Un libro que pone el dedo en la llaga de un problema candente de nuestras sociedades avanzadas por la falta de presbíteros ordenados. El problema en sí no es tanto la falta de ellos, cuanto el cómo hacer para que las comunidades cristianas puedan celebrar la Eucaristía de manera habitual, encarnada en su comunidad y animada por presbíteros que hayan surgido de la propia comunidad. Por eso, el título en letra pequeña, que ilustra lo que desea promover.
En el libro se recogen testimonios de comunidades cristianas, sobre todo en la Amazonía donde las estadísticas son demoledoras en este sentido: cerca de 70.000 comunidades cristianas se encuentran en la triste realidad de no poder celebrar la eucaristía; como mucho, acaso puedan celebrar una cada tres años. Aunque el problema no es de celebración, que también, sino de cómo hacer lo posible para que la eucaristía no falte como sustento de la comunidad eclesial y, a la vez, suscitar presbíteros que la animen. Pero no al modo en que estamos acostumbrados; y por eso, desde el libro, se proponen formas diversas de afrontar el problema.
De ahí que la autora, basándose en testimonios de obispos y personas responsables de comunidades cristianas (Leónidas Proaño, Lobinger, Pedro Casaldáliga, etc.) proponga junto a ellos, otros modelos para solucionar esta crisis de crecimiento espiritual en las comunidades, como es la celebración de la eucaristía. Pero no solo esto, sino también la necesidad de hacer que los ministerios laicales para servicio de la comunidad se vean como algo común, con el respaldo de sus obispos y de Roma. De ahí que, la celebración próxima del sínodo de la Amazonía, el Papa, vuelva a poner de manifiesto este tema de los ministerios en la Iglesia, hasta el punto de que haya pedido a los obispos del lugar que soliciten aquello que se necesario para el crecimiento y animación de las comunidades cristianas.
La tesis fundamental que se aborda puede enunciarse así: Hay que poner el énfasis en formar «comunidades probadas» (y no tanto viri probati, como individuos aislados, que luego son destinados a una comunidad sin el contacto previo y conocimiento de personas y necesidades de la propia comunidad), en la que destaquen personas con carismas diversos que puedan ser reconocidos por la Iglesia, vinculando algunos carismas a funciones o encargos, para ser puestos al servicio de la comunidad concreta y de sus necesidades, con dos modelos de presbíteros que coexisten y colaboran junto a otros muchos ministerios laicales.
Por lo tanto, se está hablando de dos posibles modelos de presbíteros (comunitarios y diocesanos). Los primeros ligados, surgidos y elegidos por la propia comunidad, viviendo en el seno de la misma (solteros o casados), sin remuneración (pues ya tienen otro trabajo que seguirían conservando); y, el otro, para mantener la unidad de las comunidades de la diócesis, encargados, sobre todo, de la formación de agentes, dedicados por entero a su labor presbiteral y con mayor movilidad geográfica. Además, en el primer caso, se ve oportuno que no estén solos sino formando un pequeño equipo con otros presbíteros comunitarios y en estrecha relación con el presbítero diocesano.
En el libro hasta la página 135, se fundamentan estas necesidades, haciendo una reflexión sobre la reforma de los ministerios, el papel de la mujer y de los laicos, la propia eclesiología surgida del Vaticano II y que parece que se ha olvidado, así como el “cáncer” del clericalismo y los abusos de poder, autoridad y sexuales a que nos tiene acostumbrados la realidad actual, junto al tema del celibato.
La segunda parte del libro, esta destinada a sondear el parecer de varios entrevistados, hombres y mujeres, de cara a ir encontrando fórmulas posibles para la renovación de los ministerios. Así, se ofrecen diálogos con Víctor Codina, Mª Luisa Berzosa, Antonio J. de Almeida, Manuel Herrero y Fritz Lobinger. Para detenerse posteriormente en la propuesta de Lobinger (obispo emérito de Aliwal) y la problemática que surge en México y su respuesta (S. Cristóbal de las Casas-Chiapas) y Brasil (con la propuesta concreta de Lobinger).
Es verdad que ya el Papa Francisco, con sus reiterados llamamientos, urgen en la búsqueda de una Iglesia comunidad que supere el clericalismo, al que el mismo Papa considera “fruto de una mala vivencia de la eclesiología planteada por el Vaticano II” y agrega que, “esta actitud no solo anula la personalidad de los cristianos sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal… El clericalismo lleva ala funcionalización del laicado, tratándolos como mandaderos, coarta las iniciativas y las osadías necesarias para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos…” (pág. 257).
La autora insiste mucho en el mal de una liturgia separada de la vida y de las necesidades de la comunidad que celebra y es necesario desgajar ya de una vez, esta iglesia romanocéntrica para darle vuelo en otros continentes y latitudes, con otra forma de hacer y de vivir la novedad del Evangelio, haciendo realidad lo que proclama el Vaticano II.
Desde esa necesidad, plantea la autora el tema de la formación (no es partidaria de los seminarios con adolescentes, que los separa del pueblo y de la realidad vital); la necesidad formativa de saber escuchar, de mirar con misericordia, de acercarse al que sufre sin miedo, de una formación conjunta con mujeres y con laicos donde el énfasis sea puesto en la comunidad y no tanto en selección de futuros presbíteros que serán destinados por su Obispo a una comunidad que no conocen, no saben de sus necesidades y no se identifican de entrada con ella porque les resulta “extraña”.
Finalmente, la autora señala en la página 133 algunas conclusiones que se desprenden de todo lo dicho y que ayudan a una dinamización de las comunidades en las cuales, la celebración de la eucaristía cobra un sentido hondo para el crecimiento de las mismas, pues la Iglesia hace Eucaristía y la Eucaristía hace Iglesia, en un movimiento conjunto que hay que revalorizar.
Un libro que suscita interrogantes y abre horizontes (no en vano, la autora ha sido promotora del movimiento Proconcil, que reclama un nuevo concilio), siendo también colaboradora de las revistas: Vida Nueva, Revista 21 o Antena Misionera, así como de la corriente “Somos Iglesia“.