Mis relaciones las tengo con muchas realidades a lo largo del día.
Con la luz, que me proporciona el ver las cosas.
Con la oscuridad, que me ayuda a descansar por la noche.
Con el aire, renovando el oxígeno que respiro.
Con los sonidos, son muchos y variados: me recuerdan que no estoy solo.
Con las estrellas: me indican que hay algo más allá del horizonte cotidiano.
Con las plantas: purifican la atmósfera, descansan mi vista.
Con las flores: me ofrecen su belleza, su aroma.
Con los árboles frutales: me proporcionan alimento.
Con las aves: me enseñan a volar más alto, desprendido del suelo en el que me apoyo.
Con animales, pequeños y grandes: son más parecidos a mí. En un frontispicio de Palma de M hay un anuncio que dice: “Una parte de tu alma permanecerá dormida si no has cuidado una mascota en tu vida” (te invito a cambiar “mascota” por… una planta, una afición que llegas a practicar hasta el detalle y con gusto.)
Pero…y aquí viene lo importante. Sobre todo me relaciono con personas. Es que, si esto falla, no llego a ser lo que estoy llamado a devenir. Y hay tres clases de personas: yo mismo, los otros, el Otro.
Consigo mismo, no siempre es factible relacionarse bien. Muchas veces lo evitamos, tal vez quisiéramos ser otros. No nos sentimos del todo a gusto bajo la piel. Sin embargo es el punto de partida para los dos siguientes encuentros.
Con los otros. Lo tenemos algo más asumido. La vida nos obliga a ello. A pesar de nuestro modo de ser y de no llegar a congeniar con todos. En este punto tenemos buena tarea que hacer a diario. Es el humus para la tercera relación a la que interesa llegar.
Con el Otro, totalmente Otro. En cierto modo es más fácil, y también más difícil. Más fácil porque, aunque está muy cerca, también se halla a más distancia desde muchos puntos de vista…Y más difícil porque es posible que nos engañemos en la autenticidad de la relación con Él.
Las Personas divinas las podemos pensar e imaginar, hacer un acto de fe en su presencia como nos enseña La Salle. Aunque el Fundador no lo diga cada vez, nos invita a relacionarnos con el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo. Y hacerlo desde nuestra afectividad. No solo desde nuestra mente. Pongo solo un ejemplo cuando habla del Acto de Unión a las disposiciones de Jesús. “Imprimid en mí, como un sello en la cera, que yo, verdadera y eficazmente, esté en Vos y Vos en mí” (EMO 10, 232, 6 de Obras Completas, Tomo I).
Existe gran diferencia en dialogar con alguien de carne y hueso que está presente delante de mí. En este caso, si le hablo, aunque él se calle, conoceré su reacción, tendré una respuesta, al menos implícita. En cambio cuando percibo el mensaje que me transmite una persona invisible e intocable, sea divina o humana, puedo seguir dudando. Ese mensaje-respuesta, ¿nace en mí mismo sin intervención del otro (Otro), o realmente me llega desde alguien (Alguien) distinto de mí?
No me extiendo más por hoy. Lo dejo a tu consideración…En todo caso lo fundamental es que cuando yo ore sepa estar presente en la Presencia de Aquél que es mi dialogante… incluso llegar a vivir esas dos presencias en silencio…