Sabemos lo que sucede con nuestros 2 hemisferios cerebrales. Cada uno de ellos capta las cosas desde aspectos diferentes. Pero están continuamente traspasándose información el uno al otro. Un contacto permanente los mantiene unidos. Cotejando lo diferente de cada uno llegan a una síntesis y complementariedad mucho más rica. Se corrigen en todo momento, se enriquecen con la aportación de la otra mitad. Hay un resultado de conjunto, unitario, nuevo, holístico.

Hoy es enorme el acerbo de conocimientos a nuestra disposición. No podemos abarcarlos todos. Por eso nos especializarnos en una dirección y ninguneamos muchos otros.

Si elijo la ciencia y excluyo la espiritualidad, o si me decanto por la religiosidad y aparto lo científico, hay el peligro de que tanto el uno como el otro acaben en fundamentalismo. Hay dogmas en los 2 lados. Son visiones demasiado unilaterales y partidistas. Pongo 2 ejemplos. Y no son los únicos.

En su juventud, San Agustín tenía los Evangelios como algo tan sencillo y elemental que apenas lograba interesarse en leerlos. Tras su conversión, seguirá haciendo uso de la filosofía que tanto le encantaba antes, pero como libro de cabecera tiene también la Biblia. Ya conocemos la riqueza de muchos de los escritos que nos ha dejado donde la sabiduría humana de su tiempo y la religiosa hallan siempre cabida. Logró hacer una síntesis y no una exclusión.

Otro ejemplo más reciente. Albert Einstein. Nadie duda de que fue una mente privilegiada, aunque hoy se está caminando más allá de lo que él dijo respecto de las leyes del cosmos. Considero que se especializó tanto en lo científico, de gran valor, es verdad, pero le faltó una faceta que sin duda es también capital en la vida humana: los símbolos, los cuentos…
El Evangelio, los Salmos, están repletos de historias, de sentido poético. Éstos descubren y ayudan a comprender verdades que la ciencia no es capaz de vislumbrar. Prueba de ello “La Carta de Dios” que Albert escribió a su correligionario judío Eric Gutkind en 1954. Su fe la perdió desde joven y ya no pudo recuperarla. No la ataca, se limita a decir que es cosa “infantil, producto de la debilidad humana”. Posiblemente se entusiasmó tanto con la ciencia que no logró cultivar ese otro suplemento de luz que todos necesitamos.

Te propongo que imagines 2 líneas que parten de un vértice y se van abriendo cada vez más con un ángulo de X grados. Cuanto más largas sean las líneas, más se van separando una de otra. Imagina ahora que cada línea representa el trayecto seguido por 2 personas a lo largo de su vida.

Debido a su predisposición mental y al ambiente que le rodea, uno se ha orientado por la técnica y las ciencias exactas que en todo momento pueden comprobarse. El otro prefiere adentrarse en la novela, la ficción, la simbología, la poesía, los cuentos.

Si en sus comienzos, los 2 podían dialogar amigablemente sobre un tema determinado, al cabo de 50 años sus mentes se hallan en mundos muy diferentes. No es tan fácil que coincidan en sus intereses y visión de la realidad.
Eso mismo está pasando hoy en muchos campos cuyas cosmovisiones no coinciden. Hace falta que los encuentros personales sean frecuentes, al modo como, felizmente, se da en nuestros hemisferios cerebrales.