A lo largo de la existencia hemos ido creyendo en muchas cosas. Todas nos han ayudado a vivir.
Algunas tal vez eran de poco valor práctico. Incluso nos han podido desilusionar y hasta dejarnos tirados en el camino.
Nos vamos quedando con las creencias más significativas para cada uno. Pues nuestra identidad va cambiando en el transcurso de los años. Y eso es bueno. Significa que hemos madurado.
También en lo religioso evolucionamos respecto a nuestras creencias. En nuestra infancia y en las etapas de juventud eran más o menos elementales. Por suerte hemos dejado aparcadas las cosmovisiones limitadas que parecían darnos una razón para vivir esperanzados.
Y como una nueva gracia nos ha llegado la hora, antes o después para cada uno, de poner nuestras creencias, nuestra fe, nuestra esperanza, no en algo, en verdades o principios… Sino en Alguien, en Jesús, el testigo fiel del Padre y la roca inconmovible sobre la que construir nuestro ser y actuar actual y futuro.
Esa es la fe a la que necesitamos llegar cuanto antes. Para aprovechar las fuerzas, aun presentes que nos puedan quedar, de un modo más eficiente y positivo. Todos conocemos o hemos oído hablar de humanos como nosotros que han llegado a ese estado ideal de encuentro con Él, incluso desde muy jóvenes. Dichosos ellos, porque vieron la luz a tiempo…y la valoraron.
Qué hermoso canto el compuesto por Carmelo Erdozain. Lo hemos cantado tantas veces, saboreando la letra…y también la música: “Creo en Jesús… Él es mi Amigo, es mi Alegría…Él es mi Salvador…