“Los hermanos aman particularmente el ejercicio de la oración mental, donde se les descubre Dios”: Regla de 1977, 10f.
“Cada vocación hunde sus raíces en el misterio del encuentro personal con Dios”: Regla de 1987, 81.
Oración, vida de oración; experiencia de oración. No son más que palabras. Todo lo que se pueda decir con esos vocablos queda siempre muy lejos de lo que ellos significan, y quizá también de lo que quiso decir el que los escribió o pronunció.
Solo se comprende de veras aquello que se vive. No lo que solo se oye, se conoce, se sabe como noción. Es decir, necesito tener mi propia experiencia. La de otro puede ayudarme si la interiorizo haciéndola también mía. Aunque cada una será diferente.
Todos hemos estado alguna, o muchísimas veces, “haciendo” oración. Cada uno ha orado según sabía hacerlo en ese momento de su vida. No basta eso. Se trata de llegar a tener verdadera experiencia de orar. También la hemos tenido. Pero… luego hemos dejado pasar ese momento de gracia. Tal vez ha consistido en un sencillo “flash” que nos ha llenado de luz durante unos instantes.
Luego hemos vuelto a las andadas, al mundo de lo habitual y ya conocido. Lo que pudo ser una experiencia transformadora, el comienzo de una conciencia más abierta a la trascendencia, se queda como una semilla sin brotar la vivencia que llevaba dentro. La oportunidad pasó y quedó relegada al olvido. O no llegó a dar el tanto por ciento que era capaz.
A lo largo de nuestra vida hay muchas mini-experiencias como ésa. No solo en la oración. También en las relaciones y otras actitudes diarias. Atraviesan nuestra vida sin que aprendamos, al menos un mínimo, con ellas.
Volviendo a la oración. La rutina puede ayudarnos, pues nos hace adquirir el hábito de acudir a orar. Pero no nos hace avanzar en lo que hacemos de modo rutinario sin más. Hace falta que ese hecho repetitivo sea cada vez como nuevo en el modo de vivirlo. Que mi experiencia en esa dirección vaya mejorando al hacerlo, que sea más consciente. Hace falta que mi conciencia se vaya abriendo a lo que supone orar “en espíritu y en verdad”, y con todo mi ser.
Ya sé que no es fácil este progreso. Pero lo necesitamos para seguir creciendo en nuestra relación con el Padre y con Jesús. No sea que llegue un momento en el que perdamos el rico sentido de lo que es orar, y la abandonemos. ato