«Alzad los ojos a lo alto y mirad: ¿quién creó todo eso? El que a cada uno llama por su nombre. ¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído? El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe. No se cansa, no se fatiga. Él da fuerza al cansado y vigor al inválido»

Is 40,26-31

 

Mis ojos admiraban la belleza de la creación.

El azul esmeralda del mar contrasta con el verdor de la montaña. Un mar tranquilo por el que navegan apenas algunos veleros del lugar que cruzan de la Isla Tortuga a Tierra Grande (Haití). El mismo mar por el que, un poco más, navegué por primera vez apenas hace unos días.

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Nuestra casa, comunidad de cuatro a la que casi siempre se le añade algún visitante, está situada en casi lo más alto de la isla. «Notre Dame des Palmistes» alberga varios edificios formando como un pequeño poblado: la comunidad, la escuela de primaria, el colegio de secundaria, el taller-imprenta (llamado bungalow), el taller de mujer fem… y algunos edificios más. Todo construido con mucha sobriedad, la sencillez está de acuerdo con el lugar y con las personas que nos rodean.foto_isla

Junto al «bungalow», en una pequeña terraza cubierta, se divisa la mejor vista del lugar. Desde la isla puedo contemplar las montañas y la costa que alzan delante de mi vista. Desde aquí le cuesta a uno pensar como tanta belleza puede ser agredida por la violencia de los tifones y terremotos. Todo está en calma. Mi corazón también.

Alzo mis ojos al infinito, contemplo el cielo de un azul intenso. Apenas una poca neblina. Un suave viento pone las notas musicales a esta experiencia contemplativa. Mi pensamiento se deja llevar y, sin mareos de explicaciones científicas, viene a mi mente la belleza y la bondad de la creación. Es casi imposible, contemplando este pequeño rincón de nuestro mundo, no exclamar ¡Gracias, Señor!

El amor de Dios se manifiesta también en todo lo creado independientemente de cómo fuera creado. Al contemplar esta maravilla, te contemplo a ti, Señor. Mi corazón y mi mente rebosa de gratitud… me invita a dejar ¡tantos «peros»!, tantos condicionantes para no descubrirle, tantas preocupaciones que limitan mi libertad, tantas excusas para no dejar que Él sea verdaderamente el centro de mi vida… de sentirme parte de su creación y feliz de estar seguro en sus manos.

Cierro los ojos y veo y miro y siento.

Esta experiencia contemplativa me lleva a mi particular «recordis», a pasar de nuevo por mi corazón mi mundo, mi casa, mi tierra, mis hermanos, mis amigos… me vienen a la mente profesores, antiguos alumnos, padres, personal no docente… sus personas, sus gestos, las experiencias compartidas a lo largo de mi vida. Me dejo llevar sin nostalgias.

De nuevo, una suave brisa refresca mi húmeda piel. Te noto, le noto. Te siento, lo siento. Abro mis ojos y vuelvo a contemplar. Vuelvo a percibir la presencia del Creador. Me siento en paz, sosegado, con vigor, con más fuerza para seguir caminando, para seguir esforzándome conforme a lo que nos pide nuestro Fundador: «… esforzaos ,a ejemplo de Jesucristo, en no querer sino lo que Dios quiere, cuándo y cómo lo quiere» M 24,1).

«Venimos de Ti, Señor». Ayúdame, ayuda a toda la humanidad a descubrirte, a reconocerte, a experimentarte, a mirar con «ojos de fe» la realidad, las personas, el mundo. Venimos de Ti porque en TI «vivimos, nos movemos y existimos» Hech 17,8.