Me pregunto ¿quién soy yo? Poca cosa. Pero eso es todo lo que estoy llamado a ser. No necesito ser más. Es mucho, muchísimo. Más de lo que yo mismo pienso de mí.
¿A quién se lo debo? Imposible deciros sus nombres. Son todos aquéllos con quienes he coincidido en el camino. Los hay esporádicos, de un día o menos, otros durante semanas y años. Hemos marchado juntos por toda clase de senderos, unos pedregosos y cuesta arriba. Otros bordeados de flores y envueltos en luz, casi una autopista, íbamos veloces y cantando.
Hay compañeros que no sólo estaban a mi lado sino que hasta los llevaba dentro. Uno de ellos era La Salle. Puesto que sigue vivo entre nosotros. Le tocó la hora de irse, como también se fue Jesús, para hacer posible estar con la multitud que le seguiría.
Sí, un día, ya muy lejano, me puse en la fila de los que llamaban a su puerta y, él, tras imponerme una mano en la frente, con la otra me dio un empujón cariñoso admitiéndome entre los que me precedían (ver imagen). Claro que entonces mi comprensión era muy elemental, lo suficiente para ponerme en marcha entre tantos admiradores suyos. Leyéndole, meditando tal como él me enseñó, colaborando en su viña, le he ido descubriendo más y más (sobre todo por dentro) lo que él era y sigue siendo en su ser auténtico como discípulo entero del Señor.
No soy, pues, más que una hechura de La Salle que me ha ido trabajando, casi sin darme cuenta, paso a paso, hasta llegar aquí. Me alegro y le doy gracias por ello. Hato