Reflexión preparada por Ana Fons y Arantxa Vilar (Adoratrices)
El domingo anterior el evangelio nos llevaba al desierto, lugar en el que Dios nos invita a descubrirnos a nosotros mismos.
Después de este desierto, Jesús hoy nos lleva a la MONTAÑA, lugar donde Dios nos invita a descubrir quién es El para darnos plenitud.
Como vemos en el evangelio, somos llevados como los discípulos a una montaña alta, que requiere de nuestro esfuerzo y voluntad.
En medio de nuestra cotidianidad, de los quehaceres rutinarios, el desánimo… tenemos que dejarnos llevar por le deseo de estar con Él.
¿Priorizo en mi vida la relación, el encuentro, con Dios?
Cuando alcanzamos la cubre, en la intimidad, Jesús se da a conocer como el Hijo amado, tras sus años de entrega, signos, parábolas, y camino a Jerusalén, Dios le sostiene y afianza la esperanza de los que son testigos. Cuando somos atraídos a la cumbre y dejamos que Dios nos desborde podemos escuchar, podemos confirmar, que somos Hijos e Hijas de Dios.
¿Me reconozco como hijo e hija de Dios?
Tras experiencias gratas, desbordantes, nos sentimos seducidos a permanecer unidos a Él y Jesús nos invita a hacerlo desde el compromiso, a descender a la realidad concreta sintiéndonos hermanos y hermanas desde nuestro sabernos HIJOS.
Volvemos a nuestra rutina con la huella que él ha dejado en nuestro interior, la que transforma nuestra mirada, nuestro quehacer, nuestro decir,…
¿Que huella de Dios manifiesto en mi vida?
Mc 9, 2-10
Seis días después, Jesús se fue a un monte alto, llevando con él solamente a Pedro, Santiago y Juan. Allí, en presencia de ellos, cambió la apariencia de Jesús. Sus ropas se volvieron brillantes y blancas, como nadie podría dejarlas por mucho que las lavara. Y vieron a Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro le dijo a Jesús:
–Maestro, ¡qué bien que estemos aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Es que los discípulos estaban asustados y Pedro no sabía qué decir. En esto vino una nube que los envolvió en su sombra. Y de la nube salió una voz:
–Este es mi Hijo amado. Escuchadle.
Al momento, al mirar a su alrededor, ya no vieron a nadie con ellos, sino sólo a Jesús.
Mientras bajaban del monte les encargó Jesús que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado. Así que guardaron el secreto entre ellos, aunque se preguntaban qué sería eso de resucitar.