Aranguren G, L. San Romero de los derechos humanos. Lecciones éticas, desafío educativo, San Pablo, Madrid, 2017, 237 pp
Decididamente, no es un libro para leer de seguido, sino para saborear poco a poco, como los grandes “caldos”, donde gota a gota, el paladeo de la lectura va dejando caer en el corazón del lector lo que Romero dijo e hizo y se va sintiendo trasportado no solo a aquel día 24 de marzo de 1980, sino a la historia anterior desde donde se fue gestando todo el acontecimiento de denuncia y muerte de Monseñor Romero.
El libro nace, como dice el autor, a partir de una invitación que recibió para pronunciar una conferencia en San Salvador, el 16 de agosto de 2017, en el Foro Internacional que se celebró en esa ciudad, con motivo del centenario del nacimiento de Oscar Romero.
Los años que van de 1977 a 1980, fueron tres años muy duros, los que van desde la muerte de Rutilio Grande, el 12 de marzo de 1977 hasta marzo de 1980, cuando fue asesinado Monseñor Romero. Y a lo largo de ese tiempo, se van desgranando palabras y discursos, denuncia y vida de Romero. Unos años de muchas homilías en la catedral, con una incidencia notable en la represión que sufre el pueblo, en el saqueo de los derechos humanos por las oligarquías del país, en la suma de muertos y desaparecidos que le llevan a Romero a no callar su voz frente a la barbarie que se está cometiendo.
El libro no es una biografía de Monseñor Romero. El autor lo que ha pretendido es traer a la memoria lo que ocurrió en aquellos tres años, pero que tenían su preludio en muchos años anteriores de desmanes y que “explotan” de una manera vital, comprometida y denunciadora en boca de Romero, aun cuando Monseñor Romero no fue, en años anteriores a la muerte de Rutilio Grande, un acérrimo defensor de los derechos humanos. Pero esa muerte, cambió su vida de manera radical. Y fruto de todo ello, surgen las homilías, los discursos y las palabras que Romero pronuncia y que jalonan muchas de las páginas del libro.
El libro pretende incidir en algo que el autor llama “el acontecimiento Romero”, su incidencia en el pueblo y su sentido universal aplicable a otras latitudes. Con ello el autor quiere recalcar algo que pretende darle a su obra: un carácter educativo y la posibilidad de que sirva como reflexión a grupos y comunidades; y, desde ahí, preguntarse si puede “universalizarse” el pensamiento de Romero y su acción para otros lugares.
Mucha gente del pueblo reconoce a Romero como “San Romero de los pobres”. Negarlo sería hacer un flaco favor a la historia sencilla de un pastor, fundido con la trayectoria sufriente, herida, maltratada de su pueblo salvadoreño y que tiene su expresión más fehaciente en las fechas reseñadas arriba. Una aventura donde la teología y la historia se hermanan para no dejar indiferente a nadie.
El libro se abre, en un primer momento, reflejando el contexto en el que vive Romero, como algo necesario para no magnificar su figura de entrada y situarla donde se debe. A partir de este primer momento, se despliegan cuatro lecciones y un apéndice como reflejo del hoy. Las cuatro lecciones hacen mención al rostro, al pueblo, a la humanidad y a la autoridad moral. Y termina con un apéndice que es un guiño al hoy, siempre actual: “Romero y Francisco (papa), dos caras de una misma pasión”.
Cada capítulo del libro va regado de textos entresacados muchos de ellos de las homilías de Romero proclamadas cada domingo en la catedral. Con frecuencia, son expresiones duras, como duro es el contexto en que está viviendo el pueblo salvadoreño en estas fechas; pero que no merman un ápice la valentía de Romero, un hombre al principio de su ministerio apocado y con cierta connivencia con el poder para, después del asesinato de Rutilio, comenzar una nueva etapa en la vida que se traduce en testimonio, palabra y entrega de la propia vida, hasta morir asesinado ese 24 de marzo de 1980.
El rostro que habla y donde los sentidos cobran fuerza para oler, palpar, tocar, mirar la realidad del pueblo y su dolor. Romero se hace cargo de esa realidad (“había estado ciego”, dice en algún momento de su vida cuando recuerda su pasado) y aunque sea difícil cambiarla, sí hay soluciones cuando el corazón se ve afectado, indignado, dolido y con propuestas de cambio personal.
Un pueblo que vive en la miseria y en la injusticia y que le lleva a Romero a vivir una “espiritualidad de toma de conciencia”, de compromiso con el pueblo, en esa llamada a organizarse para defender los derechos, pues, como dice “… el pobre es el que carece de la posibilidad de tener posibilidades…” y que le lleva a vislumbrar un nuevo concepto de la historia: un modo de estar en la realidad transformándola.
Una humanización para desarrollar una pedagogía de los sentidos que huela, capte, toque, vea y escuche la realidad para acabar con la violencia y la usurpación de derechos. Y para ello, hacen falta educadores que sepan hacer esto y no se plieguen a lo de siempre, a lo que quiere el poder, sino que despierten las conciencias de sus educandos para convertirse en protagonistas del cambio social.
Y una autoridad moral que se desprende de la coherencia de vida y de palabra, de la credibilidad de un mensaje que va acompañado por un estilo de vida y cuya palabra ya no suena a palabrería barata, sino a devolverle al pueblo la palabra que le han quitado los poderosos.
Termina el libro con ese guiño a Romero y Francisco, dos caracteres similares, apuntando e insistiendo en algunos aspectos donde las palabras de uno y otro suenan muy comunes en temas diversos: el cuidado del planeta, en una Iglesia muy inmovilista que debe cambiar en su servicio comprometido a los pobres, en un diálogo abierto con los no creyentes, creer en la fuerza en los movimientos populares (sin absolutizarse), etc.
Al final, suena como un grito, que en el prólogo recoge también Pepa Torres y que el propio autor destaca en el epílogo: ¡Romero vive! Desde aquí, el compromiso de saber ver, saber estar y saber transformar la realidad injusta, aunque sea a fuego lento, es el compromiso al que invita el autor, luego de haberse dejado empapar por la vida, el carácter, las palabras y el martirio de Oscar Romero.