Cuando escribo esta entrada es día 1 de enero. Día donde parece que tienen que empezar a cumplirse, al menos de manera inicial, todos esos buenos deseos que hemos escrito o enviado a través de alguno de los medios a nuestro alcance.
Y para colmo, de nuevo nos golpea el terror. Un terror que no nos quitamos de encima y donde parece que, cada uno, es dueño y señor de las vidas de otros. Triste mundo en el que vivimos que hemos hecho de la vida de otros, juguete a capricho de unos pocos, sean tarados o luche, según dicen, por unos ideales que no comprendemos.
Y, en medio de tanto dolor, destrucción, vidas rotas, familias acaso cercenadas por la barbarie, surge el uno de enero como Jornada Mundial de la Paz. Así lo proclama la Iglesia desde los lejanos días de 1967, cuando el Papa Pablo VI comenzó esta andadura del nuevo año instituyendo hoy este día. Han pasado ya cincuenta años desde la primera celebración. Bodas de Oro de un mensaje que sigue resonando en el corazón de todos los hombres de bien.
A lo largo de los años, siempre el primero de enero, venía como un aldabonazo a recordarnos el trabajo incesante por la paz. Con matices diversos, con insistencias variadas, con reclamos diferentes en cada ocasión y que nos iban conduciendo desde los primeros momentos del nuevo año hacia un trabajo y un esfuerzo por la paz.
Acaso nos sonara un poco a “música celestial” tanto mensaje e insistir en algo tan precario y tan débil como construir la paz. Pero no cabe duda de que el empeño y el camino estaba trazado, para todos aquellos a los que nos gusta un mundo diferente, donde las personas podamos vivir de manera pacífica, desarrollando nuestras cualidades y conviviendo amigablemente unos con otros, sean de credo, raza o sexo diferente al nuestro.
Así, este 1 de enero de 2017, el Papa Francisco, llevado también por el afán de sus predecesores, ha puesto el dedo en la llaga y ha acentuado este día como el día para seguir trabajando por la no violencia y por la paz, cuando le da a este día el eslogan de “La no violencia: un estilo de política para la paz”.
Se nos invita a un esfuerzo denodado por trabajar por sembrar paz allá en nuestros ambientes: familia, comunidades, amigos, lugares de trabajo… haciendo de la no violencia (con qué facilidad esgrimimos una justificación para echar en cara agresivamente lo que otros hacen mal, descargando con violencia nuestra ira, ya sea con palabras, gestos o acciones que llevan un marchamo de agresividad insultante) un camino para la paz.
Y algo de cosecha personal y experiencia. El día 1 de enero, ayudé a una viejita a cruzar la calle porque íbamos a la Eucaristía de la fiesta al mismo lugar. Una persona sencilla, frágil en su andar, confiada en que otros le ayudaran a cruzar la calle y, si era posible, conducirla hasta la Iglesia. Y se topó conmigo. Le di mi brazo para que se apoyara y la conduje a la Iglesia. Una persona dulce en su hablar y agradecida a más no poder por ese pequeño gesto de ponerla en el primer banco de la iglesia. Pensé, luego: ¿Cómo no trabajar por la paz, por la armonía, por la sana convivencia si hay personas que te devuelven, con inmensa ternura en su voz, su “gracias, señor” el pequeño gesto del acompañamiento?
Acaso, alguno/a al leer esto último, piense que soy un sentimental y que me ablando por casi nada. Pero, ¿no será más fácil tener el corazón abierto, siendo sencillo, ofreciendo espacios de paz, aunque nos tachen de sentimentales, que pretender ser fuertes, comerse el mundo a base de gritos o ejercitando la violencia contra otros…?
Prefiero pasar por lo primero e invitaros a vivir con sosiego, con un trabajo activo por la paz este nuevo año que se nos da como regalo. Y en medio de nuestras preocupaciones y anhelos, tangamos un momento para seguir haciendo, con otros, para otros el regalo de la paz, tan necesitado en nuestro mundo, haciendo realidad eso que se proclama, desde la primera lectura del la Eucaristía del 1 de enero: «... El Señor se fije en ti y te conceda la paz»
¿Vamos a ello? ¡Ojalá! ¡Feliz Año Nuevo!