“ Vengo con tres heridas”,
parafraseando al poeta,
las heridas de la fe,
de la razón
y de la ciencia.

Vengo mosqueado porque parece que no hay remedio:
Si eres creyente, renuncia a tener pensamiento propio.
Si haces caso a la ciencia, bienvenido al escepticismo.
Si estudias y razonas, entras en un laberinto sin salida,
todo es relativo, o todo es nada.

Llego con la herida de la fe.
Me duele que todo acabe con la muerte,
que seamos pasión inútil.
Me sana el Dios con rostro de Cristo:
que ofrece sin imponer,
que vela sin intervenir;
cercano a los perdidos,
crucificado con los excluidos.
Esta locura con amor entregado cura,
centra, redime y te exige.

Llego con la herida de la razón.
Impide que cualquier sermón,
sensación o idea
cicatrice falsamente mi necesidad.
Me sana cuando despliego mi sentido crítico,
disipa el engaño de la magia
y los espejismos que genera la credulidad.

Y llego con la herida de la ciencia.
Me escuece la pequeñez del ser humano
en medio de la inmensidad del océano,
en medio de la nada del Universo.
Duele cuando desmonta la seguridad de tradiciones,
cuestiona discursos y
me obliga a interpretar toda palabra revelada.

Duelen las tres heridas
y por ellas sé que me mantengo vivo,
libre en mi búsqueda,
abierto al mundo,
prudente en mis juicios.

Por la herida de la ciencia
siento el gusto de abrazar la Tierra,
mi base, mi sustancia,
mi materia, mi cuerpo.
Recibo con curiosidad todo descubrimiento.
Me fascinan a la vez
el orden natural y el caos.
Me pica que todo sea azar, casualidad,
pues mi Dios-todo-amor
¿cuándo interviene?
Herida placentera,
al contemplar cada atardecer,
o al percibir la profundidad del cielo estrellado.

Por la herida de la razón
me fascina la mente humana.
¿Por qué sé que sé? ¿Para qué?
¡Qué capacidad de proyección,
qué de utopías!
Me admiro de su complejidad,
del invento del lenguaje,
del ingenio y la creatividad,
que se desparrama en toda cultura.

Y por la herida de mi  fe
me alegro en mis creencias,
su vitalidad recorre mis venas.
Impiden perderme en los bosques
de mis pensamientos,
me guían en los desiertos del sinsentido.
Sacan lo mejor de mi mente.
Son el motor de mis acciones.
Dan alas para elevarse sobre las dificultades.
Las razones para vivir.
Son las de Jesús de Nazaret,
o eso intento que sean.

Por la fe digo,
razonadamente,
sin contradecir ninguna ley natural,
que Él nos habita,
nos vive.