Los estilos escolares del siglo XVII eran bastante elementales. Y no accesibles para todos.
La escuela lasaliana, con su Fundador al frente, se propuso innovar, pensando siempre en los que iban a ser sus receptores.
Sabemos las dificultades que encontraron en el camino por parte de los que se buscaban a sí mismos antes que a sus pupilos.
Pero, ni La Salle, ni su comunidad, se dejaron arredrar. Pusieron sus esfuerzos y su futuro en manos de la Providencia.
Inventaron una escuela nueva. La llevaron adelante en equipo. Los niños eran su tema de reflexión como grupo. Así, día a día iba brotando la creatividad que podía mejorar esa escuela recién nacida. La evolución siguió su curso después que el Fundador dejó de estar con sus maestros como mentor y propulsor de los nuevos métodos.
Hoy podemos preguntarnos qué haría La Salle al frente del Instituto, en las circunstancias en las que nos hallamos. Es la pregunta que se hacen muchos de los que siguen implicados en esta hermosa tarea. Diré algo muy breve y a mi manera. Y dejo al lector que, libremente, retoque y añada lo que él crea conveniente según su propia experiencia.
La masificación de la escolaridad, regulada de un modo oficial, tiene sus ventajas. También sus inconvenientes. Por ejemplo la burocracia. Y creo que limita la creatividad del profesor y de la comunidad educativa ya que, aunque se centre en el alumno, son los programas los que le marcan el ritmo.
El profesor con vocación educadora sigue teniendo margen para ser creativo en algunos aspectos, no en todos. Eso tiene sus efectos, tanto en el que educa como en los educandos. No debieran ser las notas y exámenes los que orienten su trabajo de cada día. Las asignaturas y los conocimientos son necesarios, pero la formación para la vida ha de ser prioritaria.
Educar para que cada uno sea él mismo, no para que sea como… Pues con la educación quizá se transmitan también muchos defectos y limitaciones nuestras.
Hace mucho tiempo que ya me llamaba la atención la actitud de Francisco de Asís con todas las criaturas. Mi reflexión era, “muy bien, te felicito por lo del hermano lobo y la hermana tierra”. A continuación miraba lo que yo estaba haciendo y me decía: todos esos seres de la naturaleza son dignos de gran respeto y gratitud, incluso cuando nos sirven de alimento y salud.
Luego, mirando a mis alumnos, añadía: qué misión más bella me ha tocado como educador. Podría ocupar mis fuerzas en cultivar flores, defender la variedad de animales que existen… Pero dedico toda mi jornada en ayudar a crecer y madurar personas. Ellas cuidarán luego de los otros seres existentes en la naturaleza, tan necesarios para la armonía y felicidad humana.
Esos niños son las mejores flores y retoños existentes. Del modo como yo los eduque dependerá también la suerte de muchos otros vivientes de la Creación…
Sírvanos de apoyo a todo esto el siguiente texto ya muy conocido por la Regla de 1718: “Amarán tiernamente a todos sus alumnos… y más aún a los pobres” RC 7, 13 y 14. Pues creo que nadie duda de que el amor es la plataforma básica en la educación de las personas. ato