Hace como 20 años que ya leí este libro. He vuelto a hacerlo. Entonces lo propuse para unas lecturas y reuniones comunitarias para las comunidades de Hermanos. Hoy, pienso que puede ser muy interesante para nuestras comunidades lasalianas. Como en cualquier texto, hay ideas y propuestas que son iluminadoras y otras que son cuestionables (ver final de la entrada).
A diferencia de otras entradas sobre libros que he realizado en esta página web, esta vez quiero elaborar un poco más, y sintetizar al inicio dos conceptos que aborda el libro: liminaridad y votos religiosos. Después, como siempre, podéis encontrar el índice del libro y algunas citas que destaco. Te animo a leer esta entrada y, si es el caso, el libro, seguro que te suscita muchos interrogantes y caminos de futuro.
Autor: Diarmuid O’Murchu
Título completo: Rehacer la vida religiosa. Una mirada abierta al futuro.
Publicaciones claretianas, Madrid 2001. 158 páginas.
ISBN: 84-7966-225-5
El concepto liminalidad:
Toda la publicación gira en torno al concepto “liminal”. “Liminalidad o liminaridad” se refiere a umbral, límite o frontera. No en un sentido físico sino antropológico, existencial y cultural. Es decir, toda persona está intrínsecamente invitada a explorar los umbrales de su vida. Todos tenemos un deseo consciente o inconsciente, una aspiración universal, de búsqueda de la plenitud, de la totalidad. Cada persona, pero también los grupos humanos, nos cuestionamos sobre los valores profundos de las sociedades en que vivimos. En cada sociedad siempre hay personas que exploran los umbrales, límites o fronteras de la cultura predominante.
El autor emplea el concepto de “peregrinación” para ilustrar este anhelo profundo que hay en cada ser humano. En toda cultura y religión encontramos diferentes maneras de realizar peregrinaciones. La peregrinación es una encarnación de lo liminar.
En todas las peregrinaciones encontramos grupos de monjes o religiosos que acompañan esta dimensión liminar o profética. Son personas o grupos que empujan a buscar. Ellos irradian unos valores más profundos que los de la cultura o religión predominante. Son buscados porque son fuente de sabiduría, no de conocimiento fáctico o por su utilidad social. Estos profetas sirven en la liminaridad, despiertan en los otros la energía de búsqueda de plenitud, de ir más allá (umbral) de lo cotidiano, admitido, funcional. Son provocación, generan admiración y, a la vez, indignación, porque denuncian los límites del status quo. Las congregaciones religiosas, en los orígenes de cada fundador, siempre has surgido como grupos liminares. Pero con el tiempo, la Vida Religiosa tiende a asimilarse al sistema y pierde su dimensión profética.
No siempre estos grupos liminares son explícitamente religiosos. En la actualidad, ecologistas, feministas, comunidades de base son percibidos como grupos liminares. Ponen sobre la mesa los anhelos profundos de las personas, catalizan el cambio hacia valores más plenos, más inclusivos. En el fondo no es cuestión de individuos aislados, siempre aparece la liminaridad como movimiento comunitario. En realidad, en la historia de la Vida Religiosa, a pesar de lo que normalmente se ha escrito, los orígenes no son eremíticos sino comunitarios.
Nuevo paradigma para los votos de la Vida Religiosa:
Si la Vida Religiosa desea mantener su dimensión profética o liminar debería pensar en cómo irradiar hoy los valores arquetípicos, culturales, humanos, profundos alternativos a nuestra cultura del descarte, de la opresión y del despilfarro. Para ello tendría que evolucionar en su manera de concebir los votos clásicos.
En el paradigma clásico antiguo los votos están asociados al alejamiento del mundo, a su renuncia, desde una antropología negativa, patriarcal y dualista (sagrado-profano, alma-cuerpo). En la actualidad este paradigma favorece el descompromiso con la realidad, el ideal del héroe ascético individualista y el legalismo canónico.
El nuevo paradigma tendría que afirmar los grandes valores presentes en las culturas, el compromiso con el mundo, la creatividad y la dimensión social y comunitaria. Ser signo para ser levadura e involucrarse con el mundo en relaciones de justicia, solidaridad y liberación.
En el voto de pobreza:
En el paradigma antiguo está centrado en el abandono de las cosas materiales, renuncia a los bienes materiales, dinero y posesiones, alentando el descomprometerse en el uso del dinero. En la actualidad esto puede generar en las personas un desconocimiento del costo de la vida, un uso dependiente e infantil del dinero y de los recursos.
En el nuevo paradigma el voto de pobreza debería alentar al uso interdependiente, solidario y comunitario de los recursos. Implicándose con la ecología integral, promoviendo un estilo de vida no narcisista, sino sostenible. Debería ser un voto para comprometerse con el mundo y la creación, denunciando las estructuras económicas opresoras y promoviendo economías solidarias.
El autor proponer renombrar al voto de pobreza como voto para la mayordomía, la persona se convierte en cuidador de los bienes, de la casa común, ofreciendo espacio para los necesitados, los que no tienen dónde reclinar la cabeza.
En el voto de celibato:
El paradigma antiguo lo centra en la renuncia al cuerpo, el placer, la sexualidad y la procreación. En la actualidad puede generar personas “castradas” en sus relaciones afectivas, en el despliegue de sus talentos, de su personalidad; personas con miedo a la intimidad, o a la sexualidad.
En el paradigma nuevo el voto debería ser el voto para la relación. Implicaría explorar las propias capacidades de relación, de lo afectivo, del amor. Reconociendo las limitaciones o paradojas en toda relación. Integrando la propia sexualidad como fuente creadora. Siendo signo, arquetipo, de relación total, abierta y profunda. Resaltaría la fuerza de la fraternidad en la construcción del Reino de Dios. La persona estaría más comprometida en ser “comadrona” de relaciones fraternas, siendo signo de fertilidad, de compromiso en las relaciones. Un voto para estar cerca de los que son descartados o excluidos en la cultura predominante.
En el voto de obediencia:
El paradigma antiguo está basado en la renuncia a decidir, desalienta tomar las riendas de la propia vida. Genera personas sumisas, fáciles a la dominación o control, al servilismo y la pasividad. Es un voto que en la actualidad promueve co-dependencia y refuerza el clericalismo.
El autor propone cambiar por el voto para el compañerismo. Un voto para comprometerse en el uso evangélico del poder, favoreciendo la participación en las decisiones. El voto debería denunciar las estructuras injustas, los abusos de autoridad. Un voto para crear y ofrecer espacios y estructuras que den voz de los que no tienen voz o recursos. Un voto para comprometerse en construir comunidades inclusivas, plurales, intencionales; para acompañar a las personas ayudar a discernir.
Índice:
Introducción
Capítulo I. El marco histórico. Reapropiándonos nuestra historia universal
Capítulo II. El marco cultural. Más allá de las categorías religiosas
Capítulo III. El marco cultural. La realidad liminar
Capítulo IV. El marco teológico. Ampliando los horizontes tradicionales
Capítulo V. El marco femenino. Recuperando una tradición perdida
Capítulo VI. El marco pastoral. Mediando los valores relacionales
Capítulo VII. Reestructurar para el siglo XXI.
Capítulo VIII. ¿Y qué sucede con el marco eclesiástico?
Capítulo IX. Espiritualidad para un tiempo de reconstrucción.
Bibliografía
Citas que destaco:
“Creo que nosotros, religiosos y religiosas, más que cualquier otra persona, estamos llamados a encontrarnos con ese nuevo fermento espiritual con la sabiduría y sensibilidad que es propia de nuestra vocación liminar. Llevamos en nuestros corazones la herencia de los márgenes liminares y la llamada profética a ponernos del lado de los que buscan una nueva esperanza.” (Pág. 12)
«Situarse frente a la realidad actual de nuestro mundo, especialmente en los límites donde el sufrimiento y la esperanza dan lugar a la creatividad, exige una mirada contemplativa y una visión intuitiva del Espíritu viviente. La sabiduría por la que nuestro mundo está clamando es aquella que permita entender cómo toda la realidad está realmente interconectada y cómo los impulsos provenientes del patriarcado fragmentan y separan.» (Pág. 12)
«Como muchos otros sistemas del mundo occidental de nuestros días, la vida religiosa está en crisis, decayendo tanto el número de sus miembros como su influencia cultural, insegura sobre su finalidad, confusa sobre su función y bastante indecisa sobre su futuro. De hecho su futuro no está en duda, como muchos historiadores de la vida religiosa ponen de relieve. Lo que está en duda es la supervivencia del modelo actual de vida consagrada. Aunque podríamos decir que actualmente no existe un único modelo. Existe más bien un estereotipo dominante que incluye muchas de las características de la espiritualidad y teología posterior a la Reforma. Ese estereotipo es patriarcal (dominado por los valores masculinos y con una estructura de poder jerárquica), dualista (alma y cuerpo, cielo y tierra, perfección y pecado), legalista (salvación a través de la observancia de la ley), jansenista (desprecio del orden del mundo creado) y eurocéntrico (la vida religiosa cristiana entendida como superior a otras formas [paganas] de vida religiosa).» (Pág 15)
«Histórica y teológicamente, hemos dado escasa atención al hecho de que muchos de los más grandes fundadores y fundadoras estuvieran acompañados por un pequeño grupo de personas muy significativas en la tarea de poner en marcha sus respectivas órdenes o congregaciones…
Habría que subrayar que sin el discernimiento y el apoyo de ese pequeño grupo muchas órdenes y congregaciones nunca habrían nacido. Más allá del popular interés historiográfico que tiende a ver sólo los logros heroicos del individuo hay una más profunda sabiduría comunitaria a menudo infravalorada y olvidada. En el corazón de la experiencia de una (re)fundación está más presente la creatividad conjunta de una comunidad que la de un individuo destacado. De aquí la necesidad de recuperar una visión más coherente de los orígenes comunitarios de la vida consagrada en el cristianismo así como de la fundación comunitaria de cada una de las órdenes y congregaciones.» (Pág.22)
«Un carisma continúa siendo fructífero cuando es capaz de inspirar una respuesta significativa a las necesidades urgentes de cada nueva época más que cuando sólo provoca la adhesión a las tradiciones y costumbres de la etapa anterior.» (Pág. 28)
«Mientras los grupos mantienen su centro de atención en el mundo y sus necesidades, sus esfuerzos son bendecidos con crecimiento y progreso. Cuando el interés de los grupos cambia del mundo al poder, el éxito y la supervivencia del mismo grupo -lo que Cada y Alia (1979) llaman el error utópico-, el grupo pierde su horizonte. El ideal al que sirven ahora ya no es Dios sino un ídolo conformado a su propia imagen y estilo. Es el principio de la decadencia tan predecible e irreversible como un resbalón accidental sobre el borde de un acantilado.» (Pág. 29)
«La decadencia proviene principalmente de la falta de un centro de interés o, en término más modernos, de una disminución en el sentido de misión. En lugar de escuchar atentamente al mundo y sus necesidades, religiosos y religiosas se enredan en el intento de proteger su propia identidad, supervivencia y necesidades internas. A medida que el centro de interés se vuelve hacia dentro no es extraño el que se produzca la acumulación de riquezas, de bienes materiales y propiedades, que se cuide el auto-engrandecimiento consumiendo en ello tiempo y energías en tanto que el sentido de oración y contemplación se deteriora y a veces desaparece.» (Pág. 31)
«El factor más importante es la respuesta sin ambigüedades y libre de estorbos a las urgentes necesidades del mundo emergente. La lealtad a la Iglesia, aunque recalcada a menudo en los documentos históricos, no es de absoluta importancia. El mundo más que la Iglesia es el centro primario de atención de cada nuevo desarrollo en el despliegue histórico de la vida religiosa cristiana.
La libertad interior para escuchar profundamente y la iniciativa para responder de un modo original y novedoso son las variables más importantes. Por eso la necesidad que tienen los grupos ya establecidos de morir y de liberarse de sus ideas e ideales previos. Los grandes fundadores y fundadoras leyeron los signos de los tiempos haciendo de ellos un desafío provocador e inquietante. Respeto por la tradición, edificación sobre los fundamentos del pasado y el cuidado en mantener la continuidad fueron temas de los que no se preocuparon demasiado. Si mirada se centraba en el futuro, la creación de algo radicalmente nuevo para responder a las recientes necesidades.
Ese centrarse en el mundo más que en la Iglesia es lo que hace única a la historia de la vida religiosa.» (Pág. 32)
«La misión del profeta es la de crear una contra-cultura que alumbre valores y modos de ser alternativos, mantenga abierta una visión más dilatada de la realidad y desafíe las estructuras y sistemas que tienden a ahogar y frustrar la co-creatividad divino-humana. Si el sistema institucional tiene la tendencia de convertirse en dios en sí mismo, la tarea del profeta es la de desafiar y denunciar todos los ídolos parciales o falsos, señalando continuamente hacia Dios que abarca todo y cuya realidad no puede institucionalizarse o mediatizarse en ningún conjunto de leyes o instituciones.
La vocación profética es, por tanto, más cultural que religiosa. El profeta intenta salvaguardar y desarrollar los valores espirituales y holistas que sustentan el significado fundamental de la vida. La tarea profética debe ser lo más inclusiva posible y, al mismo tiempo, contestar todos aquellos movimientos que puedan estar volviéndose excluyentes, lo que en el mundo religioso suele llevar a menudo a la idolatría, el fanatismo y el sectarismo. Los profetas, por eso, no están especialmente encariñados con la religión. Su modo de entender a Dios y el plan divino para la creación se extiende más allá de lo que cualquier institucionalización religiosa contiene y trata de ofrecer.» (Pág. 37)
«En la denuncia y protesta política una de las funciones exclusivas del profeta es la de salvaguardar y promover la inclusividad como un valor cultural y espiritual fundamental. Por eso, el testimonio profético optará por y tratará de desarrollar sistemas que fomenten la apertura, fluidez y flexibilidad, organizaciones que traten de estar más auténtica y justamente al servicio de las reales necesidades del pueblo y movimientos que procuren respetar e integrar la cocreatividad divina y humana.» (Pág. 39)
«El profetismo en el Nuevo Testamento ha pasado de los individuos a las comunidades.» (Pág. 40)
«En muchas partes del mundo la religión está en una crisis profunda pero la espiritualidad disfruta de un importante renacer que está teniendo lugar fuera más que dentro de nuestras instituciones religiosas. Sucede a menudo que es precisamente en la ausencia de la religión donde las personas descubren su centro espiritual, ese espacio interno que sin descanso busca un significado y finalidad en uno mismo, en los otros y en el universo. Todos estamos dotados de esa capacidad innata que a menudo permanece dormida y sin desarrollarse, incluso durante toda la vida de una persona. Para algunos es la fuente viva que alimenta su vitalidad, esperanza y alegría, dándoles una sensación interna de bienestar, una capacidad para servir a los demás generosa y amablemente y una apertura al misterio y a la bondad de la vida (sin que exista necesariamente una fe explicita en Dios). Para otros el sentido espiritual, reprimido y a menudo frustrado, se proyecta hacia fuera en una excesiva devoción al poder, las posesiones o el placer. En todos los casos, estamos adorando a Dios porque nuestra auténtica naturaleza nos empuja en esa dirección.» (Pág. 48)
«Si la vida religiosa, por su misma estructura, lleva consigo una cierta anormalidad, entonces esa vida entrará en crisis cuando trate de hacerse normal y cuando ya no sea vivida en el desierto o en la frontera. (Jon Sobrino)» (Pág. 47)
«Desde 1960 hemos sido testigos de la desintegración de un poderoso imperio eclesiástico que se había desviado muy seriamente de la visión del Nuevo Reino de Dios; un monolito que quizá tenga que colapsar totalmente (a lo largo de los próximos siglos) antes de que una Iglesia al servicio del Nuevo Reino se levante de entre los rescoldos casi apagados de la antigua. Y aquí puede haber otro inmenso desafío para nosotros los religiosos y religiosas: ¿podemos asumir la inevitabilidad y necesidad de nuestra muerte, vivirla de un modo auténticamente pascual e integrarla como condición para la resurrección de la esperanza? De ese modo podríamos ofrecer a la Iglesia (a todas las demás instituciones patriarcales que están experimentando el declive y la desintegración actualmente) un modelo que, trascendiendo la negación, las ayude a morir libremente a su pasado y a abrirse al nuevo futuro resultado de la creatividad del Espíritu.» (Pág. 71)
«Dada nuestra cercana relación con la Iglesia jerárquica de la era post-tridentina, los religiosos y religiosas dedicamos muchas de nuestras energías y recursos a cumplir íntegramente el derecho canónico. Cuando nos vemos enfrentados a la llamada urgente de nuestros días, solemos dudar y mirar por encima de nuestros hombros para ver si lo que pensamos en nuestros corazones que debemos hacer, sería aceptado por el obispo, el párroco o los guardianes patriarcales de los servicios sanitarios o educativos en los que estamos integrados. Hemos perdido casi totalmente la atrevida y subversiva visión de los profetas, antiguos y modernos. Hemos traicionado casi totalmente nuestra vocación liminar de ser catalizadores de las nuevas posibilidades que deberían expresar y articular de una forma nueva los valores profundos a los que el pueblo aspira.» (Pág. 73)
«Por consiguiente, nuestra praxis teológica se centra en la creación de estructuras comunitarias donde podamos explorar, concretar y mediar esos valores que ponen en sintonía nuestras vidas con el centro de la creación. Este centro es la capacidad para relacionarse entendida tanto microscópica como macroscópicamente. De esta manera la antiguas barreras dualistas entre lo divino y lo humano se desintegran y comenzamos a entrar en contacto con la vida en su vitalidad y unidad esenciales. Por eso para los religiosos la comunidad es mucho más que un modo concreto de vivir. Es, primero y ante todo, un hecho teológico porque hemos sido atrapados por el Nuevo Reino de Dios y somos enviados a realizar y promover esa profunda cualidad de la interrelación a través de la cual nos convertimos en presencia liminar para toda la humanidad.» (Pág 75)
«Ya no se puede formular una teología de la vida consagrada en torno exclusivamente a la búsqueda de la perfección en contra de un mundo imperfecto. Tampoco es apropiado construir esa teología sobre la idea de la vida religiosa como un signo escatológico (Lumen Gentium 44). Eso mantendría nuestra mirada en el cumplimiento que se daría en el mundo futuro, apartando seriamente nuestra atención del único mundo que creemos que es el lugar de la co-creatividad de Dios, pasada, presente y futura. La vida religiosa no se refiere a unos valores que pertenezcan a una vida que esté más allá de ésta. Su vocación, más bien, es responder al desafío y esforzarse por vivir de una forma abierta, creativa y responsable en el aquí y ahora de nuestro contexto planetario y cósmico. No estamos llamados a ser un signo sobrenatural que señale más allá de este presente orden imperfecto hacia la plenitud de la vida futura. Nuestra misión es la de situarnos en el corazón de la creación que creemos que es el único mundo (del que la vida después de ésta es sólo una dimensión) ofreciendo un testimonio liminar de los valores que perduran y que apuntan hacia esa plenitud de vida que anhelamos en nuestros corazones.
De acuerdo con el documento vaticano de 1981, Religiosos y Desarrollo Humano (n. 24), los religiosos y religiosas estamos llamados a convertirnos en signos de comunión para el mundo. La llamada a comprometernos con esos valores profundos que constituye el centro de nuestro testimonio liminar es solamente posible en un contexto comunitario.» (Pág. 75)
«Valores a recuperar desde la sensibilidad femenina
a. El poder de lo feminino en favor de una creatividad apasionada.
b. La inculturación de lo espiritual como valor unificador esencial.
c. Reclamar nuestra identidad de personas encarnadas.
d. La importancia capital de la fertilidad (mujer dando a luz, generando)
e. La sexualidad como poder sagrado que debe ser protegido y celebrado.
f. Recuperando el arquetipo andrógino.
g. El sentido de comunidad, cooperativa, no competitiva ni jerárquica.
h. Imagen de Dios como mujer, Dios nutriente, apasionado, protector, participativo (no dominante, distante, patriarcal y crítico)» (Pag. 81 y ss)
«Comunidad significa acogida, reciprocidad, amistad y camaradería. A un nivel más profundo implica oportunidades de crecimiento y retos para la persona. Donde hay una auténtica comunidad, nos vemos envueltos en algo más profundo: crecimiento espiritual y discernimiento. El nivel más profundo necesita el más mundano como un punto de entrada y el cultivo de la acogida y de la amistad son elementos clave en todas las etapas. La creación de este sentido comunitario es una necesidad pastoral urgente en nuestros días en que los religiosos y religiosas están invitados a participar con un papel mediador y un estilo creativo.» (Pág 100)
«Desde una perspectiva pastoral y ministerial, religiosos y religiosas son muy pobres en lo que a la construcción de la comunidad se refiere. Aunque la mayoría de las Constituciones dedican secciones enteras al tema y lo presentan como un objetivo básico, en la práctica la dimensión funcional tiene la prioridad ante la dimensión relacional. La mayoría de las congregaciones organizan su estilo de vida no en torno a los valores del ser sino a los del hacer. En muchos casos la comunidad significa el hecho de estar juntos por razón de uno o más ministerios.
Y en el mismo apostolado es muy extraño que la formación y edificación de la comunidad sea prioritario para los religiosos o las religiosas. Tendemos a trabajar con el sistema de valores patriarcal de éxitos y de consecución de resultados. Es muy probable que valoremos más la cantidad de tiempo que pasamos juntos que su calidad. Muchos de nuestros apostolados tradicionales, especialmente en el campo de la educación, reproducen los valores de la competitividad y de la búsqueda del éxito, que impiden esencialmente la creación de la auténtica comunidad. Al nivel pastoral este es un tema que necesita ser replanteado tanto dentro como fuera de nuestras órdenes y congregaciones.» (Pág. 102)
«Esta capacidad para conectar es lo que justifica más que cualquier otra cosa la espiritualidad contemporánea. Es un desarrollo típicamente ecléctico, pues busca una profundidad que va mucho más allá de lo que las tradiciones sagradas de cualquier religión e incluso de todas las religiones juntas pueden ofrecer; busca, también, una anchura que incluye toda la creación en el despliegue de su evolución; busca, además, una integración que nos lleve más allá de los dualismos típicos de la fragmentación patriarcal que ha dividido nuestro planeta y nos ha separado a las personas unas de otras y del resto de la creación; busca, en fin, una trascendencia que no trata de escapar del mundo o vencerlo sino transformarlo a través de un esfuerzo compartido con nuestro Dios co-creador.
Sólo esta perspectiva espiritual renovada podrá satisfacer a los que han sido llamados a ser presencia liminar en nuestro mundo. Sólo ella nos capacitará para dar el testimonio radical y creativo que viene exigido por nuestra contestación profética. No necesitamos ser especial- mente fuertes, ni ascetas heroicos al viejo estilo sino más bien místicos vulnerables, inteligentes y apegados a la tierra, que se sienten en casa con las manos manchadas, un temperamento apasionado y una imaginación salvaje. ¡Después de dos mil años de historia del cristianismo ya es tiempo de prender fuego a la tierra y llevar definitivamente la encarnación a la vida!» (Pág. 146)
«La oración no es algo que hacemos o conseguimos, solos o con otros. Es mejor decir que es algo que nos sucede en cuanto la totalidad de lo que somos (cuerpo, alma y espíritu) se abre y se hace receptiva al poder creador del Espíritu de Dios que está actuando en toda la creación La oración es una disposición del corazón, no una habilidad recibida de fuera. Es más bien un anhelo y deseo que brota de dentro. Ese venir de dentro es fundamental y se convierte en la fuente desde la que se establecen conexiones y relaciones. Las formas, estructuras e incluso palabras aparecen en la medida en que necesitamos expresar lo que mana del corazón. Las palabras que usamos en la oración, el grado en que logramos estar atentos o no a esas palabras (distracciones) tiene relativamente poca importancia. La intención y el deseo de ponerse ante Dios en oración son mucho más importantes que cualquier ejercicio concreto de oración humanamente creado.
Necesitamos recuperar también la dimensión social y comunitaria de la oración. Si la oración es la capacidad-para-conectar, entonces la existencia de un grupo que nos apoye y nos acompañe en el discernimiento parece altamente deseable. El contexto grupal es particularmente importante para engendrar un clima de discernimiento.» (Pág. 148)
«Finalmente, un tiempo para que los llamados a la vida consagrada sean los catalizadores valientes y generosos de este nuevo fermento espiritual, de modo que no quedemos atrapados en el fundamentalismo religioso, el reduccionismo científico o el secularismo político.» (Pág. 150)
Quiero también indicar que el libro suscitó una reacción muy crítica desde la Conferencias Episcopal Española allá por el 2002. En este enlace puedes leer la nota doctrinal de condena al libro.
En este otro enlace se comenta lo siguiente respecto a la reacción de la Conferencia Episcopal:
«[Los errores a los que llama la atención la Conferencias Episcopal] Fundamentalmente se refieren a los nuevos paradigmas en los que el autor se mueve: – una visión laica de la realidad, – un cristianismo reinocentrista (no eclesiocéntrico, ni, menos, eclesiástico), – una visión con paradigma pluralista (no inclusivista), – un enraizamiento en el nuevo relato cosmológico y biológico, – una preeminencia reconocida a la espiritualidad sobre la religión, – una visión de la vocación a la vida religiosa (la llamada ‘vida consagrada’) desde una perspectiva fundamentalmente humana-existencial y no tanto canónico-institucional, – y una visión de la misma vida religiosa como una fuerza con protagonismo en la sociedad, y no un grupo intraeclesiástico enclausurado (sobre todo la vida religiosa femenina), secuestrado en cautividad bajo la autoridad de la Iglesia. El libro tiene ya sus años, pero para muchas personas resultará novedoso, y rompedor, ciertamente.»
Puedes apreciar por ti mismo todos los argumentos. Cambiar de paradigma no es fácil, todo nuevo paradigma necesita ser también cribado, analizado, corregido.
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