El relato del maestro que sembraba luz
En un tiempo ya lejano, en la ciudad de Valladolid,
nació un niño en la claridad de la primavera.
Sus padres, Oseas y Margarita, humildes en recursos pero grandes en corazón,
le llevaron hasta un lugar llamado La Salle,
un castillo donde los Hermanos enseñaban no solo con palabras,
sino con la fuerza del ejemplo y la hondura de la fe.
Allí el niño, llamado Carlos Ignacio,
descubrió que la verdadera grandeza no estaba en poseer,
sino en servir y educar,
y en su interior ardió la vocación de convertirse en maestro.
El sendero fue arduo:
hubo estudios exigentes, vientos de protesta y noches de incertidumbre.
Pero en medio del trayecto encontró un tesoro mayor que cualquier título: Isi, una mujer de noble espíritu y mirada clara,
que caminó a su lado, le sostuvo en la fatiga y le llevó siempre por el buen camino.
De su unión nacieron dos estrellas, David y Pablo,
que brillaron como reflejo de los valores que ambos habían aprendido a cuidar y sembrar.
Convertido ya en maestro del Corazón,
Carlos Ignacio volvió al castillo de La Salle, ya no como discípulo,
sino como guía de nuevos caminantes.
Con paciencia y entrega, sembró en miles de corazones
la semilla de la justicia, de la libertad y de la bondad,
pues sabía que la mejor lección no se enseña con palabras,
sino con la vida misma.
No estuvo solo:
junto a él caminó una comunidad de fe y esperanza, Galilea,
hermanos y hermanas de espíritu
que fueron sostén en las pruebas y alegría en los días luminosos y tristes..
Así pasaron los años, y un día el maestro contempló su obra:
cincuenta y un años entregados a La Salle,
diez como aprendiz y cuarenta y uno como sembrador de futuro.
Al llegar el momento de cerrar su etapa en las aulas, no sintió tristeza,
pues sabía que dejaba el castillo en manos firmes y generosas.
Su misión no concluía, porque quien siembra luz nunca se retira:
permanece en la memoria de quienes aprendieron,
y en la comunidad que sigue caminando.
Entonces, dirigiéndose a sus compañeros y discípulos, dijo:
—Gracias por acompañarme en este largo viaje.
No olvidéis que habitáis en el mejor castillo del mundo.
Y allí donde vayáis, llevad siempre un destello de la luz que juntos encendimos,
la luz de la estrella de la Salle.
Y así termina este relato,
con un eco que resonará por siempre en los corazones:
¡Viva Jesús en nuestros corazones!
Me llamo Carlos Ignacio Santo Domingo Martínez
Nací en Valladolid en 1960.
Alumno en La Salle del 67 al 77.
Terminé Magisterio en 1980.
Maestro desde 1984.
Participé en el CELAS en 1995, en el CEL en 2001 y el CIL en 2010.
Asociado desde 2003, haciendo el compromiso definitivo en 2017.
Director de comunidad en 2011.
Miembro de la Coordinadora de Asociados desde 2016.