“PERDÓN”

“No temas, que te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mío. Cuando cruces las aguas caudalosas, yo estaré contigo, la corriente no te anegará; cuando pases por el fuego, la llama no te abrasará… porque te aprecio y eres valioso para mí y yo te quiero… no temas que estoy contigo… como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo”

Is 43,1-5 y 66,13

En la medida que me dejo llenar por Dios y siento su proximidad, noto como la vida bulle en mí con una vitalidad diferente. Experimento una alegría de difícil explicación que me empuja aún más a hacer felices a los demás.

Lejos de una huida, el viaje hacia “mi Ítaca” es una búsqueda de mi mismo. Para encontrarme he de buscarme, he de querer y tener la voluntad de ponerme en camino para ir siempre “más lejos” como canta Lluis Llach. No sólo descubrir mis notas desafinadas, que también, sino de querer afinarlas conforme a la música de Dios.

Hoy he escuchado con atención historias de los primeros hermanos canadienses que llegaron a la isla. Hace ya 40 años. No me resulta difícil imaginar cómo llegaron, en qué condiciones vivieron y con qué fuerza interior lucharon para dejar la herencia que puedo comprobar. Escucho nombres e historias. De manera especial y continuada se nombra al Hno. Bruno. Debió ser carismático, dinámico y resueltamente entregado y creativo. También escucho las debilidades y los fracasos históricos que tuvieron. Me vienen a la mente mis muchas debilidades. Unas vividas desde el fondo de mi mismo y otras compartidas o conocidas por mi entorno o parte del mismo.

Comparto con el H. Carlos algunas de sus experiencias fuertes vividas en sus cuatros años de Tortuga. Vuelven a mi mente tribulaciones, dudas, desaciertos… polvo acumulado en la medida que ha ido avanzando mi edad… ¡rozando los 60!

Uno de los edificios, pequeñito en este caso pero grande en experiencias vividas y celebradas, es la capilla. Un sencillo edificio pentagonal (como el centro de la estrella lasaliana) situado en medio del jardín de la comunidad. Después de tanta palabra e historia de vida, siento la necesidad de estar a solas. A ella acudo. Un sencillo altar en el centro de la misma, en el rincón de la derecha el sagrario de forma piramidal, una Virgen de tamaño natural a la izquierda y algunas imágenes del Fundador… como no podía faltar. En el Centro la Biblia abierta, esperando… siempre esperando a compartir su palabra que es vida… para quien quiere escuchar.

Llego y acudo directamente a ella. Está abierta por el texto de Isaías que inicia esta reflexión. ¿Casualidad? Todo en la vida puede ser casualidad o no. Lo cierto es que al leerlo necesito retomar las historias escuchadas a lo largo del día. Me dejo confrontar por ellas y por ella. Vuelvo a mis miserias… o a mi falta de amor, mi pecado. ¡Tantas veces que he querido sucumbir a las ofertas tentadoras de quien quiere ser no sólo como Dios sino más que Dios!

Mis tentaciones, creer que uno todo lo puede. Que no necesita de nadie, ni de Dios. Ver la debilidad como algo negativo nos aleja de los demás y, sin duda, del mismo Dios. Dios, precisamente se nos muestra en nuestro abatimiento y los amigos, los amigos amigos, se nos identifican en nuestras desolaciones. No, ni todo lo puedo, ni puedo vivir mi autonomía desde la autosuficiencia complaciente. Sereno mi espíritu, escucho los ecos de esta palabra que se me manifiesta hoy…

Mis miedos, mis angustias con las que he viajado a “Ítaca-Tortuga”, noto como van desapareciendo por la fuerza de quien me ha llamado, de quien camina conmigo. Ni las fieras, ni las tormentas que también acompañaron a Ulises en su regreso a Ítaca, y a Jesús en su camino del Gólgota, y a Juan de La Salle en su “destierro” a Parmenia… son ajenas a Dios Padre que, por medio del Espíritu, me consuelan e impiden hundirme en la zozobra de la travesía.

Sin duda, el viaje vale la pena. Experimentar la propia limitación nos abre a sentirnos perdonados, a perdonar y en consecuencia, nos hace crecer por dentro.

Recorren por mi mente los rostros arrugados de las mujeres con las que me cruzo al ir a misa, arrugadas pero siempre con su sonriente “Bonjour Fle” (Buenos días, Hermano), la sonrisa pletórica de nuestros niños aun cuando apenas tiene un plato al día de qué comer, la cordialidad diaria del joven Bob y de Denys Fénelus que nos ayuda en la coordinación de nuestras escuelas… para ellos no existen dolores de cabeza o desesperos porque quien lucha por sobrevivir diariamente no tiene tiempo para más. Me digo… ¡qué injusta es la vida! ¿Y de qué me quejo?

Es Adviento. ¡A ponerse las pilas toca!

Venimos de Dios. Es él quien nos ha llamado, ha pronunciado cada uno de nuestros nombres, del mío y del tuyo… nos salva, redime y evita que nos abrasemos en el fuego de nuestras propias limitaciones e incoherencias sabiendo como nos dice San Juan Bta de La Salle que “no es posible vencerse sin conocerse” MF 97,2. Este tiempo litúrgico nos puede ayudar un poco más a conocernos si nos dejamos confrontar por la Palabra y si queremos, claro está.

Y siendo así, me siento dispuesto y reconfortado, me siento purificado y disponible a entregarme a los demás y ayudarles en la medida de mis posibilidades porque “El Dios de todo consuelo nos conforta en cualquier tribulación, para que nosotros, en virtud del alivio que recibimos de Dios, consolemos a los que pasan cualquier tribulación” 2 Cor 1,3-4.

¡Perdón!

Nada más, perdón.