(Poema de Montse Payá)

Acariciando con la mirada
el inescrutable sendero de la memoria
se expresa el pasado de una realidad
todavía presente.

Arrullada por la suave brisa en oración,
ÉL.
Él, que conduce tiernamente,
sabiamente
hacia lo más profundo,
desincrustando toda miseria humana,
despegando cada una de las capas adheridas,
¡tan adheridas!
Retorcidas ramificaciones,
caminos de nada,
para hallar un alma por estrenar.

No por magia en el arte del verbo,
no por el quejido del corazón en la noche,
al fin, llega a la consciencia
LA LUZ DE LA VIDA.

Cada palpitar de los segundos
en el reloj ralentizado
convierte la presencia en encuentros fortuitos
para despertar de la oscura, tortuosa, larga velada,
hallazgo recóndito de la verdadera esencia,
El Ser
en estado limpio,
puro.

Siempre eternos encuentros de la memoria
que se perpetúan y reiteran en oración.
Tras tibios descansos de cafés descafeinados,
aromas a fragancias naturales aisladas,
genuino Amor.

Gestos sinceros
descubren la apertura fraternal eterna
de entramados de devotos discípulos,
venidos de otros continentes,
y distintos sectores de España.
Sabios entendidos de lo sagrado
espiritualmente inteligentes.

Almas de la misión lasaliana,
entrelazadas en comunión,
por acción del Espíritu,
por el amor de Dios.