“Los Hermanos, consagrados a la Santísima Trinidad, viven asociados para la misión.
Su vida fraterna en comunidad es un don del Espíritu Santo que conduce a cada uno a superar el repliegue sobre sí. Al acoger este don, la comunidad desarrolla una espiritualidad de comunión.”

Regla 71

“En el desarrollo de la asociación con los hombres y mujeres que caminan con ellos, y que se reconocen hoy como hijos e hijas de Juan Bautista de La Salle, los Hermanos ven un signo de los tiempos que les llena de esperanza.
En consecuencia, se sienten portadores de la especial responsabilidad de compartir esta herencia pedagógica y espiritual con todos aquellos con quienes trabajan. A través de esa experiencia reconocen las llamadas que el Espíritu les dirige para ser Hermanos hoy”.

Regla 157

“Señor, ábreme los labios” (Sal 50)
Y nuestros labios se abren,
pero repiten las mismas frases,
una y otra vez.

Encadenamos largos rezos,
-la mayoría del Antiguo Testamento-
con demasiada prisa
y con poca unción.

Los salmos en la página 324,
las antífonas en la 756,
y la oración de los fieles en la 189.

“Cantadle al Señor un cántico nuevo” (Sal 33, 3) decimos,
¿pero realmente Dios estoy sintiendo
que Dios está haciendo algo nuevo en mi vida?

“Tus acciones, Señor, son mi alegría” (Sal 91)
proclamamos con voz apagada y anodina.

“Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal 117)
Y con nuestra actitud hacemos tan sosa nuestra oración…
le quitamos todo valor poético.

“Señor, escucha mi oración;
tú, que eres fiel, atiende a mi súplica” (Sal 142)
Pero no nos sale de dentro,
ninguna súplica que no sea la pre-escrita,
ninguna queja de verdad.

“Te daremos gracias siempre,
contaremos tus alabanzas” (Sal 79)
Pero no expresamos nunca
las alabanzas y las maravillas
que Dios está haciendo en nosotros.

Es como si para comer
nos alimentáramos siempre
a base de latas de conserva.
Todo precocinado, todo prefabricado.

Es verdad que no morimos de hambre,
pero tampoco gustamos de la cocina.
Aburrimos a los que invitamos
a comer de nuestro menú espiritual.

Vibramos poco con lo que rezamos,
apenas preparamos nuestras oraciones.
Dudamos de convocar a nuestra oración
a jóvenes y colaboradores.

“Señor, ábreme los labios”
para expresar realmente
lo que pasa por mi corazón.

“En la asamblea bendeciré al Señor” (Sal 25)
Y compartiré en comunidad
las bendiciones con las que Dios
cada día me regala.

“Hablaré del Señor a la generación futura,
contaré su justicia” (Sal 21)
Y lo comunicaré con creatividad,
me expresaré con nuevos versos,
utilizaré gestos e imágenes,
inventaré salmos.

“Danos vida, para que invoquemos tu nombre.
que brille tu rostro y nos salve” (Sal 79) para contagiar la riqueza
de tu presencia viva en nuestra comunidad.

Dice el Señor:
“Yo hago nuevas todas las cosas.” Ap 21, 5)
Inspíranos para recrear nuestra oración.
Que dance tu Espíritu,
que dance tu Espíritu en cada uno de nosotros.

Hno. Paco Chiva