Marcamos límites, cercamos propiedades, protegemos posesiones, diseñamos fronteras… cuando nos sentimos inseguros, cuando el otro es percibido como amenaza a nuestra supervivencia. En la historia humana ha sido lo más habitual, al fin y al cabo somos una especie animal más que compite con otras especies y, sobre todo, con los mismos individuos humanos por un trozo de pan o un territorio. Tenemos en los genes el instinto posesivo. Somos depredadores.

El texto del Evangelio nos presenta la antítesis:  sentarse en la hierba para compartir lo poco que se tenga, unos peces y unos panes. Hacerse familia y dar de comer. Hasta que sobre, ¡y vaya si sobra!

Mt 14, 13-21
Cuando Jesús recibió aquella noticia, se fue de allí, él solo, en una barca, a un lugar apartado. Pero la gente, al saberlo, salió de los pueblos para seguirle por tierra.  Al bajar Jesús de la barca, viendo a la multitud, sintió compasión de ellos y sanó a los que estaban enfermos.
Como se hacía de noche, los discípulos se acercaron a él y le dijeron:–Ya es tarde y este es un lugar solitario. Despide a la gente, para que vayan a las aldeas y se compren comida.
Jesús les contestó: –No es necesario que vayan. Dadles vosotros de comer.
Respondieron:–No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.
Jesús les dijo:
–Traédmelos.
Mandó entonces a la multitud que se recostara sobre la hierba. Luego tomó en sus manos los cinco panes y los dos peces y, mirando al cielo, dio gracias a Dios, partió los panes, se los dio a los discípulos y ellos los repartieron entre la gente.  Todos comieron hasta quedar satisfechos, y todavía llenaron doce canastash con los trozos sobrantes. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

Quizás aún nos quedan miles de años en nuestro proceso evolutivo cultural para pasar de depredador a compartidor a escala de especie. En ello estamos. No es posible seguir esquilmando la naturaleza; no es de recibo que la guerra, los intereses económicos y la falta de intención política impidan parar el hambre a escala planetaria. ¡Qué inútiles somos! ¡Qué necios los humanos!

El sentido de lo humano no está en alimentar el lobo que llevamos dentro, sino en acoger el espíritu que también habita nuestros ADN.

Controla tu lobo, mantén a raya tu ego.
Cultiva tu espíritu: acoge, respeta, consume con austeridad, comparte tu tiempo y lo que tienes.
Si existe vida extraterrestre espero que no nos encuentren devorándonos unos a otros. Es un decir.

Os pongo como ilustración el cuadro de Juan Bautista de La Salle, en la hambruna de aquella época dedicó parte de su herencia familiar a repartir pan, y compartió su vida con aquellos primeros maestros para dejarnos como herencia una comunidad de educadores.