De suyo sí que es fácil. Nosotros lo complicamos. Queremos hablar todo el rato. No sabemos dialogar (a veces tampoco entre nosotros). Tomamos un tema y arremetemos con él. Hasta casi olvidar que ahí está la otra persona
Ahí está Dios, al que no dejo hablar, no le escucho, dada mi verborrea interior. El espacio que habito está lleno de mí y de mis cosas. No cabe más que yo. No queda sitio para Otro. Aunque sabemos que Él no ocupa lugar. Pero en mi conciencia queda “ninguneado” por el exceso de mi intervención.
La solución ya se adivina. Contar con Él. Salir de mí al menos un poquito. Sentir su presencia. Dejarle hablar. Escucharle. Él ya ha hablado y sigue comunicándose. También en este momento, para mí en concreto. El don de la oración no funciona como el dicho “la letra con sangre entra”. Todo lo contrario. Hay que dejarse hacer, que es más difícil. Como el “Hágase en mí, de María”. Como el “Dios me condujo de compromiso en compromiso” de La Salle.
Un día reciente fui a la iglesia de San Felipe Neri de Palma. En el último banco había un señor sentado. Yo recorrí el local hasta llegar al Sagrario. Al salir veo que es el párroco de San Pau, que está cerca de nuestro Colegio. Me dice: «estoy preparándome para la Misa, necesito rezar antes, hasta los 40 años no aprendí a orar de veras«. Así es la cosa.
Creíamos que sabemos hacerlo. Lo hemos estado practicando durante años. Pero el arte de la oración también se aprende. Todo lo que tiene valor en la vida necesita aprenderse, necesita tiempo, ir más allá de mí mismo. Dejarme enseñar, más que por los libros o los hombres, por Dios mismo. Y tener constancia, tomar los medios y esperar con paciencia hasta que yo esté maduro y caiga del caballo. Tal vez será ése el momento en el que el Espíritu ya puede hacerme entender cómo necesito hacerlo. Igual que dialogo con un amigo, pero mejor aún. Dios es más que un simple amigo. ato