Autor: Espeja, Jesús y Díaz Sariego, J.

Editorial: EDIBESA, Madrid, 2020.
206 páginas.
ISBN: 9788417204365

Los autores, dominicos ambos, nos ofrecen este libro para poder disfrutar de su lectura. Pudiera parecer que el tema tratado, la revelación en su conjunto, se pudiera hacer árido por su contenido… pero logran con un lenguaje sencillo, bajar a la arena de cada día para hacernos entender que “eso de la revelación” se comprende mejor cuando se mira alrededor y, sobre todo, cuando no se pierde vista la persona de Jesús, que aclara muchas de las cosas que quedan en lo oscuro del tema.

Sí, porque el problema es cómo transmitir el Evangelio hoy, en un lenguaje inteligible, atractivo para la gente de nuestro tiempo, sin desvirtuar lo que tiene de profundo, de revelador, de sugerente… que sea Palabra con sentido y con fuerza para la vida de cada uno.

Es cierto que nos encontramos en una sociedad marcada por la prisa, por la sed de novedades, por la inmediatez en las respuestas que hacen que muchas cosas de valor pasen desapercibidas cuando requieren paciencia, sosiego, trayectoria para poderlas ver en su profundidad. Y así, puede ocurrir con la palabra de Dios, con Dios mismo que se revela, que por no poder tocar inmediatamente o por vivir todavía con el peso de una historia que ha hecho que lo de “arriba” (Dios, cielo, Iglesia, etc.) caiga sobre lo de “abajo” (la vida ordinaria, los problemas de cada día, la persona humana, etc.) sin mayores discusiones, originan una pérdida de profundidad o de trascendencia (en el sentido importante) que hacen irrelevante cuestiones que para el hombre y la mujer de hoy pueden ser importantes.

El propio título del libro ya denota una trayectoria que los propios autores diseñan al comienzo del libro: “… cómo hacer para transmitir el Evangelio en una sociedad cada vez más emancipada de la tutela religiosa, aunque la seducción de lo sagrado rebrota en muchos ámbitos…” (pág. 9). O sea, cómo acercar la palabra de Dios que, en muchas ocasiones se ha visto como “algo del más allá” a lenguajes de aquí, cercanos, humanos que sea comprensible para las personas de este siglo.

Todo ello hace volver los ojos a cómo se ha dado la revelación de Dios a los hombres, qué ha supuesto (en los casos en los que no se ha entendido de manera correcta) y qué importancia cobran no sólo los lenguajes en los que se expresa esta revelación, sino quién nos ha revelado de manera total (Jesús de Nazaret) para comprender mejor a Dios Padre, origen de toda Palabra.

Por eso los autores del libro insisten en el papel mediador de Jesús y el papel también importante que tuvieron los primeros cristianos del acontecimiento Jesús, con su vida, muerte y resurrección desde una realidad experiencial, no tanto ideológica o de razón. Es decir, la experiencia de los primeros cristianos marcará una forma de interpretación que dará origen a todo un camino de transmisión de la fe, recogido en la tradición de las sucesivas comunidades cristianas. Desde ahí, se advierte que lo que en un momento se expresó con unas categorías determinadas, propias del tiempo, ahora se necesita adecuar su expresión para que, sin perder el hondo contenido que tiene lo que Dios quiere revelar, se adapte al lenguaje de hoy para ser comprensible.

El libro tiene cuatro capítulos: Revelación y fe cristiana (1); Dios Padre, comienzo y origen de la revelación (2); Palabra encarnada: el Hijo (3); la revelación continúa gracias al Espíritu (4). Queda un último capítulo (5), que los autores, dominicos como decíamos, no podían obviar desde el punto de vista particular de la predicación cuando señalan que, partiendo de una sociedad laica y plural, la Iglesia debe saberse situar (dentro del mundo) y ofrecer su buen trabajado anhelo de servicio a la comunidad humana.

En un momento de su exposición, detallan que “… le fe cristiana como virtud teologal solo puede terminar en Dios que es la roca firme y la Iglesia que es su criatura. Sin embargo, la fe cristiana, revelada en la conducta histórica de Jesús, se realiza eclesialmente gracias a la Iglesia, como comunidad de creyentes que es quien asegura, asienta y purifica nuestra fe …” (pág. 163).

Termina el libro señalando algunos criterios para la evangelización que son buenos para catequistas, animadores de grupos cristianos, párrocos, obispos, etc. cuando abundan en escuchar y proponer más que en imponer; dar prioridad a la experiencia vivida de la fe y no tanto basarse en conocimientos (aprendidos en un catecismo); la práctica de la fraternidad contra todo riesgo real de exclusión del diferente, del migrante y, finalmente, creer en la Iglesia como madre, que es con sus dudas y vacilaciones, la que nos ha transmitido la fe desde el acontecimiento Jesús.

El libro tiene su hondura, pero no es difícil la lectura para aquellos acostumbrados ya a batallar con este tipo de temas. Aferrarse a tradiciones o contenidos dogmáticos no nos conduce a nada, sino solo a ser más intolerantes. De ahí que, como Dios hoy sigue hablando a través de su Palabra, se necesita estar atentos para saber discernir cómo descubrir esa manifestación de Dios, para luego saberla expresar con nuestro lenguaje, y que esto no puede hacerse al margen de la comunidad creyente. Eso no es desvirtuar la revelación, sino descubrir, como siempre ha sido, desde los primeros tiempos, que la Palabra de Dios se expresa en lenguaje humano. No podía ser de otra manera para ser entendido.