Jiménez Ortiz, A. La fe en tiempos de incertidumbre (teología para dar que pensar), San Pablo, Madrid, 2018, 622 pp.
Cuando uno abre el presente libro se encuentra con un bagaje de temas que, visto desde la perspectiva del autor, creo que cumple su cometido. Lo subtitula: “Teología para dar que pensar”. Y creo que lo consigue, si al menos tenemos en cuenta el elevado elenco de temas que nos presenta, de lectura atenta y cuyos capítulos deben leerse con calma, como saboreando las cosas.
El autor, salesiano sacerdote y profesor de teología fundamental de la Facultad Teológica de Granada, no se escuda en un lenguaje teológico farragoso, sino que quiere poner los fundamentos de la fe al servicio de hombres y mujeres, laicos y religiosos, sacerdotes y todos aquellos que decidan acercarse con respeto y con amplitud a un variado elenco de cuestiones que tienen que ver con lo religioso.
Así, va desgranando elementos que tienen que ver con el sentido de la vida, la fe, Dios, la revelación, la Escritura, Jesús, la Iglesia, los sacramentos, la evangelización, el más allá, etc. que hacen que el lector se pueda sentir interesado por todos los temas o encontrar en el libro una buena ración de sabiduría, para ir leyendo aquello que más le interese en cada momento.
Adentrarse en los distintos capítulos del libro es ir recorriendo con maestría y con claridad los diversos avatares en los que se encuentra la fe; una fe que desea ser una alternativa fiable y llena de sentido para un creyente que vive en un mundo solicitado por multitud de opiniones y pareceres. Y la lectura de este libro, sin duda, le afianza un poco más en aquello que puede ser una elección valiosa para vivir su fe con apoyos.
Sí, porque la fe no está al margen de los problemas humanos, no está reñida con los sucesos del mundo, no vive al margen de la creencia o de lo que la New Age aporta. Sin olvidar todos estos temas, la fe puede aportar algo de luz, de racionalidad y de sentido para poder vivir una vida que sepa bandearse con los problemas de hoy. No es una huida, y así el autor nos lo quiere presentar, sino una ayuda para no echar en saco roto que, vivir con sentido y si puede ser, con sentido cristiano, merece la pena.
Además, el autor no niega el trabajo personal del lector interesado en esta obra. Invita a la reflexión, a cambiar la perspectiva adoptada en la asunción de creencias que han seguido demasiado literalmente la Biblia y que no olvida que el Dios que se mete en la historia, de alguna forma se revela también para que no quede ausente del vivir de aquellos que lo captan, ya sea por una sensibilidad especial, libre de toda sensiblería como por la de aquellos que se abren a la manifestación de Dios en los múltiples aconteceres del vivir ordinario o extraordinario.
Por eso, no están al margen los temas propios de una fe que se hace teología y expresión vital. De ahí que en estos y en los otros temas variados que recoge el libro, se va desgranando de forma positiva cómo la fe se puede ir robusteciendo y asentando al hilo de la lectura sosegada que podemos hacer de la obra.
A lo largo de nueve partes, amplias, con capítulos variados que jalonan cada una de las partes, va el autor adentrándose cada vez más en los pormenores de la fe. No se trata de ir profundizando cada vez más, como si al principio lo que se describe (la sociedad, el multiculturalismo, la familia o la complejidad social) no tuviera que tener nada que ver con la fe y sólo se descubra al final, cuando esperamos los temas “de peso”. No. El autor hace ver cómo la fe está ya desde el escenario de la experiencia religiosa y que, poco a poco, se va asentando en fe cristiana para, desde aquí, ir percibiendo qué aporta la fe en campos tan variados como la evangelización y la pastoral o la parusía o el final de la historia.
Es un libro que requiere una lectura atenta y con un marcado sentido por las dificultades de comprender hoy la fe en este mundo secular y, a la vez, aportar ese granito de arena para hacer aflorar la sensibilidad por lo religioso y la fe, en lectores menos avezados en estos temas; aún cuando, en lectores más experimentados en lo religioso, les ayuda a no perder de vista lo que es fundamental y volver de nuevo a ellos.
También el libro suscita la curiosidad que va más allá de un simple “enterarse” para sentirse captado o desafiado ante una fe (valga la redundancia) que necesita creer. Ya desde el principio se plantea la pregunta sobre el sentido de la vida, la pregunta más honda que todo ser humano se hace (o debe hacerse) y que encuentra una posibilidad de respuesta, con sentido, en las páginas del libro cuando se aventura a decir que “Dios puede ser esa razón de vivir, un Dios que se ha manifestado en Jesús y que propone un proyecto de vida” que puede vivirse más allá de la anécdota de vida, del consumo desenfrenado, del aparentar, de la moda o de vivir únicamente el presente como lo único que tiene uno en las manos.
A partir de aquí, y desde esta perspectiva, encajan muy bien en el proyecto de vida y se pueden entender con sentido las otras realidades que el libro propone: la muerte, la vida misma, la resurrección, la Iglesia, el mundo, el Espíritu, etc. Aunque, también es verdad, y el autor no lo elude plantearlo, el libro no es un recetario, ni tampoco asumir la fe en el Dios de Jesús nos libra de la lucha por purificarla, por hacerla más viva, por vivir incluso con la incertidumbre que lleva el creer. Es, en el fondo, un jugarse la vida por alguien en quien se confía y al que le damos carta de credibilidad para asentar en Él y, sobre Él, nuestra vida. Pero ¡eso es una elección! Y el autor lo que hace es explicar y razonar cómo la fe puede ser una apuesta decidida que aporte sentido.
Libro con una amplia bibliografía al final (con 26 páginas) y que se alumbra también con referencias constantes a pie de página en cada uno de los apartados, que hacen del libro un elemento al que se puede volver con frecuencia para los interesados en estos temas de manera clara y para aquellos que buscan encontrar una respuesta al problema de la fe.
Al final del libro, el autor nos ofrece a modo de corolario esta última reflexión:
“A las mujeres y hombres de todos los tiempos y de cualquier lugar, Dios ofrece la salvación. Toda persona puede encontrarse con Dios. Y el mediador definitivo es Jesús. Este encuentro con Dios, fuera de la historia concreta del AT y del NT y de las fronteras visibles de la Iglesia, es posible en cualquier momento, cuando un corazón humano, en su búsqueda sincera del bien, da el sí a Dios, aunque no lo conozca…” (pág. 597)