Editorial: Sal Terrae, Santander, 2020, 191 pp.
Josep Otón, es doctor en historia y profesor en el Instituto de Ciencias Religiosas de Barcelona. Tiene una preocupación al hilo de los jóvenes que reivindican una experiencia espiritual para hoy. Y es que frente al sentimiento de lo que sucede (y digo sentimiento porque lo que se vive está más rodeado de sentimiento que de razón), teme que todo se quede en nada si “…esas propuestas e iniciativas pastorales no van acompañadas de una formación que apuntale conceptualmente dichas vivencias y mueva a la conversión y al compromiso en la transformación del mundo…” (Pág. 15)
El riesgo, por lo tanto, es grande en nuestro quehacer pastoral. Por eso, el autor va recorriendo ese camino que hace casar lo intelectual con lo vivencial para que ambos elementos del vivir cristiano no se queden aislados haciendo un flaco favor a la experiencia cristiana. Por eso, irá recorriendo el camino de ese retorno a la espiritualidad desde lo más amplio (la religión en la postmodernidad, del capítulo primero) a ir desarrollando hitos diversos que enlazan con el papel de Dios en la creación o lo que significa la experiencia del Tabor (capítulo cuarto), como una experiencia particular. O lo que el autor llama Jerusalén (capítulo quinto) como una reflexión con las experiencias que se dan en medio de la multitud.
No podía por menos de tocar el tema del “Deus absconditus” que le corresponde vivir a la sociedad actual; y más, martirizada por los maestros de la sospecha o de aquellos pensadores modernos que declaran vivir una crisis religiosa (Mario Benedetti) y de cómo plantean ese obscurecerse de Dios.
Al final, después de leer el libro, las cosas no pueden ser como al principio pues nos invita a recorrer un camino (capítulo séptimo y último) que invita a descubrir la presencia de Dios en lo escondido de la realidad. Seguramente, el Espíritu, al que el autor lleva a poner como auténtico Dios escondido, será el que mueva los hilos para hacernos entender cómo ese Dios escondido es posible verlo en la realidad de nuestro mundo, incluso en medio de la pandemia del COVID-19, cuando el libro ha sido escrito.
No cabe duda de que la cosmovisión religiosa del mundo que heredamos de siglos pasados no encaja con lo vivido hoy, donde se han desmitologizado muchas concepciones, donde la idea de una Dios creador o relojero ha dejado de tener sentido para armonizar la fe con la secularidad. Y hoy se encuentra el cristiano en una especie de callejón sin salida si sigue poniendo como fundamento de su vida religiosa conceptos, vivencias o experiencias del pasado que ya no concuerdan con una visión que parece conducir, como dice el autor, a un “colapso religioso”.
Con todo, la confianza ciega en la ciencia y en la técnica y los desastres del siglo XX ponen en duda esa especie de salvación automática que pronosticaba la modernidad. Y llegó la postmodernidad con su pensamiento débil, donde se caen todos los relatos, donde lo fragmentario tomó peso y donde la provisionalidad fue campando por sus fueros en nuestro pensar y en nuestro vivir. Todo esto, ¿hace pensar en un retorno de lo religioso, de lo espiritual, de una acogida mayor al hecho religioso? Las generaciones jóvenes, que se ven atrapadas en un sistema racional a ultranza, recelan de ello pues son nacidos en la postmodernidad. ¿Cómo encontrar algo más sutil que dé sentido a su existencia?
Desde aquí, con esa necesidad de “retorno a lo sagrado”, surgen muchas formas de hacerlo posible, basado ese camino en la experiencia. Y el problema puede venir por el “consumo experiencial”, que aflore en lo que yo siento, como base de una vivencia espiritual, prescindiendo de todo trasfondo racional que, por otro lado, no puede faltar, pues de lo contrario, se genera un sincretismo que no tiene raíces sólidas.
La Iglesia, con tantos años a sus espaldas, puede sentir que todo esto “no va con ella”, que “ya pasará” todo y volveremos a la premodernidad. Pero parece que, lo mismo que la pandemia, esta concepción del mundo, de lo religioso, de lo espiritual, ha venido para quedarse y obliga a una forma diferente de relación del cristiano con otras confesiones, otras espiritualidades, donde sea posible -aquí está el reto- de conjugar la dimensión experiencial con el compromiso vital que conlleva una fe razonada y experimentada. Por eso, a lo largo de los diferentes capítulos, el autor nos va llevando a cómo interpretar lo que se vive, razonarlo, para experimentar (desde lo que tiene de experiencia como saber acumulado), que conoce dónde poner el acento para no llevarse a engaño. Con todo, negar la experiencia de Dios (“si lo experimentas, no es Dios”, parafraseando a San Agustín), puede llevar a negar la revelación como espacio donde Dios se manifiesta. Y si esto es así, puede, como dice el autor, “abocar al cristianismo a su disolución”.
Con todo, la fe cristiana parece estar entre dos polos: lo que uno ha vivido como experiencia y el de la confianza en lo que te han contado otros. No cabe duda de que los textos bíblicos pueden dar origen a interpretaciones diferentes, en algunos casos impregnadas de intereses personales; ya que la experiencia no es todo, pero sin experiencia, el cristianismo es nada, pero una experiencia que suscite la fe (compromiso, conversión, apertura al Otro y a los otros) y no solo sentimiento, pues éste puede resultar engañoso.
El autor va haciendo en muchos momentos referencias a Simone Weil, quien a través del testimonio de su vida y de sus escritos, canaliza muchas de las afirmaciones del autor y le sirve de refrendo de su reflexión. Así, por ejemplo, toda experiencia revela, pero también oculta partes de la realidad. Por eso, la experiencia religiosa tiene a la vez ese carácter ambivalente que no invalida nada. Por eso, leer el libro nos desvela que la fe sin experiencia, se enfría, Pero la sola experiencia sin fe, puede caer en sentimentalismo.
Al final, nos permite el autor recordar que “… conectar las vivencias personales en un marco interpretativo articulada por una tradición las transforma en un testimonio de fe de lo que ha pasado. Pero también se convierte en testamento, un legado que se puede transmitir a los demás…” (Pág. 185).
Libro pues apropiado para los que se preguntan por su fe, por cómo hacerla real, experiencial, así como aquellos que tienen el encargo pastoral de ir descubriendo a los demás cómo se revela el Dios de Jesús. Experiencia, fe, compromiso, interpretación adecuada de las escrituras se revelan como caminos a explorar en la vivencia de la fe cristiana.