“Hagas lo que hagas, hazlo según el testimonio de la Sagrada Escritura”.
Nuestro “hacer” no depende ni se forja con las buenas intenciones, ni con la bondad altruista de cada uno. No ha de ser el reflejo de una declaración de manual de santidad ni la propuesta exhortativa de “un camino de perfección”.
Como cristianos, consagrados, “teniendo (y expresando) a Dios” como el Señor de nuestras vidas y de nuestras historias personales y comunitarias, nuestra referencia primera y última ha de ser su Palabra.
La Palabra ha de ser el espacio privilegiado y auténtico para nuestra espiritualidad y para el compromiso de una nueva evangelización… Para abrir con disponibilidad el corazón (conversión)… y ponerla en práctica.
Nuestras comunidades han de ser talleres de la Palabra. Han de ser espacios (hogares) donde se forme para la escucha de la Palabra, donde se educa para responder a Dios, para seguir a Cristo, como norma última (y primera) de nuestra vida religiosa. La Palabra ha de ser más que un simple mensaje enviado a los hombres y mujeres. Ha de ser la realidad que actúe con dinamismo y profetismo en la creación, en las personas y en la historia.
La Palabra de Dios es vida y libro que marca un itinerario de alianza; expresión de una comunidad que camina y camino trazado por ella, siempre en búsqueda de los caminos de Dios para discernir su voz en los signos de los tiempos. Escuchar la Palabra no es otra cosa que comprometerse como discípulo en el seguimiento de Jesús. Un verdadero profeta es el hombre de la Palabra que se deja penetrar por ella antes de anunciarla, que escruta los signos y los gestos de un Dios, el de Jesús, que sigue caminando con el hombre hacia la nueva humanidad.
El auténtico seguidor es el que escucha la Palabra de Dios en la Escritura y en la vida, sin dicotomías: cree en la Palabra con una fe abrahámica, que enfrenta dificultades concretas y se desarrolla en la oscuridad y en la prueba, en la pobreza y en el sufrimiento y el exilio, en la riqueza y en la tensión de la itinerancia; el que vive las exigencias de la Palabra en todas sus circunstancias, sin entender muchas cosas, sin huir de las dificultades, guardando todo en su corazón y caminando como peregrino de la fe y de la esperanza (como María); y esa apertura y disponibilidad frente a la Palabra le acerca al pueblo, le lleva a asumir su causa y proclamar el modo de actuar de Dios en la historia de la salvación, siempre de parte de los pobres y los sencillos, de aquellos que no cuentan, como lugar teológico, profético, narrativo. Y es así como la vocación se hace misión, y la misión llamada.
La existencia de aquel que ha vendido todo porque ha encontrado el tesoro -¡El Dios de su vida y de su historia!- , sólo puede alimentarse de Él… Sólo en su Palabra, su voz en la historia, podemos encontrarle y encontrar la fuerza y el aliento para seguir su camino, descifrando las claves de alianza en los acontecimientos, gestos y signos de una vida narrada como historia de salvación. La vida interior y la misión del religioso viven, y solamente pueden vivir, y no quiere sino vivir, de la Palabra de Dios. Una Palabra que es Vida y que genera vida narrada en la vida.
- Somos Testigos de su Palabra…
Si hay algo que tenemos que tener como certeza, quizá como única certeza, en este camino de búsquedas y de encuentros con el Dios de nuestras vidas, ha de ser la centralidad, la “urgencia” y la “audacia” de la Palabra en la confrontación y consolidación vocacional, como personas y comunidad.
La Palabra, manifestación y expresión de la Alianza, ha de ser el referente para crecer, madurar humana y cristianamente en nuestro seguimiento: es llamada, convocación, provocación, historia -nuestra propia historia-, paradigma, consuelo, aliento, y CAMINO…
Hemos de aprender a ESCUCHAR la Palabra, como taller de nuestra oración, diálogo diario, continuo y edificante… La Palabra de Dios como escuela de nuestras OPCIONES y espacio de ENCUENTRO y de discernimiento.
El Evangelio (la vida y la persona de Jesús) ha de convertirse en el modelo de narración de nuestra propia historia de salvación. La historia de hoy… la que estamos construyendo día a día, con gestos de vida, de evangelio… ¡Dios nos sigue hablando! Hoy tenemos la misión de seguir narrando la historia del Reino: seguir siendo el mensaje de salvación para los que nos rodean; siendo sal y luz de nuestro mundo cercano y lejano; voceros que gritan a la gente que es posible vivir de otra forma, con otros valores… Nuestra misión como religiosos-consagrados, desde la Palabra y desde el Dios de la Palabra, ha de ser acompañamiento, camino compartido, propuesta compasiva y apasionada, sanadora. |
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