. Saberse centrado en la vida es de lo más flipante, como para poner sal y luz adonde vayas.
Y si te ves soso, airea tus creencias y céntrate en lo que de verdad da vida.