“¿Dónde está su Dios…?” (Sal 113b, 2 o 115,2)

Si no estamos radicalmente arraigados en la experiencia de Dios, no tenemos nada que decir a nuestros contemporáneos y nos sentiremos impotentes ante los desafíos de nuestro tiempo [1] .

Parece ser que el hambre de espiritualidad [2] es uno de los signos de los tiempos más evidentes hoy. Dios se encuentra “ausente” en un mundo que busca respuestas a sus incertidumbres e inseguridades. Estamos en un tiempo de creciente escepticismo con respecto a todo lo que se presenta como ideología (política, religiosa…). Ya no tienen cabida los “grandes relatos”, ni nada que suene a “salvación” del mundo.

Algunos buscan “refugio” en un tiempo pasado, donde la autoridad, la certeza y la verdad eran absolutas. Surgen los “fundamentalismos”. Otros intentan alejarse de las preocupaciones y desesperanzas de la vida, buscando una “seguridad” en mundos “ficticios y virtuales”. Lo que se demanda no son grandes ideas, sino experiencia y testigos que anuncien otro mundo posible.

“¿Dónde está su Dios…?” ¿Dónde está Dios?… Y a la Vida Consagrada y, en particular, a cada religioso/a… ¿dónde está tu Dios?

Dios está en tu corazón. No lo busquéis fuera, allí o allá, porque su Reino ya está dentro de nosotros (Cf. Lc 17, 21; o Mt 5, 8).

Jesús nos ofrece una espiritualidad profundamente radical, que se gesta en la íntima relación que tenía con Aquel a quien llamaba Padre, su Abba. Vuelve al mundo del revés, y lo pone al derecho como mundo de Dios.

Nos proclama un Reino fundamentado en su experiencia cercana de Dios, como Padre amoroso que nos llama, nos perdona, nos acoge, nos levanta… nos ama incondicionalmente.

Y poner nuestro corazón en el Reino, como realidad presente, aquí y ahora, es fruto de la asunción real del Dios del Reino en mi historia personal.

Para comenzar, os invito a centraros en la siguiente narración, que bien puede reflejar el hoy de nuestra vida y los anhelos de nuestras esperanzas y ausencias, a modo de parábola:

“Alguien le hizo la siguiente pregunta al abad Antonio:

  • ¿Qué debo hacer para complacer a Dios?

Y el anciano respondió:

  • Presta atención a lo que voy a decirte. Seas quien seas, ten a Dios siempre presente; hagas lo que hagas, hazlo según el testimonio de la Sagrada Escritura; vivas donde vivas, no te marches con excesiva facilidad. Observa estos tres preceptos y te salvarás” [3] .

Nos situamos en la realidad del discípulo de la narración anterior y nos preguntamos: ¿Qué debemos (debo) hacer para complacer a Dios, a nuestro (mi) Dios?

Creo que ha de ser una pregunta permanente en nuestra forma de vivir, y que ha de ser la clave que vaya autentificando nuestras vidas. Nos ponemos delante de nuestro Dios, frente a frente; y nos dejamos “iluminar por Él”, para profundizar en su “diálogo”, en actitud contemplativa… Dejemos que sea Él quien ore en nosotros… Descubrámosle en nuestra realidad personal, comunitaria, de misión, de fraternidad…

El abad Antonio le propone al discípulo, en su afán profundo de complacer a Dios, tres preceptos, que, de forma plástica, pueden expresar y visualizar las líneas directrices a las que os voy a invitar en esta reflexión:

  • Seas quien seas, ten a Dios siempre presente” o ten la certeza de que es Dios quien genera y da Vida a nuestra vida. Él nos llama, nos convoca y hace de nuestra vida una misión.
  • Hagas lo que hagas, hazlo según el testimonio de la Sagrada Escritura” o ten la convicción de que nuestra vida es narración e historia de Dios. Sólo la Palabra nos revela el camino y nos proyecta su voluntad.
  • Vivas donde vivas, no te marches con excesiva facilidad o desarrolla la fidelidad creativa de una vida que se sabe seducida y acompañada por el Dios de la Vida.
  1. P. Timothy Radcliffe, Prólogo, en Albert Nolan, “Jesús, hoy. Una espiritualidad de libertad radical”, Ed. Sal Terrae, Santander 2007, p. 12.
  2. Cf. En o.c. Albert Nolan, “Jesús, hoy. Una espiritualidad de libertad radical” …, pp. 27-40.
  3. Tomo esta narración o cuento para exponeros esta primera reflexión. Será el hilo conductor del desarrollo de esta primera parte. Cf. En Ap. 108, Recensión del Pseudo Rufino.

Imagen destacada: Escultura de György, Emptiness of soul.