Rdez Olaizola, J.M. En tierra de todos, Sal Terrae, Santander, 2020, 214 pp.
Necesitábamos esta «segunda parte», que recuerda aquella primera de «En tierra de nadie», no tanto porque la primera quedara incompleta, sino porque el tiempo transcurrido (casi 15 años) ha hecho que el contexto y también el tono con el que se ven las cosas, ha cambiado.
Olaizola nos lleva en dos partes del libro a recorrer lo que nos pasa hoy en día: en una primera, en temas que podríamos llamar «menos habituales» en nuestras conversaciones como gente de Iglesia (aunque sí dados al matiz periodístico cada «dos por tres»). Lo titula: «Saber dónde estamos«.
Y, en la segunda, hace mención al título del libro escrito hace quince años y que ahora, en esta parte del libro, titula «Vivir en tierra de nadie«, como si quisiera volver sobre aquello, pero dando un giro a los ojos, a la realidad de hoy y sus cambios.
El libro se lee de una manera ágil, amigable, que te confronta con temas «escabrosos» hoy y que el autor no teme dar una opinión, que no es en ningún momento apodíctica, sino que deja pie a que en esta Iglesia y en este mundo plural, uno pueda tomar postura de manera coherente, lúcida y poder decir una palabra, ya sea a nivel particular o en otros ámbitos más generales. No en vano, temas como «las personas en situaciones irregulares», «las personas de orientación homosexual», «Los dos amores» (curas casados); o bien, otros que son causa de cierta preocupación en el trato: los jóvenes, las mujeres, o el tema de los abusos… llevan al lector a tener que tomar también postura basados en la orientación que el autor propone (que no es la última palabra, por supuesto), pero que facilita mucho cómo entender las cosas.
La segunda parte, que ocupa casi la mitad del libro, permite hacerse cargo de las tensiones en que vivimos hoy en nuestra Iglesia (y en nuestro mundo), valorando mucho una Iglesia que es plural, acogedora, respetuosa de las diferencias y llena de sentido para muchos; lo cual no quita que sigan existiendo lagunas en su seno que podrían desmerecer todo lo anterior. Según el autor, es bueno tenerlas en cuenta, pero no olvidar que la Iglesia no es sólo la Jerarquía o los curas o los obispos o aquellas personas que sólo acertamos a ver en nuestro pequeño campo de visión (nuestro mundo cercano, la parroquia en la que nos movemos, etc.). Gracias a Dios, la Iglesia es mucho más de lo que percibimos y eso nos debe permitir ensanchar también la mirada hacia una Iglesia que vive y practica la comunidad (koinonia) , el servicio desinteresado (diakonia) , el testimonio (martyria) y la celebración (leitourgia) de la vida y del recuerdo admirable de Jesús.
El autor que recuerda con frecuencia en su libro actual lo que escribió hace quince años, invita al lector a darse cuenta de que sentirse en tierra de todos es como si a los cristianos de hoy, a la Iglesia le urge estar donde anida la gente, donde se vive y se disfruta, se duele y se apena. Y en esta tierra de todos, estamos llamados a no bajar la guardia, a sentirnos en tierra de todos diciendo nuestra palabra, que debe ser honesta, testimonial, aprendida del Evangelio y por ello, puede alumbrar sentido para otros. No hacerlo, nos condena a estar en tierra de todos, pero en el fondo, «en tierra de nadie», porque la palabra y la acción de la Iglesia no valdría hoy para mucho (acaso, para nada). Por el contrario, hacerlo desde la Iglesia de Jesús, nos permite responder de modo afirmativo y querido a la pregunta de ¿por qué sigo aquí? (en esta Iglesia, alumbrando futuro, comprometiendo la vida en este empeño evangélico).
Termina el autor haciendo una alusión a su vida personal respondiendo a la pregunta anterior. Y recalcando que esta tierra de nadie es la tierra de todos, porque «... todo vivimos en gran medida la contradicción, la limitación, la ambigüedad y la imperfección humanas. Buscamos a Dios pero no lo poseemos. Aspiramos a la verdad pero no estamos libres de incertidumbres… Tal vez en nuestro horizonte asome alguna rigidez… pero lo más probable es que intentemos vivir una fe sólida, no exenta de dudas…» (pág. 211).
Nos ofrece un camino bonito, alentador, sugerente, positivo. Un libro para leer y saborear con el estilo de Olaizola que invita a meterse de lleno y responderse, también uno, ante lo que sucede. Porque estamos en «tierra de todos» donde se cuecen las grandes ocasiones de ser auténticos. Pues «… toca ahora intentar hacer una radiografía del presente, compartiendo la búsqueda, los anhelos las perplejidades, los desasosiegos y las esperanzas que esta Iglesia suscita en quienes, dentro de ella, seguimos queriendo amar, a la manera de Quien nos amó primero» (pág. 15). ¡Bonita singladura!