Utilizo este salmo para la oración del jueves santo. Se puede introducir con el canto “Amaos” de Kairoi. Y utilizar el estribillo como antífona cada dos o tres estrofas.
Al inicio o al final se puede leer el Evangelio del lavatorio de los pies: Jn 13, 1-17
El salmo está inspirado en: Trigo, Pedro. Jesús nuestro hermano. Acercamientos orgánicos y situados a Jesús de Nazaret. Editorial: Sal Terrae. Colec. Presencia teológica 261. Cantabria, 2019. Capítulo 1.
Puedes encontrar una versión en inglés del salmo (traducido por el Hno. Agustín Ranchal) clicando aquí.
Te pusiste, Jesús, en la cola como uno más
para que Juan te bautizara,
participabas del deseo de cambio y conversión,
te hiciste hermano
de tantos pecadores y víctimas,
te pusiste en la fila de los perdidos,
de los descartados por los que se creían justos.
Y en las aguas del Jordán, Dios se reveló,
confirmó tu opción
de construir relaciones fraternas,
de aceptar a todo hombre y mujer,
de abrir el banquete del Reino a todos,
a publicanos y prostitutas,
y también a Zaqueo.
Jesús, te tomaste en serio aquello de Oseas:
“Misericordia quiero y no sacrificios” (Os 6, 6)
Nunca apareces en los evangelios en actos de culto,
nunca mencionaste al templo
como mediador entre el Padre y la gente.
Una vez hablaste en una sinagoga
y fue para hacerte valedor de oprimidos,
dar vista a los ciegos y anunciar el año de gracia.
Jesús, nos conviertes a todos
en hijos e hijas de Dios.
En tu vida acontecen el amor
y la misericordia de Dios…
y el sol sale para justos y pecadores.
Nos invitas a definirnos
no por cumplir la ley y las normas,
sino por abrirnos a las relaciones
con Dios y con los demás.
Se esperaba que fueras el mesías líder,
que actuaras con brazo fuerte,
que colmaras a todos de bienes,
que te impusieras
librando al pueblo de toda opresión.
Y tú, sin embargo,
anuncias que la buena noticia
no es que vamos a dejar de ser pobres,
sino que Dios va a ser nuestro tesoro.
Que no piensas ser jefe,
que a nadie llamemos padre,
que Dios se nos da gratuitamente,
que todos somos hermanos.
Ay, Señor, anhelamos los dones de Dios,
pero resulta que es Dios mismo quien se nos da.
El bien que traes no es otro
que la vida y el mundo fraterno
de las hijas y los hijos de Dios.
Tú, Jesús, no eres amigo de santuarios y templos,
sino que sales a la calle a buscar a cada uno,
a la samaritana, al publicano, a Nicodemo,
a justos y pecadores, trigo y cizaña.
Sales a buscar la oveja perdida,
andas entre los pecadores,
muestras a un Dios que ya nos ha perdonado,
y que espera que nosotros nos comportemos
de la misma manera.
Estimas tanto a la gente necesitada
que no quieres darles desde arriba,
generando dependencia,
sino que lanzas tu palabra
para que sea acogida libremente
y crezca misteriosamente,
como una semilla, en nuestro corazón.
Comparas el reinado de Dios a un banquete
abierto, fraterno y festivo.
En la última cena,
sabiendo que ibas a ser entregado,
te entregaste a ti mismo
para que, recibiendo el pan y el vino,
vivamos nosotros como tú viviste
y fuéramos capaces de hacer lo mismo que tú:
entregar nuestra vida por amor a los demás.
¡Ah, qué gesto
el de ponerse a lavar los pies de tus discípulos,
qué bella síntesis de tu vida,
de la vida de Dios que nos comunicas!
Nos enseñaste a no absolutizar
ni leyes, ni cultura, ni religión.
Tu mandato es no absolutizar nada,
lo único absoluto son las personas,
tanto las divinas como las humanas.
Cuando los poderosos rechazaron
el rostro de Dios que reflejabas
quisiste ser coherente
y consumar la fraternidad
antes que huir del sufrimiento.
Nos enseñas que el reinado de Dios
acontece cada vez que mantenemos
la fraternidad concreta,
cada vez que nos buscamos
lo positivo de los demás,
y nos mantenemos firmes
frente a la indiferencia y el rechazo,
frente a la injusticia y la muerte.
Por eso no entregaste tu vida
como sacrificio de expiación,
ni para obtener clemencia del Padre,
sino que aceptaste tu muerte
para seguir siendo hermano de todos,
incluso de los que se negaban a serlo.
Ni tú ni el Padre queríais este final,
vencisteis al mal a fuerza del bien,
perdonando a los enemigos.
Llevaste en tu corazón a todos,
hasta el final.
De ese modo, Jesús, te consumaste
como el hermano universal.
Entonces sucedió el milagro de la resurrección,
la omnipotencia divina se reveló en la Pascua,
el silencio de Dios se tornó vida en plenitud,
y todo lo que predicaste y viviste
quedó confirmado.
Sí, el amor de Dios
ha sido derramado en nuestros corazones,
para convertirnos también nosotros,
a imagen tuya,
en hermanos y hermanas de todos.
Psalm of the universal brother.
You stood, Jesus, in the queue as one of the others
for John to baptise you,
you participated in the longing for
change and conversion,
you became the brother of so many sinners and victims,
you put yourself in the queue of the lost,
of those discarded by those who believed they were righteous.
And in the waters of the Jordan, God revealed himself,
confirmed your choice to build fraternal relationships,
to accept every man and woman,
to open the banquet of the Kingdom to all,
to publicans and prostitutes,
and also Zacchaeus.
Jesus, you took Hosea’s words to heart:
“For it is love that I desire, not sacrifice” (Hos 6:6).
You never appear in the gospels in acts of worship,
you never mentioned the temple
as mediator between the Father and the people.
You once spoke in a synagogue and it was to make yourself a defender of the oppressed, to give sight to the blind and to proclaim the year of grace.
Jesus, you convert us all
into God’s sons and daughters.
In your life love happens
and God’s mercy,
and the sun rises for the just and sinners.
You invite us to define ourselves
not for complying with the law and the rules,
but by opening ourselves up to relationships
with God and with others.
You were expected to be the leading messiah,
that you will act with a strong arm,
that you will fill everyone with good things,
that you impose yourself
freeing the people from all oppression.
And you, however,
you announce that the good news
it is not that we are going to stop being poor,
but that God will be our treasure.
That you don’t plan to be a boss,
that no one is a parent,
that God gives freely to us,
that we are all brothers and sisters.
Oh, Lord, we long for God’s gifts,
but it turns out that it is God who gives himself to us.
The good you bring is no other
that life and the fraternal world
of the daughters and sons of God.
You, Jesus, are no friend of shrines and temples,
but you go out into the street to look for each one,
the Samaritan woman, the tax collector, Nicodemus,
the righteous and the sinners, the wheat and the weed.
You go out to look for the lost sheep,
You walk among sinners,
You show a God who has already forgiven us,
and who expects us to behave
in the same way.
You care so much for people in need
you don’t want to give them from above,
generating dependency,
but you throw your word
to be freely welcomed
and to grow mysteriously,
like a seed, in our heart.
You compare God’s reign to a banquet
open, fraternal and festive.
At the last supper,
knowing that you were going to be betrayed,
you gave up your own life
so that, by receiving the bread and wine,
we could live as you lived
and we could be able to do the same as you:
to give up our lives out of love for others.
Ah, what a gesture
to wash the feet of your disciples,
what a beautiful synthesis of your life,
of God’s life that you communicate to us!
You taught us not to absolutize
laws, culture, or religion.
You command us not to absolutize anything,
The only absolute are people,
both divine and human.
When the powerful ones rejected
the face of God that you reflected
you wanted to be consistent
and consummate the fraternity
rather than flee from suffering.
You teach us that God’s reign
happens every time we maintain
the concrete fraternity,
every time we look for the positive in others,
and we stand firm
in the face of indifference and rejection,
in the face of injustice and death.
That’s why you didn’t give up your life
as a sacrifice of atonement,
nor to obtain clemency from the Father,
but you accepted your death
to remain a brother to all,
even those who refused to be.
Neither you nor the Father wanted this ending,
you both overcame evil by the strength of good,
forgiving enemies.
You carried everyone in your heart,
to the end.
In this way, Jesus, you consummated yourself
as the universal brother.
Then the miracle of the resurrection happened,
divine omnipotence was revealed at Easter,
God’s silence became life in fullness,
and everything that you preached and lived
was confirmed.
Yes, the love of God
has been poured out in our hearts,
so that we too may be converted,
in your image,
in brothers and sisters of all.