«En su nombre… En un mismo Espíritu.»

En este tiempo de proceso sinodal, deseo realizar una mirada a nuestro “caminar juntos” como Lasalianos y Lasalianas desde el contexto del actual proceso en el que bastantes de nosotros nos sentimos implicados.

Una mirada que no se agota en esta reflexión que, en dos partes, pretende ayudar a todos nosotros a seguir caminando, como parte del Pueblo de Dios, “hacia una misma meta”. Se trata de una mirada amplia que parte de nuestra experiencia cristiana y lasaliana y, humildemente, pretende contribuir a seguir creciendo, desde nuestra espiritualidad lasaliana, en nuestro seguir las huellas del Resucitado.

 

1.- En su nombre.

“Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy en medio de ellos” Mt 18,20

Desde el momento que Dios llama a Abraham y le invita a dejar su tierra para construir “una nación grande”,[1] caminamos juntos como Pueblo de Dios.

Este caminar, lo posibilita la fe en Dios, la confianza en el líder, junto a la vivencia espiritual personal y compartida con los demás.

A mi modesto entender, cuando alguna de ellas se tambalea, aparece la división, la envidia, el ansia de poder, el afán de control, la insatisfacción personal, las dudas existenciales, las miradas cortoplacistas, los inmovilismos paralizantes e incluso el agotamiento.

Algo así debió ocurrirle al pueblo de Israel en su experiencia de desierto. Hasta el punto que Yahveh tuvo que interpelar a Moisés: “Di a los israelitas que se pongan en marcha”.[2]

Ponernos en marcha y caminar juntos, con los demás miembros del Pueblo de Dios, es la manera de sobrellevar mejor nuestro recorrido espiritual y llegar a conseguir un comportamiento coherente con la fe y con los valores espirituales, morales y éticos que den sentido a nuestra vida.

El camino no es fácil. Los altibajos son inherentes a nuestro crecimiento espiritual, a nuestro caminar con los demás. De ahí la necesidad de escucharnos y escuchar a Dios, de apoyarnos y pedir su ayuda. Se necesita alguien o algo que ayude a reconducir nuestra marcha, abrir nuevas sendas e impulsar nuestro ritmo espiritual.

Como pueblo, nos reconocemos necesitados de salvación, de liberación. Nos conforta saber que Dios escucha nuestros “gemidos” y se acuerda siempre de su alianza.[3] Y cuando en nuestro caminar juntos, nos dejamos llevar por las tentaciones del camino, los profetas nos recuerdan las ”exigencias que trae consigo caminar a lo largo de nuestra travesía”[4] y nos lanzan a nuevas metas.

En este caminar sabemos que Dios siempre es fiel. Realiza la nueva alianza en Jesús de Nazaret, nos revela que Dios es comunión de amor y que desea una humanidad unida, cuya meta es la “nueva Jerusalén”.

En la medida que caminamos juntos y el cristianismo se ha ido expandiendo, las comunidades emergentes se han encontrado en la necesidad de reunirse para discutir acerca de los problemas personales o comunitarios y de los temas que más conciernen al seguimiento de Jesús.

En la Iglesia antigua, encontramos experiencias sinodales. En ellas trataban cuestiones pertinentes a la vida eclesial. Deseaban colaborar, más unidos con el sucesor de Pedro, en el cuidado pastoral de toda la Iglesia universal. Tenían la certeza que, por la fe, existía una corresponsabilidad en las decisiones de cara a mantener viva la unidad desde la riqueza que suponía la diversidad:

«Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos que está sobre todos, por todos y en todos». Ef 4, 1-6.

Para mantener e impulsar esta comunión, especialmente en el mundo occidental, las comunidades cristianas realizaron sus primeras asambleas formales. Seguían los procedimientos del senado romano o de los consejos ciudadanos.

Ahora bien, no se trataba, simplemente, de copiar un modelo “civil”. Cada comunidad, partía de su experiencia de fe y del fuerte convencimiento de que, por la fuerza del Espíritu Santo, en medio de ella estaba presente Cristo resucitado. En su nombre se reunían conscientes de que “donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy en medio de ellos”.[5] Iban, por tanto, mucho más allá de la influencia del derecho romano que afirmaba “lo que afecta a todos debe ser tratado y aprobado por todos”[6]

De esta manera, poco a poco, se fue estructurando la práctica sinodal. El primer sínodo que conocemos fue convocado por el Papa Víctor I en el año 190. La forma que conocemos hoy, surge a partir del Vaticano II. Desde 1965, de la mano de San Pablo VI, el Sínodo de los obispos se ha ido institucionalizando como expresión de colaboración colegial de los obispos con el Papa y de los obispos entre sí mismos.

Sabemos que “el ojo no puede decir a la mano no te necesito, ni la cabeza a los pies no tengo necesidad de vosotros”.[7] Como miembros del mismo Cuerpo, todos nos necesitamos y somos “corresponsables de la vida y de la misión de la comunidad y todos somos llamados a obrar según la ley de la mutua solidaridad en el respeto de los específicos ministerios y carismas”,[8] siempre en el nombre del Señor, con Jesús en medio.

A fin de ir fortaleciendo nuestro caminar espiritual, San Pablo VI convocó 5 sínodos; San Juan Pablo II, 16; Benedicto XVI, 4; y el Papa Francisco, con el actual, será ya el quinto.

Nosotros, como lasalianos y lasalianas, formamos parte del Pueblo de Dios. Caminamos juntos hacia un mismo fin. Y este es el verdadero significado del término “sínodo”. Por tanto, nuestra implicación y participación es parte de nuestra misión. Participar, es una manera de manifestar nuestra comunión con todos quienes caminan junto a nosotros.

A lo largo de estos meses en los que, a solicitud de nuestro H. Superior Robert Schieler, estoy más en contacto con las estructuras organizativas sinodales, me he hecho dos preguntas acerca de nuestra experiencia lasaliana sinodal y sobre lo nuevo que está aportando el actual Sínodo.

 

1.- ¿Cuál ha sido nuestra experiencia y participación lasaliana en los sínodos?

En algunos de los sínodos, especialmente aquellos que han tenido una relación más directa con nuestra vida y misión, ha habido presencia lasaliana por medio de nuestros Superiores Generales. Ellos pudieron hacer sus aportaciones como Auditores.

Buceando en nuestra historia, encontramos las siguientes presencias:

· El H. Charles Henry, en 1974 (en el Sínodo sobre la Evangelización en el mundo moderno).

· El H. José Pablo Basterrechea, en 1977 en el Sínodo sobre la Catequesis.

· El H. John Johnston, en 1990 en el Sínodo sobre el ministerio sacerdotal, en 1994 en el Sínodo sobre la Vida Consagrada y en el año 1997 en el Sínodo sobre el continente americano.

· El H. Álvaro Rodríguez, en 2001 en el Sínodo sobre el ministerio del Obispo en la Iglesia y en 2005 en el Sínodo sobre la Eucaristía.

· Finalmente, el H. Robert Schieler, en el año 2018 participó en el Sínodo sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional.

Sin poder contrastar la siguiente afirmación, considero que muchos de ellos iluminaron la reflexión del Instituto y de la Familia Lasaliana. Algunos fueron referentes para nuestros Capítulos Generales, Asambleas y documentos posteriores. Sería interesante un estudio exhaustivo sobre ello. Queda como sugerencia de futuro y/o de alguna tesis doctoral, por si alguien se anima.

Otro tema distinto, es el grado de influencia y/o conocimiento que hayamos podido tener de los mismos, a nivel personal o comunitario y distrital. Eso queda a la reflexión y al análisis de cada una de nuestras personas.

En el actual Sínodo, contamos con la presencia del lasaliano Dr. Oscar Elizalde como miembro de la Comisión de Comunicación en representación de la Iglesia Latinoamericana. Oscar es profesor de la Universidad La Salle de Bogotá.

 

2.- ¿Cuál es la novedad del actual proceso sinodal que está consiguiendo despertar muchas expectativas y una mayor implicación?

El actual Sínodo, “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión” (2021 – 2023), es fruto de una visión de Iglesia que el Papa Francisco, es de sobras conocido, está intentando impulsar. Una Iglesia de comunión, mucho más encarnada y participativa.

Es un evento en el que no solamente participan el Papa y los obispos, sino que, en todo su proceso, está intentando involucrar a toda la comunidad cristiana (sacerdotes, consagrados, laicos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos…).

Es un tanto inédita la manera de preparar la Asamblea del 2023. En su primera fase, estamos implicados todos los bautizados por medio de las diócesis y como Instituto y Familia Lasaliana (octubre 2021- abril 2022). A partir del próximo mes de septiembre, se iniciará la segunda fase, la continental (septiembre 2022- marzo 2023) que conducirá a la tercera fase, la de la Iglesia universal (octubre 2023). Toda una dinámica participativa en este nuestro caminar juntos.

Este proceso de preparación y participación, dará lugar, por primera vez en la historia sinodal, a dos “instrumentum laboris” distintos. Ambos constituirán los documentos sobre los que trabajarán los obispos y auditores en la Asamblea sinodal.

Es novedoso también el hecho de que en la Secretaría General del Sínodo, una mujer, Nathalie Becquart,[9] haya sido nombrada Subsecretaria y siendo, por tanto, la primera mujer en la historia que tenga derecho a voz y voto en un Sínodo de los obispos.

Todo ello es reflejo del pensamiento del Papa Francisco al afirmar que “la sinodalidad es dimensión constitutiva de la Iglesia”[10],un paso más en el espíritu de la oración que Jesús elevó al Padre: “Que todos sean uno”[11] porque no nos reunimos en “nuestro” nombre sino en el del Señor Jesús y no lo hacemos para reivindicar, sino para “hacer que germinen sueños, suscitar profecías, hacer florecer esperanzas…”[12] como “protagonistas de un cultura de resurrección”.[13]

 

2.- En un mismo Espíritu.

“Todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo” 1 Co 12,13

Después de la muerte de Jesús, es el Espíritu Santo quien despierta la fe cristiana, hasta el punto que “nadie puede decir: ¡Jesús es Señor! Sino por influjo del Espíritu Santo”.[14]

Con su venida,[15] Dios se hace presente en medio de nosotros, en cada comunidad, en la Iglesia, obrando de diferentes formas y ayudándonos a sentir y experimentar en nuestras vida al Señor Jesús, a descubrir y vivir de acuerdo con su voluntad y a caminar en comunión, en unidad con toda la Iglesia.

Es el Espíritu Santo quien nos da los dones y los carismas para poder contribuir en la construcción del Pueblo de Dios. Es el Espíritu Santo quien nos posibilita el crecimiento de nuestra experiencia espiritual desde los dones que cada uno recibimos de Él.

Pues “Él comunicó a unos el don de ser apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros. Así organizó a los santos para la obra del ministerio, en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo”.[16]

Es el Espíritu quien genera nuevos carismas y da lugar a nuevas formas de expresarlos. Este don le fue concedido a San Juan Bautista de La Salle, a los primeros Hermanos y desde entonces se encarnó, y sigue encarnándose, en la comunidad lasaliana.[17]

Deseo continuar este compartir, partiendo de una mirada lasaliana. Una mirada a nuestra propia historia, plenamente sinodal, y que nos invita a mirar con ojos de fe todo el camino que hemos recorrido, y que recorremos, como Familia Lasaliana en, con y para la Iglesia.

Desde nuestra espiritualidad lasaliana, todos hemos de buscar “la mayor gloria de Dios, el mayor servicio a la Iglesia, nuestra perfección y la salvación de las almas; he ahí́ los objetivos que debemos proponernos y los fines que deben guiarnos”,[18] tal como nos lo indica San Juan Bautista de La Salle.

Sin duda, nuestro Fundador, conoció, entre otras, la “espiritualidad ignaciana”, la “espiritualidad carmelitana”, la “espiritualidad franciscana” pero era impensable que pudiera pensar que, tras sus últimas palabras del “Sí, adoro en todo el proceder de Dios para conmigo”, balbuceadas en el lejano 7 de abril de 1719, daría comienzo la extensión de su obra, dando lugar al nacimiento de toda una nueva espiritualidad, la lasaliana.

Como bien nos recuerda nuestro H. Superior, Robert Schieler, es una “espiritualidad de itinerario” que tiene lugar en culturas y contextos enormemente diferentes, no nos ha sorprendido descubrir que la “consagración”, la “pertenencia”, la “identidad”, la “vocación” y la “asociación” se viven y articulan de diferentes formas”.[19]

Se trata de una espiritualidad abierta, incluyente que aporta un “sabor” especial al basarse en el testimonio vivo de San Juan Bautista de La Salle, en sus escritos y en las experiencias compartidas con las primeras comunidades lasalianas y las actuales. Una espiritualidad que sobrepasa, incluso, al mismo mundo lasaliano y se abre a muchas otras más personas.

Al igual que ocurre con otras familias carismáticas, es el Espíritu quien guio y sigue guiando el camino lasaliano. De ahí que el Fundador nos recordara que necesitamos “la plenitud del Espíritu de Dios, pues no debemos vivir ni guiaros sino conforme al espíritu y a las luces de la fe”.[20]

Nuestra espiritualidad, cristiana y lasaliana, está animada por un solo espíritu, el espíritu del Instituto, que se manifiesta, en unidad, de dos maneras: como espíritu de fe y de celo ardiente. Ambos a la vez.

Desde nuestros inicios hasta hoy, la espiritualidad lasaliana exige, entre otras características:

· Apertura total a vivir conforme a la voluntad de Dios.

· Discernimiento acompañado de tal manera que “un compromiso nos lleve a otro”.[21]

· Interiorización, que “alimenta el sentido de la misión y la vocación lasaliana”.[22]

· Encarnación, que tienda a mejorar nuestro mundo, hacerlo más humano y mejorar así, la obra de la creación pues somos “cooperadores de Dios en su obra”[23] y “embajadores de Dios”.[24]

· Voluntad de mediación: entre Dios, nuestra espiritualidad lasaliana, y las personas que comparten nuestro caminar.

Todo ello es, precisamente, la base de toda experiencia sinodal: la escucha al Espíritu, el intercambio de los respectivos dones, la lectura de los signos de los tiempo para una eficaz planificación de la misión[25] porque, como bien expresa el Papa Francisco, “si no está el Espíritu, no habrá Sínodo”.[26]

En definitiva, en el Pueblo de Dios es el Espíritu Santo quien ilumina nuestras vidas y nos regala el don de vivir y caminar, desde una determinada espiritualidad compartida.

En nuestro caso, nuestra vida y misión nos pone “en la obligación de mover los corazones; y no podemos conseguirlo sino por el Espíritu de Dios”,[27] ese Espíritu en el que hemos sido bautizados y nos permite formar parte del Pueblo de Dios en camino, nos permite vivir en comunión y unidad.

(Continuará en un segundo artículo)

 

  1. Gn 12,2

  2. Ex 14,15

  3. Cfr. Ex 2,24

  4. Cfr. CTI 14

  5. Mt 18,20

  6. «Quod omnes tangit, ab omibus tractarí et approbari debef (CTI, Sinodalidad…, n. 65)

  7. 1 Cor 12,21

  8. CTI 22

  9. La Hermana Nathalie, nació en París en 1969 y es Religiosa Xavieriana desde 1995.

  10. Papa Francisco, Discurso en la Conmemoración del 50 aniversario de la Institución del Sínodo de los Obispos (17-10-2015)

  11. Jn 17,21

  12. Papa Francisco, Discurso de inicio del Sínodo de los jóvenes. 2018

  13. Papa Francisco a los Hermanos de La Salle. 16 de mayo 2019

  14. 1 Co 12,3

  15. Cfr. Hech 1 y 2

  16. Ef 4,11-13

  17. Cfr. Circular 475 3,1 / VC 37

  18. Cfr. MSO 15,2

  19. Presentación Circular 475

  20. Cfr. MD 43,2

  21. Cfr. MSO,4

  22. Hablemos de Familia Lasaliana, 2

  23. MR 205,1,1

  24. MR 195,2,1

  25. Cfr. CTI 76

  26. Apertura del Sínodo. 10 octubre 2021

  27. Cfr. MD 43,3,2