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Pudiera parecernos que, a estas alturas, seguir hablando de vocación religiosa, es ya casi un anacronismo, porque se vacían los conventos, los jóvenes no se plantean en su vida una consagración religiosa o una opción sacerdotal de manera frecuente entre ellos o porque, incluso, y es lo más  preocupante, los propios religiosos han declinado hacer invitaciones  para que haya jóvenes que, al menos se pregunten si en su vida puede tener cabida una pregunta como la que refleja el título del libro.

El autor, especialista en muchos congresos sobre Pastoral o cultura vocacional y en muchos libros sobre el tema, se arriesga a escribir una obra consciente de que tiene sentido preguntarse hoy de nuevo por el tema de la consagración religiosa.

Es verdad que partiendo de nuestra sociedad, que no sabríamos de calificarla de post-moderna o pre-cristiana, el autor se aventura en definirla como lo segundo, porque encierra un comienzo, una despertar, una saber que hay todavía cosas por descubrir y no tanto referirse al pasado (post) como algo que ya queda caduco y sin posibilidades de nuevas perspectivas. Y desde esa perspectiva de pre-cristiana, se aventuran semillas de vida, deseo de lo eterno en medio de un analfabetismo espiritual, ganas por escuchar de nuevo al Espíritu en este nuevo comienzo.

Insiste mucho en hablar de la muerte; pero de una vida consagrada que se vive desde la muerte, cuando es fiel reflejo de una “obediencia servil” que no genera dinamismo, aunque parezca que nuestras obras apostólicas siguen teniendo mucho éxito. Por eso, cabe hablar de muerte interna (la que ha perdido el fuelle, el vigor) y la externa (que puede ser más fácil de calibrar, porque somos menos y nos vamos haciendo mayores). Pero la vida, nuestra vida de consagrados, ¿dónde se ancla?

Al final, es la vida lo más sagrado que tenemos: esa primera llamada a la existencia es un don que hay que agradecer. Es un puro acto de amor: existimos porque Dios nos quiere. Y la respuesta que un hombre o mujer pude darle a este Dios es ofrecerle la vida en respuesta a su amor, hasta la muerte, porque así ama Dios. Entonces, la muerte se convierte no en algo pesado y terrible, sino en la necesidad de “demostrar” a Dios el amor que le tenemos. Es algo lógico, en esta lógica del amor.

Desde esta perspectiva, la consagración, la expresión de la misma en unos votos no son más que expresiones de respuesta al amor que Dios nos ha mostrado y no renuncias que castran y no liberan. Por eso, entregar la vida por amor, darle hasta la muerte, sigue teniendo sentido, cuando se ha descubierto ese amor inmenso de Dios en todas las cosas de la vida.

De ahí valores como el compartir, la fraternidad, la comunidad cobran su pleno sentido en este contexto.

Al final una especie de decálogo deleita la lectura  como para, en palabras del autor, “seguir eligiendo la Vida Consagrada”.