En la trayectoria de cualquier persona hay momentos de naufragio. Cuando se desmoronan certezas, cuando se hunde uno en sus miserias. Ocurre que un día notas el ahogo en un vaso de agua, y puede que otro día sucumbes en medio de una tempestad.
No hay duda que la experiencia de perder los papeles forma parte de la existencia humana. Hay quien acepta la realidad, la afronta y sale bien parado. Hay quien se defiende haciéndose la víctima. Pero hay hundimiento.
La auténtica experiencia religiosa no consiste en rezar para evitar el naufragio, sino en naufragar… y sentirse tomado, religado, ¿rescatado?
Por eso el texto nos presenta a Jesús caminando sobre las aguas. Es un texto modelo. El que naufragó en la cruz, el que fracasó es ahora el resucitado, el que vence el poder de las aguas profundas.
Mt 14, 22-33
En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud.
Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra.
A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: «Tranquilizaos, soy yo; no temáis».
Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua».
«Ven», le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.
Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame».
En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.
Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios».
Pedro también pasa por la experiencia de estar hundiéndose, y las palabras de Cristo, y su mano tendida, le rescatan.
La fe se juega en este proceso. La fe es un don, y también exige una tarea. Pero, en definitiva, es sentirse conectado a la fuente de donde procede toda vida… y querer caminar sobre las aguas.
Échale un vistazo a tus naufragios: ¿Sigues a flote? ¿Vas a la deriva? ¿Qué pinta Cristo en ellos? Un poco más de fe, hay que mantenerse a flote.