Inspirado en el libro de Gauthier, Jacques: Orar con el cuerpo. Ediciones mensajero. Bilbao 2008. ofrezco una serie de pistas para la oración personal y comunitaria haciéndonos conscientes de nuestro cuerpo.
En primer lugar, trato de llamar la atención sobre lo cerebrales que solemos ser a la hora de expresar nuestra fe, y quiero invitar a ser más creativos.
En segundo lugar, insisto en la importancia de fijar, encarnar, aterrizar en gestos, hacer liturgia, de manera personalizada… al fin y al cabo necesitamos corporalizar, encarnar, la oración. Cada cual puede experimentar y decidir qué gestos utilizará para conectarse (asociará al momento de oración). Obviamente, no es el gesto el que nos conecta (eso sería magia), pero ayuda a convertir la oración en hábito.
Orar con la respiración:
Es el principal medio para llegar a relajarse y al silencio. Además, en todas las tradiciones religiosas.
En la Biblia, aliento y espíritu son la misma palabra: respirar y sentir el espíritu van de la mano.
Toda célula de nuestro cuerpo recibe el aliento, el oxígeno, así como cada ser es creatura divina.
Nos hace caer en la cuenta de que estamos sumergidos en el misterio. Somos una gota en medio del océano.
La respiración nos introduce en lo espiritual. Nos distancia de nuestras necesidades y preocupaciones, crea un vacío. El cuerpo nos conecta con lo espiritual.
No vale cualquier manera de respirar: Practicar la respiración diafragmática, inspirar por la nariz bajando el diafragma, expulsar el aire lentamente por la boca. Colocar las manos sobre el abdomen, notar cómo el aire nos llena. Dedicarle unos minutos a sentir la respiración.
Orar de pie:
Estar de pie es signo de equilibrio y dignidad. La cara a la altura del misterio, nuestra humanidad asomándose a la altura divina.
Simboliza la verticalidad de la oración, dirigida a Dios.
Plantados sobre la tierra de nuestra humanidad, los pies nos unen humildemente a la tierra. Si estamos descalzos, contactamos con la materia de la que estamos hechos.
Podemos pasear, deambular, descalzos sobre la hierba, sobre la tierra…
Significa estar disponibles, esperar, desear el encuentro, vigilar su venida.
Evoca la resurrección: despertarse, levantarse.
Con los brazos, podemos levantarlos para abrazar la creación, o dejarlos caídos como signo de receptividad.
Con las manos podemos expresar varias actitudes: levantadas al cielo para pedir, cruzadas ante el pecho para agradecer, juntas para reconocer su presencia, con las palmas abiertas para acoger.
Con la danza podemos coordinar postura y gestos para crear liturgia personal y comunitaria.
Orar de rodillas o inclinados:
Es signo de humildad y limitación. Sentirse desbordados, rotos y carentes.
Para reconocernos amados por lo que nos supera.
Actitud de fe por excelencia, actitud de sumisión (oración musulmana).
Predisposición y gesto de pedir perdón.
A veces puede representar un dominio exterior rechazable, autoritarismo o dependencia.(Funciona como alternativa: profunda inclinación, o sentarse sobre los talones)
Cristo se arrodilló para lavar los pies de sus discípulos. Jn 13, 5.
Cristo se arrodilló, humillado y roto en Getsemaní. Mt 26, 39
La pecadora enjuagó, de rodillas, con sus lágrimas los pies de Jesús. Lc 7, 38
Orar sentados:
Tiempo para escuchar, recibir.
Tiempo de reposo, de paz, de contemplación.
Y tiempo para comunicar, expresarse, compartir la fe.orar11
Postura para tomarse tiempo y permanecer inmóvil.
Es apropiado sentarse con la espalda vertical, piernas en reposo sobre el suelo, cabeza en la vertical de la espalda. Con los brazos y manos sobre los muslos. No suele funcionar tener la espalda inclinada, sentarse un sofá, o tumbarse en la cama.
Para contemplar un icono, una vela, una imagen.
Leer un fragmento de la Biblia, depositarla frente a uno mismo… y meditar.
Escuchar música y meditar.
Orar ayunando:
Practico el autocontrol, precisamente en medio de una sociedad de la abundancia:
“Porque el reino de Dios no consiste en comer o beber ciertas cosas, sino en vivir en justicia, paz y alegría por medio del Espíritu Santo” Rm 14, 17, ni el mucho tener.
“No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Esta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él. “ Jn 6, 27
Es hacer una reflexión y vacunarse contra la superficialidad y las dependencias. Purifica y nos recuerda la diferencia entre lo fundamental y lo accesorio.
Nos permite conocernos mejor, bajar a las raíces de nuestras apetencias, y situarlas para que no ocupen nuestro espíritu.
El ayuno de aquellos alimentos que nos perjudican tiene también una repercusión en el ánimo y en la capacidad para trabajar, descansar y orar.
Debe hacerse desde el interior, con humildad y discreción, nunca hacer ver que ayunamos… de ello ya prevenía Jesús en “Cuando ayunéis, no pongáis el gesto compungido, como los hipócritas, que aparentan aflicción para que la gente vea que están ayunando. Os aseguro que con eso ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, lávate la cara y arréglate bien, para que la gente no advierta que estás ayunando. Solamente lo sabrá tu Padre, que está a solas contigo, y él te dará tu recompensa.” Mt 6, 16-18
Mejor si el ayuno permite aumentar nuestra solidaridad.
Pero no debemos olvidar que el Reino de Dios se parece a un banquete, no a un ayuno.
El ayuno es un medio para situarnos en el verdadero banquete.
Orar haciendo deporte:
Practicar senderismo, “running”, u otros deportes de exigencia media nos permite conectar con la naturaleza y con nuestro cuerpo.
En el deporte, sobre todo aeróbico, nuestro organismo libera endorfinas, quema calorías, aumenta su flexibilidad y genera sensación general de bienestar. Especialmente si se ha convertido en una rutina, el cuerpo te pide ese tiempo de deporte.
Es un momento muy interesante de silencio y contemplación. También la mente se siente predispuesta a generar otros puntos de vista de lo que a uno le preocupa. El cerebro funciona en otro modo que facilita la interioridad. Esto mismo ocurre en las peregrinaciones a pie que duran varias etapas: desafío, exigencia, superación de las molestias o el dolor, meditación…
Después de unos convenientes estiramientos y la imprescindible ducha, la predisposición a la oración aumenta significativamente.
Hay que cuidar el no entrar en la espiral de más exigencia, más esfuerzo, más velocidad, más competición… pues entonces puede verse comprometida esta dimensión espiritual, y acabamos consumiendo deporte.
Orar con abrazos:
Abrazar el mundo, abrazar la tierra, abrazar al hermano y hermana.
Sentirse abrazados por Dios por todos los dones que recibimos.
Sentirse abrazados por Dios en cada persona que nos ama.
Levantarse por la mañana y desperezar el cuerpo en presencia de Dios, abrazando el día.
Terminar la jornada y, cansado, sentir que toda nuestra persona abraza el día.
Traer a la presencia de Dios a cada persona que saludamos con la mano, a los amigos y familiares que abrazamos.
En la eucaristía, en el momento del gesto de paz.
Mostrar afecto con nuestro cuerpo, transmitir afecto con el abrazo.
Abrazar a los otros con palabras de ánimo, de afecto, con caricias verbales.
Abrazar a quien nadie abraza. Besar.
Orar con la danza:
La música y la oración nos llevan a danzar.
La danza necesita preparación (sesión previa), pero una vez aprendido el ritmo de movimientos se convierte en una oportunidad para centrar, toda nuestra persona, en la oración.
Recordemos que en la vivencia de la fe tenemos un sesgo racionalista, cerebral. Pensamos que en la oración recitar textos, elaborar pensamiento, es lo principal.
Se danza en silencio. No es la palabra el eje, es el cuerpo el que nos lleva a la oración.
La danza “Bendición” de Victoria Fernández puede ser una sencilla iniciación.
Se necesita la interacción con otros para danzar. La fe es comunitaria, rompe distancias, facilita la afectividad.
Orar con los cinco sentidos:
Tacto: elige un objeto que es o ha sido importante para tu vida. Con los ojos cerrados, con la punta de los dedos, recórrelo. Ora con todo lo que te evoca.
Biblia, cuaderno, bolígrafo, móvil, anillo, colgante, taza, gafas…
¿Y si hacemos de ello una oración en grupo, compartida?
Para la oración en grupo podemos utilizar la dinámica “Quiero sentirte” del libro “Despertar la interioridad dormida” de Carlos M. Voces, Editorial CCS, Madrid 2014, pág. 33 y siguientes, donde la oración consiste en tocar los objetos que nos rodean y seguir las pautas que nos ofrece.
Quiero sentirte aquí, en cada cosa que toco yo,
porque las cosas me hablan de ti, Señor, mi Dios.
Quiero sentirte aquí, en cada paso que he dado yo,
porque mis pasos me hablan de ti, Señor, mi Dios.
Vista: elige un icono o una fotografía. Funciona muy bien con un cuadro, p.e. “El Buen Samaritano de Van Gogh, cualquiera de las obras de Sieger Koder, “Los discípulos de Emaús”, “El hijo pródigo” de Rembrant…
También es muy interesante elegir una imagen de entre un montón de un fotopalabra, o simplemente de un buscador de imágenes: ¿Qué imagen te molesta o inquieta más?
En oración comunitaria se puede proyectar la imagen.
Olfato: puedes utilizar un perfume, o plantas aromáticas diversas, o ungënto perfumado. Evoca olores de infancia. “Sea mi oración como incienso en tu presencia, y mis manos levantadas, como ofrenda de la tarde.” (Sal 141,2) nos dice un texto bíblico. El incienso tiene esta función en la liturgia.
Oído: si un entorno natural lo favorece, escucha los sonidos es ya toda una meditación. Por supuesto la audición de una obra clásica o de una canción con mensaje nos zambullen en la oración. ¿Cuál es tu “lista de reproducción”? ¿Qué música o canción te llevarías a una isla desierta?
Esto da para compartir la oración en múltiples celebraciones.
Gusto: para empezar, el sabor a pan y vino. Dar tiempo en la comunión para saborear el pan, y después el vino, no con prisas, sino como la mejor de las catas.
Elegir una fruta, orar con el tacto y luego gustarla.
Los sabores de la infancia… ¿qué rastro han dejado en tu memoria? Los sabores de la fraternidad ¿a qué te sabe el encuentro fraterno?
Elaborar tu mejor postre, o tu mejor plato… y compártelo: convierte la bendición de la mesa en la expresión de tu oración. Y aquí volvemos a la eucaristía, Dios se hace pan y vino en el cuerpo de Jesús, para invitarnos a partirnos por los demás.
Orar pintando:
Pintar, decorar, montar… puede ser expresión y momento de oración.
Podemos utilizar alguno de los mándalas que podemos encontrar en internet. Nos agenciamos con rotuladores y colores para dar rienda suelta a la experiencia espiritual con el color y las formas.
Con la siguiente dinámica, sacada del libro: “Despertar la interioridad dormida”. Carlos M.
Voces, pág. 61 y siguientes, vamos a emplear el dibujo como oración:
Se trata de dibujar con imágenes representativas o trazos abstractos a una persona u objeto que la represente.
Desde que nacemos, hemos recibido infinitas caricias de este mundo que habitamos. Pensamos en aquellas personas que nos han querido y nos quieren. La oración consiste en dar gracias por ellas, sin palabras, únicamente con el trazo y el color, sobre una cartulina blanca.
Nos apoyamos con la canción “Pintaré” del CD que acompaña el libro.
Para la oración comunitaria: “Cada persona realiza el dibujo y, una vez que lo concluye, lo deja delante de sí o en un lugar visible. Vuelve a su lugar y, con los ojos cerrados, hace oración en silencio desde lo que acaba de sentir.”
Pintaré, aunque no sé dibujar en un papel.
Pintaré todo el amor que de la vida recibí.
Pintaré, también, un color para ti,
recordando el rostro de quien me quiere bien.
Es hoy mi oración. Gracias, Señor (Bis)
También se puede emplear un gran papel continuo para que cada uno represente lo que le sugiera un texto evangélico, un acontecimiento litutgico, una festividad…
En el momento de pintar es conveniente tener preparada una música que nos ayude a la concentración.