Este sí es un texto difícil.
¿Es histórico? Es decir, ¿sucedió tal cual nos lo cuentan? ¿como si un periodista reflejara por escrito lo visto?
Tradicionalmente se ha pensado que fue así, bueno no sólo en este párrado sino en toda la Biblia. Ocurre que con esta manera de leer aceptamos a un Dios intervencionista, que se salta las leyes de la naturaleza (aquí el cadáver ya olía), un Jesús con más poderes que «supermán», aceptamos todos los milagros al pie de la letra…
Si fuera así no me queda más remedio que protestar: ¿por qué no interviene Dios evitando todas las enfermedades, catástrofes naturales, asesinados e injusticias humanas? Ya que es Dios y todo lo puede. ¿O es que sólo intervino hace casi dos mil años y ahora está de descanso?
Bien, esta discusión podría recorrer todos los pasajes del Nuevo Testamento: descubrir qué es histórico, qué es género literario, qué lenguaje simbólico… Estos versículos son suficientes para animarnos a estudiar Biblia, exégesis, ¿te das cuenta que interpretes como interpretes tiene graves consecuencias?
Voy a optar por entender que el pasaje del Evangelio de Juan, el último escrito, a más de 60 años de la muerte y resurrección de Jesús, sin que los otros evangelios mencionen nada parecido (como para olvidarlo), digo que lo voy a interpretar como texto alegórico, como enseñanza o parábola, y no como ocurrido literalmente.
Jn 11, 1-45
Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta.
María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo.
Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo».
Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.
Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea».
Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?».
Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él».
Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo».
Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se curará».
Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.
Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo».
Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él».
Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.
Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros.
Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano.
Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa.
Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas».
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».
Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día».
Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?».
Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo».
Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama».
Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro.
Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado.
Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí.
María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto».
Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde lo pusieron?». Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás».
Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!».
Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?».
Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: «Quiten la piedra». Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto».
Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?».
Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste.
Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!».
El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar».
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.
El texto nos quiere hablar de la vida después de la muerte. No hay revivificación. Dios no nos salva de la muerte física, sino del miedo a la muerte. Hay tumba, hay losa, hay olor a muerte, el cadáver está atado de pies y manos.
Lázaro es amigo íntimo de Jesús. Jesús se conmueve con su muerte. Pero la muerte no tiene la última palabra. La muerte no puede impedir que amemos, que estimemos y que entreguemos nuestra vida. Morir físicamente no significa dejar de vivir. Morir siempre será morir biológicamente, pero no espiritualmente. La muerte no es una pesada losa, no nos ata de manos y pies.
¿Cómo será esa vida más allá de lo biológico? Ni puñetera idea.
¿Es razonable, entonces, creer en este mensaje de Jesús? Científico, desde luego que no mucho; razonable, pues… ¡hombre! creo que es razonable pensar que el ser humano está tocado de eternidad, de sueños y de proyectos que la muerte aborta. Reconozco que si le diéramos palabra al doctor House nos tacharía de estúpidos. Pero he he dicho la palabra «creo». Creo, es una creencia, no una evidencia.
No es un absurdo. Me fío del mensaje evangélico. Creo que no somos una «pasión inútil». Creo que como Jesús, resucitaré. Probablemente no será como pienso o puedo llegar a pensar. Pero mientras tanto tengo que vivir sin miedo a la entrega, sin miedo a perderlo todo: porque creo que ni la muerte me quita lo que ya se me ha dado.