El evangelio de Juan fue escrito para un grupo de cristianos de lengua y cultura griega. Una comunidad de creyentes tentada de amar a Dios y a la vez capaz de olvidarse de amar al prójimo, de creer en Dios más desde la mente que desde el corazón. En la lectura del evangelio de este tercer domingo de Adviento, el evangelista, pensando en aquellos primeros cristianos, presenta a Juan el “Bautista” desde la humildad, desde la sencillez del hombre que se limita a ser “testigo de la luz”, de aquél que tiene conciencia de que su misión no es otra que transparentar la bondad de un Dios que quiere hacerse presente en medio de la humanidad dolorida…

En aquel tiempo, en el pueblo de Israel, hambriento de justicia mesiánica, surgieron falsos profetas tentados por el poder y el prestigio. En ese contexto Juan fue consciente de su identidad. Él no es el Mesías esperado, tampoco se siente un profeta. Simplemente se define como una voz que grita en el desierto con la intención de preparar el camino al Señor…

El evangelio de este domingo es toda una invitación a tomar conciencia de cómo vivimos nuestro cristianismo… ¿Vivimos una fe autosuficiente, excesivamente ligada a los saberes y poco comprometida como aquellos primeros cristianos griegos? ¿Cuando anunciamos el Evangelio anunciamos a Jesús de Nazareth o nos anunciamos a nosotros mismos? ¿Nuestra forma de vivir transparenta la luz de Dios o contribuye a ocultarla? Juan el “Bautista” es un modelo para todos los que nos sentimos creyentes.

Jn 1,6-8.19-28
Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios envió como testigo, para que diera testimonio de la luz y para que todos creyesen por medio de él. Juan no era la luz, sino uno enviado a dar testimonio de la luz.
Los judíos de Jerusalén enviaron sacerdotes y levitas a Juan, a preguntarle quién era. Y él confesó claramente:
–Yo no soy el Mesías.
Le volvieron a preguntar:
–¿Quién eres, pues? ¿El profeta Elías?
Juan dijo:
–No lo soy.
Ellos insistieron:
–Entonces, ¿eres el profeta que había de venir?
Contestó:
–No.
Le dijeron:
– ¿Quién eres, pues? Tenemos que llevar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué puedes decirnos acerca de ti mismo?
Juan les contestó:
–Yo soy, como dijo el profeta Isaías,‘Una voz que grita en el desierto:
¡Abrid un camino recto para el Señor!’
Los que habían sido enviados por los fariseos a hablar con Juan, le preguntaron:
–Pues si no eres el Mesías ni Elías ni el profeta, ¿por qué bautizas?
Juan les contestó:
–Yo bautizo con agua, pero entre vosotros hay uno que no conocéis: ese es el que viene después de mí. Yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias.Todo esto sucedió en el lugar llamado Betania, al oriente del río Jordán, donde Juan estaba bautizando.