Los cristianos tenemos dos grandes momentos en el año que celebramos por todo lo alto: Navidad, con la llegada de Jesús al mundo, y Pascua, con la celebración de la Pasión, muerte y resurrección de Señor. Ambos momentos vienen precedidos por un tiempo de recogimiento, reflexión, de búsqueda y de espera: el Adviento previo a la Navidad y la Cuaresma previa a la Pascua.
El Adviento (del latín adventus Redemptoris, venida del Redentor) es el tiempo litúrgico con el que se inicia el año. Dura entre 22 y 28 días y son cuatro domingos antes de que sea Navidad en los que comenzamos a prepararnos para la llegada de Dios a la Tierra. Cuatro domingos en los que las lecturas del Evangelio nos van recordando la llegada del Mesías, el anuncio profético de la llegada del Hijo de Dios.
En la tradición cristiana, simbolizamos estos cuatro domingos con la que denominamos “corona de adviento”. La corona de adviento, de origen luterano, pero tan aceptada que ha sido recogido por casi todas las confesiones cristianas, también la Iglesia Católica, de formas miles y decoración infinita, en su forma tradicional es un conjunto de ramas verdes que abrazan cuatro velas. Cada domingo se enciende una vela, que permanecerá encendida hasta el día de Navidad. El día de Nochebuena, se puede añadir una quinta vela blanca que se coloca en el centro y que simboliza la luz de la llegada de Dios.
El Adviento tiene una gran carga de simbolismo para los cristianos. El hecho de que la situación climatológica no sea la más adecuada, con el invierno en ciernes y la reducción de luz según pasan los días, nos lleva a celebrar con más intensidad la victoria de la vida, con el nacimiento de Jesús, sobre la muerte, la victoria de la luz y el calor de la primavera frente a la oscuridad y el frio del invierno. Parece que está pensado para la vieja Europa. Los días más cortos, el inicio del frío, el calor del hogar, lo convierten en propicio para adentrarnos en nuestro interior más profundo e ir poco a poco abriendo nuestro corazón al gran misterio que es la presencia de Dios entre nosotros.
En este periodo de espera, de interioridad, de reflexión, es un buen momento para hacer una recapitulación del año vivido, de los compromisos que nos hemos marcado y no hemos alcanzado, de los planteamientos vitales que hemos iniciado y hemos abandonado, de reflexionar sobre cómo va transcurriendo nuestra vida y pararnos a esbozar un proyecto personal. Proyecto que nos ayude a encarar el año que se acerca, a comprometernos con la misión que Dios nos encomienda, a mojarnos en la construcción del Reino de Dios en la tierra, a mirar a nuestros hermanos con ojos de igualdad, de integración, de familia, de amor incondicional. A sentirnos parte de la Iglesia, miembros de una comunidad que camina unida, y que como comunidad está disponible para todos sus miembros. Pero siempre con la mirada puesta en la fe que compartimos y que, año tras año, con la celebración de la Navidad, perpetuamos la presencia de Dios hecho hombre entre nosotros.
Adviento es igual a frío (otoño, invierno, nieve y lluvia), luz (corona, Dios, presencia entre nosotros), espera (la llegada de Jesús, del Redentor, del Mesías, del Hijo de Dios) y alegría (Jesús es la salvación, la llave del cielo, el puente a la felicidad, el Dios misericordioso y todo amor). Vivamos intensamente el Adviento y la Navidad. Celebremos nuestra fe y nuestra vida. Adoremos al Dios que nos da su amor y que es todo amor. Construyamos su Reino entre nosotros día a día, persona a persona, paso a paso. Seamos, lo que Jesús nos enseñó: HERMANOS.
Hno. Javier López Guerra