La experiencia espiritual no se puede comprar, se llega y punto. Puede que cada uno tengamos nuestro momento. Lo que cuenta es el momento de iluminación, de despertar. No importa si uno despierta a las 8 de la mañana o pasada la siesta, o a punto de oscurecer.

A quien se siente en la luz no le importa si el compañero llega pronto o al final. Se sabe obsequiado con el don del sentido de la vida y le encanta compartirlo. No es celoso de todo su esfuerzo invertido, porque sabe que la luz no es consecuencia de su mérito, sino regalo.
Se nos da la vida entera, plena, eterna… es cuestión de aceptarla tarde o temprano, es don.

Es gratis. Fruto de tu decisión, no fruto de tu esfuerzo.
Dios no lleva cuentas. El amor y llevar cuentas del amor son incompatibles. Amar, y en eso consiste el Reino de Dios, es gratuito.

Por eso en otra parte del Evangelio el pastor deja las 99 ovejas y se va a buscar a la perdida (Lc 15, 4).
Por eso hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por 99 justos que no necesitan convertirse (Lc 15, 7).
Por eso los publicanos y prostitutas nos precederán en el Reino de los cielos (Mt 21, 31).

Por eso los primeros serán los últimos, y viceversa. (Mc 10, 31)

Mt 20, 1-16
“El reino de los cielos se puede comparar al dueño de una finca que salió muy de mañana a contratar trabajadores para su viña. Acordó con ellos pagarles el salario de un día y los mandó a trabajar a su viña. Volvió a salir sobre las nueve de la mañana y vio a otros que estaban en la plaza, desocupados. Les dijo: ‘Id también vosotros a trabajar a mi viña. Os daré lo que sea justo.’ Y ellos fueron. El dueño salió de nuevo hacia el mediodía, y otra vez a las tres de la tarde, e hizo lo mismo. Alrededor de las cinco de la tardee volvió a la plaza y encontró a otros desocupados. Les preguntó: ‘¿Por qué estáis aquí todo el día, sin trabajar?’ Le contestaron: ‘Porque nadie nos ha contratado.’ Entonces les dijo: ‘Id también vosotros a trabajar a mi viña.’


“Cuando llegó la noche, el dueño dijo al encargado del trabajo: ‘Llama a los trabajadores, y págales empezando por los últimos y terminando por los primeros.’ Se presentaron, pues, los que habían entrado a trabajar alrededor de las cinco de la tarde, y cada uno recibió el salario completo de un día. Cuando les tocó el turno a los que habían entrado primero, pensaron que recibirían más; pero cada uno de ellos recibió también el salario de un día. Al cobrarlo, comenzaron a murmurar contra el dueño. Decían: ‘A estos, que llegaron al final y trabajaron solamente una hora, les has pagado igual que a nosotros, que hemos soportado el trabajo y el calor de todo el día.’ Pero el dueño contestó a uno de ellos: ‘Amigo, no te estoy tratando injustamente. ¿Acaso no acordaste conmigo recibir el salario de un día? Pues toma tu paga y vete. Si a mí me parece bien dar a este que entró a trabajar al final lo mismo que te doy a ti, es porque tengo el derecho de hacer lo que quiera con mi dinero. ¿O quizá te da envidiag el que yo sea bondadoso?’
“De modo que los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos.”

Amar sin esperar contrapartida, sin que sea un intercambio interesado.
Hacer cosas gratuitamente, incluso sin buscar sentirse bien, sin condiciones, sin llevar cuentas, sin acumular méritos… como una madre ama a su hijo, como un padre entrega la vida por un hijo.