Siccardi, C. Hildegarda de Bingen, San Pablo, Madrid, 2017, 326 pp.

Los lectores de este libro no se van a encontrar con una vida “al uso” de esta santa. Y acaso sea mejor así, pues eso nos permite hacernos una idea de la grandeza y profundidad de la vida de Hildegarda.

El libro recoge una serie de fragmentos de sus escritos, por lo demás, variados y sobre los más diversos temas. Porque Hildegarda, santa que vivió en el siglo XII, representa la mujer de vasta cultura, pues no en vano los autores que han escrito y profundizado sobre su vida la catalogan de mujer de “amplias miras”: con una correspondencia muy abundante. Escribe sobre los más variados temas: biología, medicina, farmacia, música. Experta en temas lingüísticos y espirituales, en ciencias naturales y agricultura, ganadería o pesca. Poeta. Redacta escritos sobre filosofía, teología, moral, hagiografía, ciencia, medicina, cosmología, música y, todo ello, haciendo un hueco a esas elevadas miras, a partir de las experiencias y visiones que fue teniendo a lo largo de su vida.

Nace en 1098 y muere en 1179. Le toca vivir una época muy convulsa: se propagan las herejías (milenarismo), con una sed de poder grande en la Iglesia que genera corrupción donde, a la vez, se construyen las grandes catedrales góticas y a partir de Cluny, surgen más de mil abadías y conventos y donde ella insiste en que cualquier tipo de reforma verdadera comienza por un “sincero espíritu de penitencia y camino activo de conversión” (pág. 31).

Fue una mujer diferente a otras de su época. Muchos papas coetáneos de ella la tienen de consultora y donde el monacato de Benito marcará también su vida: encuentra a Dios en lo pequeño, en lo de cada día, lo habitual. Y ese gusto que tiene por la naturaleza y las plantas (resultará ser experta en saber para qué cuidados corporales sirve cada planta y, curiosamente, nos han llegado más de dos mil recetas); lo cual le permite elevarse hasta Dios que tiene, en esa naturaleza abundante, reflejo de la bondad y del cariño de Dios por sus hijos (son abundantes las referencias a la naturaleza en sus escritos espirituales).

Fue una mujer fuerte en ideas y convicciones, con visiones espirituales (luz intensa) desde su más tierna infancia (ella afirma que desde los 3 años) y que temía contárselo a nadie por si la tachaban de loca o no la entendían. Es conocida como “la sibila del Rin” y trastoca el papel de la mujer en esa sociedad tan machista dominada por el clero y por los monjes, haciendo que se recupere al menos durante su tiempo y en su monasterio, el papel activo y fundamental de la mujer en la espiritualidad (es preciso saber que Hildegarda vive desde los 8 años en un monasterio compartido con otras monjas y monjes, donde la autoridad recae en un abad).

Para descubrir algo en relación con la vida de Hildegarda, hay que remontarse en el libro a la página 49 (el cual propondrá, luego, 4 páginas más sobre su vida). Mientras tanto, la autora se recrea en presentar la situación de ese siglo XI-XII en donde Hildegarda desarrolla su vida.

Es curioso darse cuenta de que Hildegarda se considera a sí misma “indocta”: no sabe escribir. Sus escritos (se conocen tres libros: Scivias, Liber vitae meritorum y Liber divinorum operum), en latín -una lengua que no conoce- y que gracias a un monje (Wolmar) que trasfiere sus visiones, tal y como Hildegarda las cuenta entre los años 1141 a 1174, nos permiten vislumbrar la hondura de su vida y su espiritualidad.

Vive con su amiga monja Jutta, que será para ella de una ayuda inestimable, hasta que en el año 1136 hereda el cargo de abadesa de sus hermanas (con permiso del abad de Disibodenberg, monasterio donde vivían). Una vida que, desde muy pequeña, no fue fácil, pues su salud se resentía con frecuencia hasta el punto de guardar cama con fuertes dolores durante largas temporadas; lo cual le servía para reflejar lo que ella se consideraba: un ser débil cuya fuerza viene de la Luz que la invade.

Son constantes en sus escritos las luchas del bien y del mal, de ángeles y demonios que le ocasionan grandes dudas de fe. Alaba la ciencia que nos lleva a Dios, pero debe hacerse desde la fe que descubre otras dimensiones. Por eso, dice Hildegarda, “… el hombre es tan grande pues, en su misterio, es reflejo de Dios. La vida es una parábola del plan de Dios, una vida que está llamada a la eternidad…”

Por eso, cuantos le escuchan entiende que su “autoridad” viene de Dios. En el año 1150 luego de casi 6 años de trabajo, se traslada con sus monjas a un nuevo monasterio (Rupertsberg) a pesar de la negativa del abad del monasterio donde vivían que no les dejaba marchar. Pero su obstinación fue más fuerte que el “poder” del abad que veía que “la monja sabia y milagrera” podría seguir dando pingües beneficios a su monasterio. Ello le trajo a Hildegarda muchos contratiempos, pero su entereza de carácter y su decisión fueron más fuertes.

A partir de esa fecha viajó mucho para visitar otros monasterios y con su quebrantada salud, supo animar a las monjas y lanzar también sus dardos contra el clero y obispos que no daban la imagen de la verdadera Iglesia de Dios.

Hildegarda fue una batalladora por recuperar el papel de la mujer, haciendo también un alegato del cuerpo femenino virgen como la mejor expresión de lo que Dios quiso (según ella, el hombre proviene del barro; la mujer, de la carne de Adán).

Su fama de santidad se extendió rápidamente por los contornos traspasando las fronteras. En 1324, el Papa Juan XXII permite el “culto público solemne”.

Vivió casi doscientos años antes de Catalina de Siena (1347-1380) y ambas, fueron nombradas Doctoras de la Iglesia (en el caso de Hildegarda, el 7 de octubre de 2012 por Benedicto XVI). Fue canonizada el 10 de mayo del mismo año.

Un libro para leer despacio, saboreando muchos de los escritos entresacados de sus obras y que dan idea de un espíritu profundo, con un lenguaje de la época que nos permite adentrarnos en la dimensión espiritual que caracterizó a Hildegarda, sin hacer ascos a recuperar el papel de la mujer en una sociedad excesivamente inclinada a una postura de superioridad del varón. En definitiva, una adelantada de su tiempo.