Cuando comenzaba a escribir esta carta, encontré la siguiente poesía:
“En los poemas
tengo que hacer o sentir lo que siento,
que veáis lo que veo,
que oigáis lo que oigo,
que améis lo que amo.
Soy fuerte, lo sabéis,
Pero a veces me resquebrajo
Y me salen los versos furiosos
Y acojonados”
Gloria Fuertes.
Esta poesía es esta carta. Esta poesía soy yo. Esta poesía es el resumen de lo que voy a intentar contaros: lo que “siento”, lo que “veo”, lo que “oigo”, lo que “amo”. Seguiré su espíritu para mostrar el Javier que creo que ya conocéis. Su hilo conductor como articulación de esta carta. Sus sentimientos como mis sentimientos.
En algún momento pareceré “roto”, “furioso”, en algún momento “acojonado”, pero hurgar un poco en mi interior y veréis al Javier “fuerte” que conocéis. Así que nada, ahí voy.
- Lo que siento.
Como creo que ya he dicho en muchas ocasiones, me cuesta mucho hablar de mí. Me cuesta mucho expresar lo que siento, desnudar mi corazón ante la gente, o mostrar, tal vez, mi yo más profundo. Pero una vez que me pongo, pues voy hasta el final. Y este es uno de estos momentos. ¿Qué siento? Muchas cosas. Siento amor, gratitud, cercanía, pasión, entrega,… También indignación, frustración, impaciencia, incomprensión,… Sentimientos encontrados resultado de vivir. No existe la perfección, aunque a veces nos acerquemos a ella. Y como no todo es perfecto, ni soy perfecto, situaciones, momentos o días no son el mejor exponente de lo que vivo. Toda una mezcla de sentimientos que en su conjunto, pesando lo bueno y equilibrando lo no tan bueno, no pueden hacer que diga que no soy feliz. Soy feliz. Y lo respiro por todos los poros de mi piel.
La comunidad, el colegio, los profesores, los alumnos, los padres, los alcoyanos,… Me hacen sentir en casa. En la oración diaria doy gracias a Dios por todo lo que me ha entregado. ¿Mejorable? Todo es mejorable. Pero es un aliciente de evolución, de entrega, de vivencia en todos los campos, intentando sacar lo mejor de cada situación y cada persona, de seguir creciendo en la misión y en la fe, de seguir creciendo como persona, y de poder ser apóstol en todo lo que haga.
- Lo que veo.
Mucho. Muchas cosas. De muchos colores y formas. Algunas bellas y otras no tanto. Veo a mi alrededor pasión y entrega, a veces mucha indiferencia, y otras desazón. Veo incomprensión y prejuicios. También solidaridad y afecto. Veo lo que es nuestra sociedad y lo que es nuestro Instituto. Sus muchas virtudes, y sus también muchos defectos.
Pero según el dicho, muchas veces esta visión es del color del cristal con que se mire. Y el foco que La Salle me proporciona, hace que mi visión se transforme. No a una irrealidad ficticia o asumida, si no a una filosofía de entrega, servicio, amor y formación que me hace poder acostarme todos los días con la sonrisa en la boca. Había un lema de un curso: “Conoce, Interpreta, Transforma”. Conozco a través de la mirada y de los sentidos, Interpreto según el espíritu de La Salle y Transformo, o lo intento, con el objetivo de lograr una sociedad más justa y equilibrada, una sociedad de personas más íntegras y entregadas, una comunidad cristiana con el barniz y el fondo de La Salle.
- Lo que oigo.
Al igual que lo que veo. Muchas cosas. De muchos tipos y volúmenes. Gritos, susurros, cantos, llantos, música, chirridos, consejos, instrucciones, órdenes, peticiones. Conversaciones trascendentes o simples y banales marujeos. Cada una en un momento, cada una en una situación, cada una en una persona. Lo que oigo, al igual que lo que veo, me hace sentir vivo.
Escuchar es algo que falta en nuestro alrededor. Vamos con prisas y siempre sin tiempo. Y poder invertir, que no perder, tiempo en compartir experiencias con otras personas, dejar que la confidencia fluya, escuchar con interés lo que es importante para los demás, es parte de lo que nos define. Acompañar. Estar.
Y esto también es lo que oigo a mi alrededor, cuando los profesores, las personas cercanas a La Salle comparten su vida contigo. Acompañad, estad, sed.
- Lo que amo.
El Hno. Álvaro Rodríguez Echevarría en su carta pastoral del año 2009, citando al benedictino irlandés Mark Patrick, decía: “el amor es el único ímpetu que es suficientemente desbordante como para forzarnos a abandonar el confortable refugio de nuestra bien armada individualidad, despojarnos de la impenetrable concha de autosuficiencia, y salir gateando desnudos a la zona de peligro que está más allá, el crisol donde la individualidad es purificada para hacerse persona. … Solamente el amor rompe nuestra dureza de corazón y nos da corazones de carne”.
El amor como ímpetu, ímpetu que mueve el mundo. A lo mejor es una visión un tanto rosa de la vida, pero creo que el amor es lo que mueve esta vieja Tierra. El amor es desbordante, y por amor eres capaz de hacer cualquier cosa. El amor es lo que nos mueve a irnos a la frontera en busca de los más necesitados, de los marginados, de los excluidos. A intentar llevar como Hermanos el mensaje de Dios a todos los rincones. El espíritu del Instituto se basa en el amor. Y lo que se nos pide a los Hermanos es amor. El amor es, como dice Patrick, “lo único que nos hará movernos y abandonar nuestros círculos de confort y bienestar. El amor es lo que nos hará palpitar el corazón. Y cuando notamos que el corazón palpita por amor, es un pálpito que no querremos abandonar jamás”.
En este sentido finalizaba el Hno. Álvaro con una reflexión de Albert Camus: “No ser amado es una desgracia; no saber amar una tragedia. Cuando se ha tenido una vez la dicha de amar intensamente, se emplea la vida en buscar de nuevo aquel ardor y aquella luz”.
Me siento un privilegiado en este punto. He sentido y siento el amor en mi persona. He amado y me siento amado. Me siento correspondido en la comunidad, en el colegio, en los alumnos, en las familias, en la sociedad. Pero sobre todo me siento muy afortunado, porque tengo el privilegio de sentirme amado por Dios. Algún hermano se sonríe con cara de escepticismo, cuando afirmo que puedo ver a Dios todos los días a mi alrededor. En muchas pequeñas cosas, en muchas situaciones inesperadas, en muchos estímulos que me hacen llegar a la conclusión de que son obra de Dios. Una sonrisa, una caricia, una imagen, una situación, una palabra, una lágrima, una bronca o incluso un despropósito. Dios está ahí. Sólo tenemos que tener la predisposición a encontrarnos con él.
- Lo que me rompe.
Mi principal defecto, entre los muchos que tengo, es probablemente la impaciencia, o mejor dicho, la falta de paciencia. Es un aspecto que intento trabajar y controlar lo más que puedo. Pero, cuando desaparece, cuando se agota, aparece el lado oscuro de la fuerza. Me rompe el no poder a veces controlarlo. Me rompe, muchas veces, la frustración de darme cuenta que está pasando y pese a ello, que pase. Me rompe el no estar a lo mejor a la altura de las circunstancias. Me rompe y soy consciente de ello. Y es lo más duro. El ser consciente. Otras circunstancias de mi vida son más fáciles de racionalizar, asimilar, de integrar en tu vida con un peso específico que tú le das. Pero que de golpe te desaparezca la paciencia,…
Soy consciente de este gran defecto que me acompaña. Lo trabajo y lo consigo controlar. Pero cuando no lo consiga, ya por adelantado pido disculpar por si he podido herir a alguien. No es mi intención, y no tendré reparo en pedir disculpas. Pero como dice mi madre, o me cogéis como soy, o me dejáis como soy. El pack es uno.
- Lo que me pone furioso.
Y junto a lo que me rompe, también hay cosas que me ponen furioso. Muchas de ellas racionales. La injusticia, el abuso, la corrupción, el egoísmo, la falta de caridad, el engaño, la codicia, la desigualdad, la miseria (humana y económica),… una larga lista de cosas que, como cristiano, siento la necesidad de luchar contra ellas. Que como Hermano de La Salle, integro en mi misión diaria como un objetivo a mejorar en mi alrededor, dentro de las posibilidades que se tengan, el poner todo de mi lado para construir el reino de Dios en este mundo, desechando todos estos baches en el camino del hombre. Pero todas ellas son hacia el exterior de mi yo.
En mi interior me enfurece el sentirme y darme cuenta que soy tratado como un niño. El sentir y darme cuenta que te infravaloran o desprecian por motivo de tu edad o de tu apariencia. El sentir que la justicia se aplica en función de lo que se ve y no de lo que sucede. El sentirte juzgado sin poder defenderte. El sentirte encasillado sin conocerte. El hábito no hace al monje y las vivencias que uno ha tenido en su vida, te configuran como eres. Ni mejor, ni peor, como eres. No es la búsqueda de la apariencia, ni la búsqueda de la alabanza fácil y gratuita, ni la búsqueda de la gloria. Es simplemente la búsqueda de la igualdad como persona. Ni más, ni menos.
- Lo que me acobarda, acoquina, arredra…
El miedo es algo intrínseco al ser humano. Cada uno con sus debilidades. Miedo al fracaso, al dolor, a la soledad, al amor, al éxito,… miedo a algo siempre hay. ¿Qué es lo que me acobarda, acoquina o arredra? Lo que más, el poder llegar tarde a mis seres queridos. El no estar cuando te necesiten. El no poder devolver con creces todo lo que ellos han invertido, de forma gratuita y desinteresada en mí. Posiblemente lo que me puede suceder a mí me tiene totalmente despreocupado. Lo que les pase a mis seres queridos, me duele. Lo que me acoquina me paraliza, es es irracional, me incapacita. Mis seres queridos son mi talón de Aquiles. Supongo que habrá más que me amedrenta y atemoriza. Pero tan identificado y concreto, no.
Todo ello configura mi ser Hermano. Todo ello lo he ido mamando desde mi primer contacto con los Hermanos. Todo ello configura que mi vocación cristiana se materialice en La Salle. Todo ello me acompaña en mi ser como Javier, muchas cosas desde que tengo uso de razón, otras descubiertas y adquiridas y asimiladas en mi relación con La Salle.
Mi primera consagración ante Dios, en Griñón, fue mi consagración definitiva. Año tras año, respetando mi compromiso con La Salle, he ido pidiendo y renovando mis votos temporales. Hoy me encuentro ya en la tesitura de pedir oficialmente mi consagración definitiva.
Es curioso como en la sociedad que me rodea, el miedo al compromiso rezuma por todos lados. El fracaso en el matrimonio, en las parejas, en las familias, en los estudios. La falta de asunción de las responsabilidades que uno adquiere en su día a día. Se podría pensar que la temporalidad en la que vivimos y somos educados podría influenciar la decisión de dar el paso de consagrarse para toda la vida ante Dios. En mi caso no es una opción. Es una realidad, meditada y valorada, rumiada y digerida que desde todos los focos posibles me lleva a querer entregarme a Dios como Hermano de La Salle.
Este año en Alcoy me ha aportado aún mas confianza en la decisión adoptada. He podido experimentar el amor, la confidencia, la fraternidad, el espíritu de La Salle en todo lo que he hecho. El poder compartir fe y vida con un grupo de profesores en proceso de asociación. El poder disfrutar de los jóvenes del colegio y de sus familias y sentir que algo, por poquito que sea, has conseguido empapar en su vidas, en su desarrollo como personas y en su crecimiento como cristianos lasalianos. El compartir con mi comunidad y con los Hermanos del Sector (Valencia-Palma) y del Distrito este sentimiento de ser La Salle. El compartir la fe y el amor de Dios. Ha sido un año distinto a los que he vivido anteriormente en Mallorca, pero igual o más intenso. Tal vez el contacto con los excluidos que Nou Horitzó me proporcionaba al ser tutor de un joven, se ha visto suplido con el contacto de ser tutor de un curso, y de vivir sus necesidades de la misma forma. La periferia puede estar en cualquier lado. Sólo tenemos que buscarla para encontrarla. Y por desgracia, está más cerca de nosotros de lo que pensamos.
Supongo que podrán llegar momentos de sequía, de carestía vocacional o de fe. Supongo que algunas cosas se podrán enfriar y otras transformar. Pero hay una cosa que supera todas las incertidumbre: el amor que siento por Dios. Y en él, el amor de mis Hermanos y del Instituto. Y se que con ello, será el bálsamo que cure mis heridas y me relance al ruedo de la vida, para poder seguir con su ayuda el trabajo que Dios nos ponga delante como misión.
Por todo ello, me he consagrado (Dios me ha consagrado) ante su Persona, para toda la vida, como Hermano de La Salle, para según dice la fórmula de los votos, “… permanecer en sociedad con los Hermanos de las Escuelas Cristianas, que se han reunido para tener juntos y por asociación las escuelas al servicio de los pobres, en cualquier lugar al que sea enviado, y para desempeñar el empleo al que fuera destinado, ya por el Cuerpo de la Sociedad, ya por los Superiores…” (R. 25)
Finalizo. En la comunidad de Eivissa, en mi etapa de postulante: “A la nostra missió ens comprometen viure el missatge de la parábola del Sembrador, sembrant y regant, sempre amb actituds d’alegría, acollida, escolta: fent ressó de la poesía de Cristina de Arteaga en la que nos diu:[1]
“Sembrad serenos sin prisas,
las buenas palabras, acciones, sonrisas…
Sin saber quien recoge,
dejad que se lleve la siembra las brisas”
[1] En nuestra misión nos comprometen vivir el mensaje de la parábola del Sembrador, sembrando y regando, siempre con actitudes de alegría, acogida, escucha: haciendo eco de la poesía de Cristina de Arteaga en la que nos dice: