El silencio, actitud espiritual.

El silencio es una herramienta que nos ayuda a subir los peldaños de nuestra competencia espiritual…
Aquí debajo puedes encontrar la presentación, y más abajo aún el texto con una guía-explicación.

El silencio, actitud espiritual.
(Explicación de la presentación)

En la entrada: Ejercicios de Silencio puedes encontrar un abanico de ejercicios de silencio, a partir de textos, imágenes, dinámicas, meditaciones…

El silencio es una herramienta que nos ayuda a subir los peldaños de nuestra competencia espiritual.

Una buena herramienta. Su finalidad es ayudar a asomarnos al lugar de la experiencia espiritual, representado en el dibujo por la puerta abierta al cielo y al sol.

En la presentación tratamos de…… ilustrar qué es y qué no es el silencio.

 La herramienta del silencio nos entrena para:

1.- Aprender a desaprender: Solemos rodearnos de seguridades y certezas. La vida personal está repleta de rutinas. Algunas son facilitadoras para el crecimiento, otras impiden nuestro progreso. Es más, alguna rutinas que fueron positivas en cierto momento, pueden ahora voverse un impedimento.

El silencio nos ayuda a detectar todas esas “flechas” que ya no aciertan en la diana.

En algún momento de nuestra vida estamos tentados de “ir de listillos”… aparentamos seguridad.

Cuanto más éxitos tengamos, cuantos más años vividos… más por desaprender, por purificar, por filtrar.

¡Si como personas, si la Iglesia como institución, guardásemos más silencio… !

Como dice el conferenciante Luis Galindo: el 70 % de las personas viven en “automático”. Otro 15% de personas son conscientes de que viven en automático, pero no intervienen. Solamente un 15% de personas son conscientes y realizan esfuerzos para cambiar y dirigir sus vidas.

2.- Transcender: Se trata de no estar disparando contra el suelo. Podemos quedarnos en modo superficial, trivial… preocupados en un sinfín de tonterías… El silencio quizá nos vacuna, nos impide… volar a ras de suelo. Toda experiencia espiritual nos eleva el punto de mira. No para olvidar que somos de barro, y tampoco para no querer pisar con los pies en el suelo… El silencio nos hace pasar la frontera de lo inmanente a lo transcendente.

3.- Escuchar: José Mª Olaizola explicaba que el silencio es el espacio que dejamos entre el yo y el nosotros, entre el yo y los otros, entre el yo y yo mismo, y entre el yo y Dios. Este espacio que dejamos hace que el otro, Dios, la realidad… pueda ser.

Nuestra mente trabaja simplificando la complejidad de todo lo que percibe. En este proceso de simplificar etiquetamos, encasillamos. Me quedaría con esta definición: silencio es el espacio que dejamos… para dejar ser, dar tiempo, oportunidad. Y esto mismo es escuchar. Nuestra oreja queda atenta, activa, tocada por la flecha de lo espiritual.

4.- Crear: En el silencio acabamos tarde o temprano por descubrir que nuestra aljaba guardaba más flechas de las que creíamos. Tenemos más talentos de los que normalmente ponemos en práctica. El silencio nos obliga a salir de lo convencional, prefabricado y precocinado… entramos en sintonía con la creatividad de Dios (que por cierto, también guarda silencio -más adelante lo explicaremos-).

El silencio crea el vacío para crear. Descubrimos que además de la inteligencia vertical (memoria, deducción, aprendizajes por experiencia) también tenemos una inteligencia lateral (creativa, innovadora, intuitiva).

5.- Amar: el silencio deja sitio al amor. Las personas tendemos a llenar nuestra vida… de lo que sea. Delante de las personas nos convertimos en el centro… avasallamos al otro, marcamos territorio, desplegamos nuestras seguridades. Y el silencio permite autolimitarnos, rebajarnos a servir, a “lavar los pies”. Vaciarse de sí, para dejar sitio al otro. Dejar de ser el primero para ser el último. Esto mismo hace nuestro Dios: abajarse a la condición de esclavo… para que todo ser humano pueda hacerse divino.

El silencio desmonta nuestra mente racionalizadora, y nos ciñe una toalla para servir. El silencio es la locura del amor de Dios, que se deja matar en la cruz.

La herramienta del silencio comporta una técnica:

Todos sabemos qué es el silencio… pero ya no hay tantos que lo practiquen de manera cotidiana. Igual que toda persona sabe qué es amar, aunque luego la práctica sea tan pobre. Así mismo, todo el mundo quiere ser feliz, pero pocos hacen alguna cosa consciente y sistemáticamente por serlo. Más bien nos abandonamos.

No basta con pensar con el silencio, o hacer un discurso sobre el silencio.

Sirve de poco que un día, o varios, nos esforcemos en acallar los sentidos y la mente si, luego, cotidianamente, nunca encontramos el momento para ponernos en silencio. Podemos “consumir experiencias de silencio”, pero la práctica de silencio no configura nuestro día a día.

Algunos pasos que nos guían:

1.- La mejor vía de acceso al silencio es la respiración: porque controla la activación de nuestro cuerpo y luego de nuestra mente.

Reservar un instante para ejercitar la respiración sosegada, consciente, diafragmática… equivale a parar el tiovivo del trajín diario. Implica desactivar el “modo automático” y empezar a pasar al “modo consciente”.

2.- La práctica de la meditación continúa con la escucha del cuerpo. Nuestro cuerpo nos habla con el dolor y la sensación placentera.

El silencio destapa nuestras dependencias… por eso resulta tan poco atractivo en las sociedades consumistas.

3.- El silencio enfoca nuestras manías y fijaciones, nuestros sesgos mentales y tics. Descubre los estereotipos que utilizamos.

4.- La meditación, en este proceso respiración-corporalidad-mente, nos pode en bandeja el acceso a nuestros sentimientos. En “modo automático” los deducimos de las consecuencias muchas veces desastrosas que han producido. La meditación cotidiana nos permite manejarlos, para liberar automatismos (cada vez que… me siento así…). El silencio nos hace competentes en el manejo de “tormentas emocionales”… sin el silencio tenemos tendencia a huir de ellas, con silencio las acogemos (no digo las evitamos).

El silencio necesita práctica, para que se convierta en un hábito, y luego en un estado.

Todas nuestras rutinas y costumbres son caminos neuronales que se han formado por el aprendizaje. Dichas conexiones neuronales son modificables en gran parte. Es decir, podemos crear nuevas rutina y hábitos. Hace falta práctica y tiempo, pero menos del que pensamos. Al inicio nos puede parecer costoso, pero practicando 2 o 3 veces por semana, en menos de un mes podemos convertir una práctica en hábito.

Si cada día reservamos un tiempo para la respiración, relajación, escucha del cuerpo, mente y sentimientos, la meditación nos será accesible sin gran esfuerzo. Es más un tema de decisión y perseverancia, que de esfuerzo.

Muchas personas hacen deporte, eligen un programa de entrenamiento, reservar un tiempo periódico para practicarlo… no por una motivación religiosa, sino porque les hace sentir bien físicamente y, digamos, espiritualmente: integrados, motivados…

Si cada día controlamos el desactivar el modo automático, hacernos conscientes, nos acercaremos a saciar nuestras necesidades superiores de sentirnos conectados con la vida, con nosotros mismos y con Dios: ésta es la finalidad del subir por los peldaños del silencio.

¿Qué no es el silencio?

Toca ahora marcar algunos límites a lo que llamamos silencio. Nos es más fácil y sencillo, de momento, decir qué no es silencio.

1.- Silencio no es pereza. Me callo porque no tengo ganas de hablar, porque no quiero asumir las responsabilidades que generaría intervenir.

Callado uno pasa desapercibido para el trabajo, para el reparto de tareas. Si hablo se fijarán en mí y no podré negarme a realizarlo.

Es una perversión si el silencio “desimplica” de lo positivo, de lo constructivo.

Existe un dicho: “En comunidad no muestres tu habilidad”, que refleja no lo que no debería ser el silencio.

2.- El silencio no es acedia:

José Cristo Rey García Paredes escribe lo siguiente: “El monje Gabriel Bunge la denomina el “mal oscuro”, la escritora y laica benedictina Katheleen Norris la llama “morfina espiritual” que nos inyectamos cuando se requiere demasiado de nosotros.

Reinhardt Hütter la describe como “apatía espiritual”, que favorece la combinación tóxica de la concupiscencia de los ojos con la concupiscencia de la carne. La pensadora francesa Lucrèce Luciani-Zidane la denomina “vicio de forma del cristianismo”. El argentino Horacio Bojorge detectó hace años que vivimos en “la civilización de la acedia”. Y, muchos siglos antes, el monje

Evagrio –el super-experto en el tema de la acedia- lo llamó “demonio de medio día”, y el vicio que más hace sufrir y más problemas causa.

La acedia es un virus que se nos inyecta en el alma. Síntomas de infección son: atonía, pérdida de tensión en el alma, sensación de vacío, aburrimiento, desgana, incapacidad de concentración, ansiedad del corazón, falta de esperanza. Llega precedida de la “tristeza” y la “agresividad”. Llega después de un deseo frustrado (tristeza) y después de encenderse, se convierte en ira”.

El silencio no es esta especie de depresión endógena, de falta de motivación, de sensación de estar de vuelta y de no complicarse la vida con nada.

3.- El silencio no es soledad. No es incomunicación.

Debemos estar alerta en no confundir falta de socialización, de empatía, con silencio. No puede ser que vistamos el aislamiento con el traje de virtud del silencio. Por eso el silencio, por higiene, debe expresarse en servicio, atención, cuidado y escucha del otro.

Resulta paradójico, pero es real: el auténtico silencio nos ayuda a comunicarnos mejor.

4.- El silencio no es aburrimiento.

A veces las personas se recluyen, se apartan, por aburrimiento. La falta de estímulos e iniciativa conducen a muchas personas a una vida gris, rodeados de cuatro cachivaches, pero alejados del contacto con la vida real, con los problemas de su entorno.

Silencio no es pasarse las horas muertas viendo escaparates o programas de televisión. Tampoco es quedarse adormilado tomando el sol. Muchas personas están en silencio porque no tienen nada interesante que decir, ni cariño que mostrar, ni preocupación por el otro.

5.- El silencio no es miedo.

La historia está llena de silencios escandalosos… ante la injusticia, ante la difamación, ante el atropello de personas. Callar por no arriesgarse es cobardía. ¡Confundir la cobardía con la prudencia es tan fácil!

Todas las personas desarrollamos miedos… es algo normal. Pero mostramos falta de sabiduría si bendecimos nuestro miedo con la virtud del silencio.

6.- El silencio no es parálisis. Jesús cura a varios paralíticos y mudos. El silencio nos desactiva el “modo automático”, pero no para no hacer nada… sino para hacerlo todo mejor. Recordemos que el silencio es una herramienta, no una finalidad. La finalidad es conectarnos con lo divino que hay en nosotros, conectarnos la presencia de Dios. Quizás haya circunstancias en tu vida que te provoquen parálisis… quizá te quedas bloqueado por…

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Resultaría muy interesante que te hicieras una escala de 0 a 10, y te revisaras en cada aspecto que hemos comentado de lo que no es el silencio. Si “metes la pata”, y todos metemos la para, ¿en cuál de estos no-silencios te encontraremos a ti?

D.- El silencio, punto común de todas las religiones:

Las palabras dividen. Es complicado, ¿imposible?, encontrar puntos en común suficientes en las teologías de la religiones, como para poder establecer un diálogo interreligioso. La historia de los enfrentamientos entre confesiones es evidente.

El silencio sí es punto común. Todas las religiones ofrecen esta herramienta para acercarse a la experiencia luminosa, mística.

“Todas las religiones afirman que cuando uno está en silencio, es decir, deja de ser el centro del mundo, se le abre un contacto diferente con la realidad y con uno mismo”.

Aquí está la esencia de toda religión… dejar de ser uno el centro del mundo, religarse, abrirse a la transcendencia. Hay algo que me supera, que me conecta con el todo, con lo absoluto.

Cada religión es como una diana que se ofrece para el tiro con arco. Todas las religiones nos “descentran” y por eso, nos abren a lo divino.

En la tradición musulmana: volverse sumisos al Dios que es grande.

El maestro Rumi: “Hay una Voz que habla sin palabras. Escucha”. Es el maestro de los poetas místicos musulmanes.

En el budismo, no nombrar a Dios… silencio. Sigue el camino de la sabiduría…

El zen, con sus koan, textos contradictorios para desmontar tu lógica, y disponerse a escuchar el fondo de todo.

La imagen del muro de las lamentaciones me resulta significativa: el operario está limpiando todas las oraciones, palabras, que cientos de peregrinos han introducido entre las rendijas de las piedras puestas por los antepasados.

Las religiones, en el siglo XXI, tienen que reconocer que no describen a Dios tal cual es, sino tal cual somos los humanos y las culturas respectivas. Dios calla, se deja nombrar, se deja olvidar… permite nuestra libertad, incluso para negarle. Nos acercamos a una nueva manera de tratar las religiones, una nueva época post-confesional… donde la mística nos pondrá en comunión a todos los que estamos abierto a la transcendencia.

La famosa frase atribuida a Karl Ranher: «La religión del siglo XXI será mística o no será» nos indica el camino del silencio, de lo espiritual como mejor acercamiento a lo divino en un mundo plural e interreligioso.

E.- El silencio es la capa de invisibilidad de Dios:

(Sigo en este apartado la aportación de Javier Montserrat -p.e. en tendencias21)

En la tradición cristiana decimos: “A Dios nunca nadie le ha visto”. Todo lo que decimos de la divinidad lo deducimos de la Biblia, de la primera predicación (kerigma).

Desde muy pronto la Iglesia ha explicado la revelación desde las categorías grecorromanas, desde una cultura y un saber determinado. Durante cerca de veinte siglos la religión afirma conocer quién es Dios (religión teísta), qué es el mundo creado por él, y quién es el ser humano. Hasta la irrupción del pensamiento científico las religiones (también el islam) describieron con bastante éxito cómo el era el mundo creado por Dios, la sociedad querida por él, y el modelo de comportamiento humano agradable a los ojos de Dios. Aunque a Dios nunca nadie le ha visto, para nuestra tradición Dios era patente, evidente… sin él ni mundo ni ser humano eran posibles.

El avance de la ciencia empezó a socavar el mundo tal y como era interpretado por la religión. Cada vez era menos pensable un mundo tal y como se interpretaba en la Biblia. Si Dios ha creado este mundo, se acumulan las contradicciones con el Dios que nos revela la Biblia.

¿Dios creó el mundo en siete días?

¿Es falsa la teoría de la evolución?

¿Alguien con una formación científica mediana defiende que existieron, tal cual, Adán y Eva?

¿Podemos seguir explicando el ser humano como cuerpo y alma?

¿Por qué no interviene Dios para detener un genocidio? ¿No le importan los niños asesinados?

¿Por qué Auschwitz?

¿Por qué permite los tsunamis?

Si Dios es tan bueno… veamos: ¡vaya desastre de creación! El ser humano lo hubiera hecho mejor, al menos en muchos casos.

Parece que no se ha esmerado mucho… ¿por qué no evita todo este sufrimiento?

Es difícil responder sensatamente a estas cuestiones.

Dios guarda silencio. Parece que Dios, si nos ha creado, no interviene.

Podemos interpretar que existe solo el mundo tal y como la ciencia nos lo descubre, con muchos enigmas, pero solo-mundo. Ser ateo no es un absurdo.

Durante buena parte del siglo XIX y XX el ateísmo ha sido materialista, ha negado la existencia de Dios, afirmando que la ciencia nos desvela que no hay nada que desvelar, que no hay revelación.

Muchos han hablado de la “muerte de Dios”.

Y así la religiones teístas han perdido predicamento en las sociedades avanzadas, científicas. Las religiones quedan reducidas a unas prácticas privadas, personales y culturales (folclóricas por antiguas).

Muchas religiones han reaccionado volviendo a las seguridades de las épocas precientíficas, los movimientos fundamentalistas han aumentado como refugio a esta pérdida de Dios… si la ciencia es un problema, evitemos el diálogo con ella. En movimiento cristianos, judíos y musulmanes han aparecido líderes integrista, las organizaciones han tenido, y aún tienen, una vuelta al discurso de su época de esplendor, aunque ese discurso diga poco a la gente con formación crítica.

A finales del siglo XX y comienzos del XXI algo está cambiando en el panorama religiosos. La ciencia está descubriendo que el universo no es tan determinista y cognoscible como pensaba. La religión empieza a comprender que se puede explicar el kerigma original sin el vehículo de la filosofía grecorromana.

Quizás Dios es menos “religioso” de lo que suponíamos.

Quizás el Dios revelado no puede ser más simple, rudimentario, que el Dios creador que suponemos detrás de su creación, y que nos muestra la ciencia.

Las religiones han abusado de su conocimiento de Dios, lo hemos enlatado dentro de la cosmovisión que se tenía en un momento determinado. La ciencia nos demuestra que el mundo, el universo, es mucho más basto, enigmático, misterioso de lo que pensábamos. Cada religión ha pretendido ser la auténtica, la verdadera expresión del rostro de Dios…

Consecuencias:

1.- Dios guarda silencio. Dios no interviene.

2.- Dios ha elegido no imponerse, ocultarse… él ha querido la incertidumbre de un mundo autónomo, evolutivo y misterioso.

3.- Al no imponer su presencia nos hace libres.

4.- Podemos aceptar su promesa o negarle. Podemos creer que existe el solo-mundo, o podemos aceptar su mensaje salvador.

5.- Esta actitud de Dios posibilita la relación de amor del ser humano con su creador.

6.- Dios muestra en Jesús que el amor es la fuerza que heredará vida.

7.- Es un amor humilde, sufriente, vulnerable, junto a los excluidos y pobres de la humanidad.

8.- Dios no interviene evitando a Jesús la cruz. Ni interviene en la historia evitando el sufrimiento del ser humano.

9.- Es posible creer en un Dios que promete la vida, la resurrección, la justicia… al final de los tiempos.

10.- Todas las religiones, en cuanto ofrecen la experiencia de descentrarse de uno mismo y de acoger la vulnerabilidad y el sufrimiento de los otros, tienen en sí la semilla del logos, la presencia del Cristo universal.

11.- Dios se viste de silencio, es su capa de invisibilidad, se autolimita, para el ser humano sea.