Título completo: La tarde del cristianismo. Valor para la tranformación.

Autor: Tomáš Halík

Herder Editorial, Barcelona, 2023, 294 páginas.

ISBN: 978-84-254-4828-7

Breve comentario:

He disfrutado leyendo el libro. Desde una cultura centroeuropea, diferente a la que estamos habituados, nos llega una reflexión sobre la religión, la fe, la espiritualidad y el papel de la Iglesia en este Tercer Milenio que me parece muy iluminadora. Me ha interesado mucho la diferencia que establece entre faith (fe) i el concepto beliefs (creencias); también la propuesta de este ecumenismo de tercera generación (abajo en las citas lo encontrarás apuntado) que conecta muy bien con la misión evangélico-educadora de nuestras escuelas; los caminos que la Iglesia debería recorrer para estar a la altura de los retos del presente; la necesidad de comunidades donde compartir la fe… Y cómo la espiritualidad es la llave que abre las puertas para los encuentros humanos a un nivel profundo, de sentido de vida, con los buscadores que no encuentran en los pasillos del edificio clerical, ni en el escepticismo, un lugar donde compartir sus temores, sueños y esperanzas.
Me ha parecido fácil de leer, bien estructurado, lleno de imágenes sugerentes y propuestas concretas para transformar el cristianismo.

Clicar aquí para ir a las citas que destaco en este libro.


Índice:

Prólogo

1. La fe en movimiento

2. La fe como experiencia con el misterio

3. Leer los signos de los tiempos

4. Mil años como un día

5. ¿Un cristianismo religioso o arreligioso?

6. Oscuridad a mediodía

7. ¿Ha vuelto Dios?

8. Herederos de la religión moderna

9. De la aldea global a la civitas oecumenica

10. ¿Una tercera Ilustración?

11. La identidad del cristianismo

12. Dios de cerca y Dios de lejos

13. La espiritualidad como pasión de fe

14. La fe de los no creyentes y una ventana de esperanza

15. Una comunidad para el viaje

16. Una comunidad de escucha y comprensión

Agradecimientos

Bibliografia

Índice de nombres.


Citas que resalto:

“Si queremos conocer algo sobre la fe del prójimo, dejemos las preguntas del tipo si cree en Dios, cuál es su opinión sobre la existencia de Dios y cuál es su afiliación religiosa. Vamos a centrarnos mejor en qué papel desempeña Dios en su vida, cómo cree, cómo vive la fe (tanto en su mundo interno como en sus relaciones), cómo se ha transformado esta durante su vida y cómo ha transformado su vida –y, si es así, cómo y en qué medida su fe transforma también el mundo en el que vive.”
(Pág. 22)

“La forma de humanidad del hombre es la mejor expresión de su fe o de su escepticismo. Sobre la fe de una persona responde más su propia vida que sus pensamientos y sus palabras acerca de Dios. Pero, si vamos a hablar de cómo vive una persona, evitemos reducir la totalidad de su vida al campo de la moral, al de las virtudes y los pecados; a la forma de vida de una persona pertenecen también su riqueza emocional, su fantasía y su creatividad, el sentido de la belleza y el humor, la capacidad de empatía, así como otras cualidades. La respuesta a cómo es una persona y qué tipo de fe inspira y lleva consigo está en su forma de ser humano.”
(Pág. 23)

“La comprensión existencial de la fe que postulo en este libro tiene probablemente una gran cercanía con lo que en el léxico religioso y teológico llamamos espiritualidad, si no entendemos esta solo como vida interior o como lado subjetivo de la fe. La espiritualidad es el estilo de vida de la fe; ocupa prácticamente todo el espacio del fides qua. Es la savia del árbol de la fe, alimenta y renueva sus dos dimensiones: tanto la vida espiritual, la experiencia religiosa interna, el estilo de vivir y reflexionar sobre la fe, como la práctica externa de la fe, las manifestaciones externas de los creyentes en la sociedad, las celebraciones sociales y la incorporación de la fe a la cultura. Esta última dimensión de la fe la considero clave, especialmente en los tiempos que vienen.”
(Pág. 32)

“Si queremos buscar una medida de la autenticidad de la fe, no la busquemos en las palabras que expresan los humanos, sino en cómo la fe ha penetrado en ellos y ha cambiado su existencia, su corazón. Busquémosla en la forma en que se entienden a sí mismos, su relación con el mundo, la naturaleza y la gente, su relación con la vida y con la muerte. El hombre no expresa su fe en el Creador por lo que piensa sobre la creación del mundo, sino por cómo se comporta con la naturaleza. Su manera de expresar la fe en el Padre es aceptando a los demás como hermanos y hermanas, y teniendo fe en la vida eterna al aceptar su propia finitud. “
(Pág. 36)

La tarde de la vida -la madurez y la vejez- trae una tarea más importante que la vida del mediodía: el camino espiritual, el descenso a las profundidades. La tarde de la vida es un kairós, un momento adecuado para el desarrollo de la vida espiritual, la oportunidad de culminar el proceso de maduración de toda la vida. Esta etapa de la vida puede traer valiosos frutos: perspectiva, sabiduría, tranquilidad y tolerancia, la capacidad de controlar las emociones y superar el egocentrismo. Este es el principal obstáculo en el camino que va desde el ego, el centro de nuestra vida consciente, hasta el centro más profundo, el yo interior. Este giro desde el «pequeño yo» hasta uno más propio y fundamental (podemos llamarlo Dios o «Cristo en nosotros») cumple el sentido de la vida, lleva a la madurez y a la plenitud. Para Jung, la plenitud no significa perfección, sino integridad (en algunos idiomas, la raíz de completo y sagrado comparten raíz: whole y holy, heil y hielig). Por el contrario, el incumplimiento de las tareas de esta etapa vital, el mal envejecimiento, trae rigidez, desajustes emocionales, ansiedad, desconfianza, atención por las cosas insignificantes, autocompasión, hipocondría y un carácter que aterroriza a su entorno. Según Jung, probablemente, todas las afecciones psicológicas en la segunda mitad de la vida -y me he encontrado con algunas de ellas en mi experiencia clínica-, tienen relación con la ausencia de una dimensión espiritual o religiosa en la vida, en el sentido más amplio de la palabra.”
(Pág. 57)

“El Concilio Vaticano II, en la segunda mitad del siglo xx, no fue solo un intento de llegar a un acuerdo de caballeros entre la Iglesia católica y la Modernidad, sino también un intento de pasar del catolicismo a la catolicidad, de buscar el cristianismo ecuménico y la fe desideologizada, de una Iglesia desclericalizada. Este concilio reformista quería liberar a la Iglesia de la nostalgia por la Christianitas premoderna y marcó el camino para pasar de la estrecha forma confesional moderna a una apertura ecuménica.
Sin embargo, el esfuerzo de alinear a la Iglesia con la Modernidad llegó tarde, paradójicamente, en un momento en el que esta ya estaba saliendo de escena. El intento de una Iglesia ecuménica en tres sentidos -la unidad entre los cristianos, el diálogo con otras religiones y el acercamiento al humanismo secular, a los <<no creyentes»- se quedó, a través de todos sus significativos pasos, a medio camino: seguir con este camino sigue siendo una tarea para la tarde del cristianismo.”
(Pág. 83)

“El papa Francisco ve una solución clara en rebajar el centralismo de la Iglesia y reforzar los principios sinodales, es decir, dar mayor autonomía y mayor responsabilidad a las Iglesias locales. No obstante, otro problema radica en las tensiones dentro de estas Iglesias locales. ¿Están dispuestos los líderes, especialmente los obispos, a abandonar el concepto monárquico de su posición y convertirse en mediadores del diálogo dentro de la Iglesia? ¿Están preparados para crear y defender lugares donde ganarse la simpatía de los creyentes individuales, hombres y mujeres? ¿Están preparados para reconocer las capacidades de las mujeres y asumir su responsabilidad con la comunidad de creyentes?
Insisto en que la reforma de la Iglesia debe ir más allá de la transformación de las estructuras institucionales. Las reformas deben venir desde profundas fuentes teológicas y desde la renovación espiritual.”
(Pág. 128)

“La religión es una fuerza que se puede usar de forma terapéutica y de forma destructiva: en ciertas circunstancias, puede transformar los conflictos políticos internacionales en destructivos enfrentamientos entre civilizaciones. Por eso, es necesario buscar una manera en la que la influencia moral de la religión se conecte con ese tikún olam (reparar el mundo). ¿Puede contribuir a esto la otra heredera de la religión moderna, la espiritualidad? Si las religiones desarrollan su dimensión espiritual, podrían contribuir significativamente al diálogo interreligioso, que es una de las tareas más apremiantes de nuestro tiempo. Precisamente en estos campos se encuentran más cercanas las grandes religiones.”
(Pág. 133)

“A veces, esto [descenso de la afección por lo religioso] se define a la ligera como ateización de la sociedad, cuando en realidad significa que la vida espiritual de la gente ha evolucionado más allá de las formas que ofrece la Iglesia, y que las demandas de una vida espiritual más madura y especializada no conectan con los limitados estereotipos que ofrece la Iglesia.”
(Pág. 138)

“La Iglesia de hoy no está en condiciones de invitar a los buscadores a los pasillos de su estructura eclesiástica. El cardenal Bergoglio, en la víspera de su nombramiento como papa, citó a Jesús diciendo: «Estoy de pie a la puerta y llamo». Pero agregó que hoy Jesús llama desde el interior de la Iglesia y quiere salir, especialmente en dirección a los pobres, marginados y heridos de este mundo, y nosotros deberíamos seguirlo.”
(Pág. 141)

“Estoy convencido de que difundir el amor de Jesús es una tarea que no pertenece solo a los cristianos de forma individual, sino también a las comunidades cristianas, a las iglesias, que están entretejidas en el gran organismo que es la humanidad y tienen también su responsabilidad frente a ese todo.
Una forma convincente de amor cristiano, sobre todo en esta época, es el ecumenismo, el esfuerzo por transformar el mundo en ecúmene, un espacio habitable, un hogar. Por ecumenismo, la mayoría de la gente entiende los esfuerzos para acercar a las Iglesias cristianas. El Concilio Vaticano II impulsó el segundo ecumenismo, el diálogo interreligioso e incluso el tercer ecumenismo, para construir una reciprocidad entre los creyentes y las personas que no comparten fe religiosa.
La llamada más urgente a la apertura ecuménica de todos los documentos eclesiásticos presentados en la historia del cristianismo es la del papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti del 4 de octubre de 2020.”
(Pág. 152)

“Durante siglos, la preparación de los candidatos al sacerdocio en las facultades de teología católicas consistió en estudiar filosofía y teología natural antes de estudiar teología en un sentido propio. No obstante, esta estructura de estudio llevó a que, ante la pregunta de a quién se refería Jesús cuando hablaba de su Padre en el cielo, ya tuvieran la respuesta preparada: a ese Dios cuya naturaleza y cuyos atributos habían aprendido en sus cursos de metafísica. Me temo que esta idea preconcebida condujo a un terrible malentendido, incluso un malentendido en el mismo corazón de los Evangelios. Jesús no creía en el Dios de los filósofos, sino en el Dios de Abraham, de Jacob e Isaac, el Dios que habló con Moisés en la zarza ardiente. Esta diferencia la vislumbró Pascal en una experiencia mística en 1654. La premisa de la teología cristiana debería ser, por el contrario, la valentía de olvidar radicalmente, de poner entre comillas todas las concepciones humanas de Dios basadas en construcciones metafísicas, en nuestra fantasía personal, y con un humilde reconocimiento (o un sabio reconocimiento) de que no sabemos quién es Dios, no sabemos a qué se refiere la gente (incluidos nosotros mismos) con esa palabra. Debemos buscar a quién se refería Jesús cuando hablaba del Padre. Ansiamos acceder a la relación de Jesús con el Padre, es decir, intentar lo imposible, a menos que el mismo Jesús nos envíe un Mediador y un Ayudante.”
(Pág. 168)

“El corazón del cristianismo es la relación de Jesús con el Padre. Esto es lo que presentan los Evangelios, que conservan la palabra de Jesús y cuentan su historia, donde atestigua esta relación.
Jesús dice a sus discípulos: «Tened fe en Dios». Algunas traducciones debilitan y distorsionan el significado profundo de esta frase (que podría ser: «Tened la fe de Dios»), ya que Jesús quiere decir algo más: Dios no es el objeto sino el sujeto de la fe. Los manuales clásicos de teología afirman que Jesús no tenía la virtud de la fe, no la necesitaba, pues era Dios. Sin embargo, Jesús fue el autor y consumador de la fe, según la Biblia. En su fe está la fe del propio Dios, su confianza arriesgada en nosotros. Dios despierta nuestra fe y la guía con confianza en nuestra libertad, con confianza en que responderemos a su don con fe y fidelidad. Dios es fiel porque no puede negarse a sí mismo.”
(Pág. 169)

“Cristo no vino a ofrecernos una doctrina, sino un camino en el que estamos aprendiendo constantemente a transformar nuestra humanidad, nuestra forma de ser humanos, incluyendo todas nuestras relaciones: con nosotros mismos y con los demás, con la sociedad, con la naturaleza y con Dios. Esta es su enseñanza, no una doctrina, una teoría sobre algo, sino un proceso de aprendizaje, esta es la práctica educativa y terapéutica de Jesús. Su nueva enseñanza es una «enseñanza expuesta con autoridad» y su poder reside en la capacidad de transformar a una persona, de cambiar sus motivos y sus objetivos, su orientación en la vida. Jesús es un maestro de vida.”
(Pág. 178)

“Así pues, la gracia de la fe se infunde en la vida de una persona concreta no cuando da su asentimiento racional a los artículos de fe, cuando comienza a pensar que hay un Dios -como mucha gente imagina la conversión-, sino cuando se produce la trascendencia (autotrascendencia, trascendencia del egoísmo y el ensimismamiento) en su vida, es decir, lo que el cristianismo entiende por palabra de amor. Las creencias de fe, las creencias sobre Dios, forman parte del acto de la fe en la medida en que su contexto es la práctica del amor. Fuera de este contexto son una fría «fe muerta».”
(Pág. 187)

«Ciertamente, no solo en el cristianismo, sino también en las tradiciones de muchas otras religiones, así como en la cultura secular, están presentes fuentes de espiritualidad extremadamente valiosas, y a menudo olvidadas, que pueden añadir profundidad, brillo y poder terapéutico a la civilización contemporánea. Si esta potencia se desarrolla dentro de las diferentes religiones, puede abrir un espacio para compartir y enriquecerse mutuamente. Observo con gran interés la unión de personas de todas las religiones que se dedican de forma responsable a la práctica espiritual seria y a aprovechar los tesoros de la mística. Cultivar su propio lado espiritual puede ser lo que permita a estas tradiciones convertirse en una alternativa positiva al fundamentalismo, a la trivialización y a la comercialización de la religión, y a la explotación ideológica y política de la energía religiosa para alimentar el nacionalismo, los prejuicios, el odio y la violencia. La espiritualidad -más que la teología académica, la liturgia y los preceptos morales- es la fuente del poder de la religión, y ha sido subestimada durante mucho tiempo. No la despojemos de las otras dimensiones de la fe. Para que el poder despierto de la espiritualidad conduzca a la paz y a la sabiduría, no puede separarse de la racionalidad, ni de la responsabilidad moral, ni del orden sagrado que la liturgia aporta a la vida.”
(Pág. 214)

“Poco a poco, aprendí a ver la fe y la duda como dos hermanas que se necesitan mutuamente, que deben apoyarse para no caer por el estrecho puente hacia el abismo del fundamentalismo y el fanatismo (a ello ayuda la duda en la fe), ni en el abismo del escepticismo amargo, el cinismo o la desesperación (en este caso, la fe nos ofrece una confianza básica). A veces, he tenido dudas sobre la fe; si somos consecuentes en el camino de la duda, este camino nos enseña a dudar de nuestras dudas.”
(Pág 222)

“Ernst Bloch dijo en una ocasión que solo un verdadero cristiano puede ser ateo y solo un verdadero ateo puede ser cristiano. Creo que ahora entiendo lo que quería decir, aunque lo percibo de forma diferente: el ateísmo puede ser beneficioso para los cristianos creyentes, pero peligroso para los ateos. El ateísmo es como el fuego: puede ser un buen sirviente, pero un mal amo. El creyente cristiano es un ateo con respecto a muchos tipos de teísmos problemáticos; los cristianos fueron considerados ateos durante varios siglos debidos a su oposición a la religión estatal de la Roma pagana, e incluso hoy en día hay muchos tipos de teísmo a los que la fe del cristianismo se opone. Cuando la fe de un creyente pasa por el fuego purificador de la crítica atea, puede entrar en el espacio vacante en forma de una fe más profunda, más pura, más madura.
El ateísmo crítico es relativo a un determinado tipo de teísmo. Pero, si el ateísmo absolutiza su posición y quiere ser algo más que una crítica a un tipo de religión en particular, entonces se convierte en una religión en sí mismo, a menudo una religión dogmática e intolerante. He vivido cerca de una de esas religiones ateas, y no podría recomendarle ese paraíso a nadie.
Todavía no he encontrado un ateísmo que pudiera llenar con algo más inspirador que la fe madura el espacio dejado por cadente de religiosidad y teísmo.”
(Pág. 239)

“¿Qué forma de Iglesia puede ser útil, incluso necesaria, para la vida de la fe hoy? ¿Qué forma ahoga y perpetua una forma infantil de fe? ¿Qué forma de Iglesia puede responder a las necesidades de la fe hoy y a los signos de los tiempos actuales?
En la actualidad, veo cuatro conceptos eclesiológicos sobre los que se puede y se debe construir, que necesitan ser teológicamente pensados de forma más profunda y puestos en práctica poco a poco. En primer lugar, la Iglesia como pueblo de Dios errante por la historia; en segundo lugar, la Iglesia como escuela de sabiduría cristiana; en tercer lugar, la Iglesia como hospital de campaña; en cuarto lugar, la Iglesia como un lugar de encuentro y conversación, un ministerio de acompañamiento y reconciliación.”
(Pág. 243)

“El ministerio espiritual se basa en la suposición de que el reino espiritual es una constante que pertenece de forma esencial al hombre y participa en la creación de su humanidad. Lo espiritual es lo que se refiere tanto al sentido de la vida como al sentido de una situación vital concreta. El hombre necesita no solo conocer teóricamente, sino vivir y experimentar realmente que su vida, con todas sus alegrías y dolores, tiene sentido, la necesidad del sentido y la conciencia de sentido están entre las necesidades existenciales básicas del hombre. Sin embargo, la conciencia del sentido de la vida se rompe a menudo en las situaciones difíciles y necesita ser revivido. Las peores cosas a las que nos enfrentamos en los momentos difíciles de la vida y las crisis, cuando experimentamos el miedo y el abandono, en momentos de dolor, de profunda tristeza, de peligro y de sufrimiento de todo tipo, es lo que Kierkegaard llamaba «la enfermedad de la muerte»: la desesperación, la pérdida de la esperanza, la pérdida del sentido de la vida. Necesitamos la conciencia del sentido de la vida tanto como el aire, la comida y la bebida; no podemos vivir permanentemente en la oscuridad interior y la desorientación. Desde tiempos inmemoriales, la gente ha demandado a la religión y a la filosofía el servicio de hacer frente a la contingencia, al descarrilamiento; la ayuda para procesar e integrar acontecimientos nuevos y perturbadores.”
(Pág. 265)

“¿Cuál es el futuro del cristianismo? Si el misterio de la Encarnación continúa en la historia del cristianismo, debemos estar preparados para que Cristo siga entrando de forma creativa en el cuerpo de nuestra historia, en las diferentes culturas y para que entre en ellas con la misma discreción y anonimato con la que entró en el establo de Belén. Si el drama de la crucifixión continúa en la historia, debemos aprender a aceptar que muchas formas de cristianismo mueren dolorosamente, y que este morir incluye horas oscuras de abandono, incluso un «descenso a los infiernos». Si, al estar en medio de los cambios de la historia, nuestra fe sigue siendo la cristiana, entonces el signo de su identidad es la kénosis, la entrega de uno mismo, la autotrascendencia.
Si el misterio de la Resurrección continúa en la historia, entonces debemos estar preparados para buscar a Cristo no entre los muertos, en la tumba vacía del pasado, sino para descubrir la Galilea de hoy (ola Galilea de los gentiles»), donde lo encontraremos sorprendentemente transfigurado. Volverá a atravesar las puertas cerradas de nuestro miedo, se mostrará por sus heridas. Estoy convencido de que esta Galilea de hoy es el mundo de los nones [aquellos que se niegan a identificarse con cualquier religión] más allá de los límites visibles de la Iglesia.
Si la Iglesia nació del evento de Pentecostés y este evento continúa en su historia, entonces tiene que tratar de hablar de una manera que pueda ser entendida por personas de diferentes culturas, pueblos y lenguas; tiene que aprender a entender las culturas extranjeras y las diferentes lenguas de fe; tiene que enseñar a la gente a entenderse. Debe hablar con claridad, pero no de forma simplista; sobre todo, debe hablar con credibilidad, de corazón a corazón. Debe ser un lugar de encuentro y conversación, una fuente de reconciliación y paz.
Muchos de nuestros conceptos, ideas y expectativas, muchas formas de nuestra fe, muchas formas de Iglesia y teología, deben morir -han sido demasiado pequeñas-. Nuestra fe debe cruzar los muros construidos por nuestro miedo, nuestra falta de valor, para salir como Abraham por caminos desconocidos hacia un futuro desconocido.”
(Pág. 269)