“Vivas donde vivas, no te marches con excesiva facilidad”.
Creo que de vida se trata… Somos caminantes que hemos optado por una forma concreta, peculiar y significativa de vida, y que vamos al encuentro de Dios, en cada gesto, en cada acontecimiento, en cada aliento de nuestro vivir…en ese ¿dónde está el Dios de nuestras vidas, de nuestros síes, de nuestras debilidades y fragilidades, de nuestras capacidades y habilidades, de nuestro “todo”….?: en el estar a “solas con Él”; en el discernimiento y proyecto común en fraternidad; en el compartir los sueños y en el ser de nuestra misión; en el apasionamiento de nuestras opciones; en lo más profundo de nuestro ser, allá dónde nos descubrimos como hijos/as y hermanos/as, y le descubrimos como misterio, tesoro (cf. Mt 13, 44-46)…
No importa el lugar, ni la ocupación, ni el ministerio, sólo el desde dónde de todo lo que hago y soy… y si en ese camino va siendo Él el protagonista y el centro de todo lo que me acontece, busco y anuncio…
En nuestra vida e historia personal y comunitaria, como consagrados/religiosos, lo que importa de verdad, desde la autenticidad, es:
- Si nuestras vidas religiosas son VIDAS y RELIGIOSAS [1] ; y
- Si esa vida la fundamenta nuestra fe (“seas quien seas, ten siempre presente a Dios”) y nuestra fidelidad (“hagas lo que hagas, hazlo según el testimonio de la Sagrada Escritura”)
En primer lugar, tenemos que afirmar rotundamente, con el corazón en la mano (y con nuestra fórmula de votos), que en la vida religiosa no hemos entrado para ser religiosos/as (no es un estado ni un modus vivendi), ni mucho menos por una necesidad de número de nuestra Institución, sino que nuestra opción fundamental, y fundante, es la de buscar a Dios en esta apasionante forma de vida, respondiendo a una llamada y a un carisma que se me ha dado… Desde ahí, desde esa VIDA, hemos de preguntarnos día a día… ¿A qué debemos ser fieles en el presente? ¿Hacia dónde nos sigue llevando nuestro Dios?
A quien debemos ser fieles es al Dios que nos llama, que va delante de nosotros en la historia humana sanando lo herido, sacando a la luz cuanto de bueno hay en nosotros para que todos lo vean e invitándonos a hacer eso mismo. Él nos va marcando el camino. ¿Lo sabemos ver, discernir? ¿Qué nos impide verlo?
Sólo somos verdaderamente fieles a lo que debemos ser cuando perseguimos la vida con pasión, a veces con dolor, con dudas y miedos; pero siempre dispuestos a pagar el precio, sea cual sea, de conocer nuestra propia insignificancia, porque la vida bien vivida se merece ese coste: dar lo más verdadero y auténtico de nosotros. Ese es el camino de crecimiento… Esa es la esencia de nuestra fidelidad: estar dispuestos a renunciar a todo lo que nos impide dar lo mejor de nosotros.
Creo que nuestra oración y nuestra vida deberían de estar en sintonía con la dimensión existencial del publicano (Cf. Lc 18, 10-14), es decir, una oración y una posición vital y social de sentirnos pecadores, insignificantes y acogidos misericordiosamente por el Dios de la ternura. Sólo así podremos acercarnos a nuestro mundo herido y frágil, roto y excluido, necesitado de sanación. Así, nuestra vida será vida y creíble, auténtica y teologal (espacio donde Dios se manifiesta y expresa su bondad). Nuestra espiritualidad debería enraizarse cada vez más en una “espiritualidad del empequeñecimiento”:
“Sentíos caminantes con los que caminan y buscadores con los que buscan… Porque sólo entonces viviréis la alegre sorpresa de ser evangelizados por aquellos a quienes queréis anunciar el Evangelio. Aprended a escuchar mejor y, en vez de predicar y dirigir tanto, haceos expertos en preguntar, dialogar y compartir con otros esa pobreza que nos iguala a todos” [2] .
Ser fiel no es estar arraigado en un pasado, un lugar o unas tradiciones; es vivir la firmeza y credibilidad de un corazón estable y creativo… Es estar dispuestos a cambiar para seguir descubriendo la propia singularidad y unicidad, o dicho de otra forma, estar abiertos a la acción continua de la Novedad de Dios en la vida, siempre en su búsqueda y en el descubrimiento de su voluntad: el corazón de Dios y el Dios de nuestros corazones…
“Vivas donde vivas, no te marches con excesiva facilidad”. La fidelidad significa trabajar hasta el final de la vida no dando nada por supuesto ni perdido, y luchando hasta que concluya la batalla. Ser fiel no es permanecer en nuestro sitio o huir de él sólo para poder decir que no nos hemos quedado en él, sino que es el “horno de alfarero de la vida donde, probados por el calor y el fuego, adoptamos formas y matices que nunca habíamos soñado...” [3] . La fidelidad es aquello que, puesta a prueba, nos hace pensar, decidir y elegir entre lo que podemos ser, lo que estamos siendo y lo que, en última instancia, queremos y somos llamados a ser… Es la actitud y la expectativa siempre por descubrir, el dinamismo en el que vamos entretejiendo, discerniendo y compartiendo nuestros caminos en la vida, y siempre desde la vida de Dios.
Asimismo, la fidelidad, si es creativa, hace que la vida, nuestra vida religiosa, sea VIDA, esté VIVA, y sea, en lo que nos acontece cada día, un MILAGRO, una PARÁBOLA… Una narración de VIDA, del Dios de la Vida, para los demás. Esta es la realidad y la experiencia del samaritano y de la samaritana: hombres y mujeres que se dejan interpelar, desde el corazón, por aquel sentido que plenifica la vida; “Buscadores de pozos y caminos”, allá donde Dios se manifiesta, urgiéndonos a tomar nuestras vidas en nuestras propias manos y hacer camino con y desde los otros, desde los pobres.
Fiel, simplemente, es aquel/la que se define como buscador/a, paso a paso, lugar a lugar y proyecto a proyecto, de la voluntad de Dios y de la apasionada presencia del Evangelio. Éste nos ayuda a superar el miedo, las vacilaciones y negaciones al presente y a sus retos y nos impulsa a aceptar un futuro lleno de posibilidades, desde Dios y desde los hermanos/as que caminan a nuestro lado. Fiel es quien sabe y siente que éste es el mundo de Dios… “La fidelidad es estar dispuestos/as a encontrar nuevos modos de estar en el mundo para que pueda renacer el antiguo deseo de servir a Dios, y sólo a Dios, en una sociedad de falsos y pluriformes dioses” [4] . Un buen principio para renovar nuestra vocación.
Concluyendo, tenemos que decir que la búsqueda espiritual, desde el Espíritu de Jesús, exige que vayamos allá donde esté Dios; y que donde no esté llevemos a esa situación la misión de la que en ese momento carece. En nuestra misión, en nuestro apostolado, en nuestro estilo de vida personal y comunitario, ¿dónde está Dios? ¿Dónde estamos es donde está Dios? ¿Desde dónde somos enviados y a qué misión? ¿A qué llamamos misión? ¿De quién somos misioneros, enviados? ¿Qué espiritualidad nos define y alimenta?
Una primera parada: Buscadores…
La vida religiosa consiste en buscar a Dios siguiendo el Evangelio y perseverando en ambas actividades:
- “Buscar a Dios…” Somos buscadores, personas que viven desde Él… Somos consagrados por Él… Él nos ha llamado, se ha fijado en nosotros… Busquemos sus huellas, y mostrémoslas… El mundo necesita de Él… Nosotros necesitamos de Él para vivir y dar vida. Simplemente, buscadores.
- “Siguiendo el Evangelio…” Somos seguidores de Jesús, de su Buena Noticia… ¿La Palabra es fuente de vida (y de inspiración creativa) en nuestra Vida? ¿Somos parábolas y milagros, Buenas Noticias de Jesús? ¿Nuestra vida la fundamenta el Evangelio de Jesús, sus exigencias y raíces?
- “Perseverando…” ¿Fieles a quién o a qué? ¿Nuestro itinerario es cuestión de vida, para la vida y de por vida?
La vida religiosa, como opción y forma de vida, ha de seducir nuestro corazón, centrar nuestra mente y estabilizar nuestra alma para la búsqueda apasionada del reino del Dios vivo. En sí misma, la vida religiosa no es una institución, ni una estructura. Claro está que la vivimos, con otros, en una institución, animados por un carisma común y sostenidos por una estructura. Pero la vida religiosa, en su raíz, es algo personal, muy humano y frágil, muy espiritual y que absorbe la vida entera. ¡Hay que reconocer nuestra propia humanidad y crecer desde ella, reconciliarnos con ella! [5] Nace, se enraíza y se gesta en nuestra propia humanidad, en nuestro mundo, no escapa de nuestros condicionamientos… y desde ahí, tenemos que dejar a Dios ser Dios, permitir que su proyecto sea nuestro proyecto, su vida nuestra vida… Hay que descubrirla, buscarla, discernirla, edificarla, construirla, acompañarla… Él está ahí, y nos sigue llamando, nos convoca, nos urge desde nuestra realidad histórica… para consagrarla, santificarla… PARA SER VIDA…desde la Vida de Dios.
“¿No estaremos necesitando que el gran Samaritano que es Jesús se nos acerque, cure nuestras heridas y derrame sobre ellas el aceite de su consuelo y el vino de su fuerza? ¿No está ante nosotros el Kairós de descubrir en nuestra fragilidad ‘un camino nuevo’ en el que la fuerza se manifiesta en la debilidad y la vida en la muerte? ¿No está siendo la hora de fiarnos perdidamente del Dios que está trabajando algo nuevo con nuestra pobreza e incluso con nuestra pérdida, y de aceptar ser en la Iglesia ‘portadores de las marcas de Jesús’, una realidad débil, siempre frágil y nunca acabada? …” [6]
Hermanos y Hermanas, somos co-creadores de nuestra historia, una historia que se sigue narrando…, con nuestras fragilidades y certezas, con nuestros dones y la fortaleza y convicción de que Él es el centro y el motor de nuestro ser y hacer. “Sin Él nada podemos”.
La vida cristiana en una comunidad religiosa es para personas que quieren estar plenamente vivas, y derrochar, a borbotones y hasta que duela, esa vida que se nos da, siempre nueva y por descubrir… No venimos a la vida religiosa para aislarnos del Evangelio del que hablamos. Hemos de ser ese único Evangelio que la gente lea, viva y se contagie… ¡Hemos de buscar y proponer los “encantos” [7] de nuestra vida!
- “ No hay vida religiosa sin una vida auténticamente religiosa. Pero con ella, todo lo demás –la ambigüedad, las transiciones, los nuevos retos sociales, el propósito de conservar el fuego…- será muy sencillo”, o.c. Joan Chittister, “El fuego en estas cenizas…”, p. 79. ↑
- o.c. Dolores Aleixandre, “Buscadores de pozos y caminos” …, p. 126. ↑
- o.c. Joan Chittister, “El fuego en estas cenizas…”, p. 114. ↑
- o.c ID…, p. 115. ↑
- La hermana Dolores Aleixandre nos ofrece en su conferencia una excelente reflexión sobre el papel que los religiosos/as debemos jugar hoy como “expertos en humanidad”, cf. En o.c. Dolores Aleixandre, “Buscadores de pozos y caminos” …, pp. 115.128. ↑
- o.c. ID…, p. 132. ↑
- Os invito a leer y reflexionar las alentadoras palabras de clausura que el Hermano Álvaro Rodríguez leyó en el Congreso de Vida Consagrada (2004). Nos ofrece aquellos elementos estructurales que hacen que nuestra vida sea encantadora y portadora de vida, siempre abierta a la novedad y a los desafíos de cada tiempo. “El ‘encanto de la Vida Consagrada”, en o.c. USG-UISG, “Pasión por Cristo, pasión por la humanidad…”, pp. 369-378. ↑
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