– La experiencia espiritual, religiosa, consiste en sentirse en conexión con algo o alguien que, desde fuera de uno mismo, pero en uno mismo, nos atrae. Hoy, supone superar ciertos dualismos con los que solemos pensar lo religioso: fuera-dentro, yo-dios, profano-divino…
– Esta conexión es “nutritiva”. Deseada como el respirar. Atrayente, pero misteriosa e inabarcable a la vez. Insistimos en inabarcable o impensable. Recordemos aquel adagio: “Si te encuentras con Buda en tu camino, mátalo”.
– Uno puede “alimentarse” de esta conexión ocasionalmente. Pero una vez catada, se abre a otra dimensión. Ese alimento es “pan de vida” (Jn 6, 51), “agua viva” (Jn 4, 10-11), “el vino mejor” (Jn 2, 1-11)… Se siente la necesidad de estar en conexión continua.
– No basta sólo con haber orado alguna vez, o con ser capaz de hacer alguna oración. El cristianismo no puede reducirse a una teoría (confesar que existe un Dios), o a un vago apego a unos valores (disposiciones interiores), o a unos actos (asistir a una liturgia más o menos periódicamente), o haber pasado por un rito (bautismo de niño)… sino que se trata de estar energéticamente empoderado por esa conexión.
– Muchas personas saben qué es lo correcto, dónde está el bien y qué es lo que tendrían que hacer… pero no tienen fuerzas, no “tienen pilas”, desisten de la opción correcta ante la primera tentación, duda o dificultad. La oración empodera, nos hace competentes espiritualmente hablando.
– Uno es cristiano cuando está configurado por la conexión con el Dios de Jesús, un Dios que es Trino: Padre-creador, Hijo-encarnado, Espíritu-activo. Y esta conexión configura, orienta, canaliza, prioriza… consagra (sentido del bautismo de cada cristiano). O en lenguaje más nuestro, esta conexión nos educa día a día.
– Para estar configurado, conectado (en el cristianismo y en cualquier otra religión) se precisa de la oración. Acto consciente, buscado, de abrirse a la presencia de Dios en el mundo, en la comunidad en uno mismo. Acto nutritivo de la fe.
“Invito a cada cristiano, en cualquier situación en que se encuentre a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por él, de intentarlo cada día sin descanso” (Papa Francisco, EG 3)
– Uno puede elegir no “nutrirse”, o “nutrirse”; solo muy de vez en cuando o asiduamente, solamente con “comida enlatada” o establecer un menú variado y creativo, puede organizar un banquete (imagen del Reino) y convidar abiertamente…
– La conexión, para que configure, tiene que ser estable en el tiempo, creativa, eficaz y personalizada. Ha de convertirse en un hábito.
– Es muy habitual confundir la experiencia religiosa con las propias proyecciones y necesidades. Habrá que tener mucho cuidado es discernir qué viene del Espíritu y qué de la propia imaginación. Todos los maestros espirituales hablan de “vaciarse”, para evitar el autoengaño.
– El mejor criterio para discernir: la conexión tiene que alimentar la capacidad de hacer el bien, de ponernos al servicio de los pobres y necesitados (esto es lo que realmente nos hace cristianos Mt 25, 37ss)
– Necesitamos también superar varios bloqueos:
. nos creemos autosuficientes y autónomos (individualismo secularista)
. estamos constreñidos por el clericalismo (liturgias obsoletas)
. no dedicamos tiempo a orar (ocupados en correr hacia ningún sitio)
– La oración no es directamente proporcional al esfuerzo que realiza la persona. Es como ponerse a tomar el sol, no hay que hacer nada, simplemente dejar que el sol te caliente. Lo esencial es la predisposición, prepararse, reservarse un tiempo, ser asiduos… no te preocupes demasiado por el método, ni por los frutos, ni por las consecuencias o los efectos de estar en conexión. Se trata de experimentar el amor de Dios, y el amor no se exige nunca; es nutritiva incluso cuando pensamos que no experimentamos nada. Es el Espíritu que ora en nosotros.
– La invocación lasaliana “Viva Jesús en nuestros corazones” es una buena síntesis de lo que pretendemos decir y experimentar en la oración.
– La invocación “Acordémonos de que estamos en la santa presencia de Dios” nos recuerda que continuamente “tenemos cobertura”.