Una tarde de otoño,
de limpio cielo azul,
me encontré de pronto,
enfrente de mi ventana
con: Un árbol de oro
Sí, hubiera querido ser trovadora,
para cantarle esa tarde otoñal,
al asombroso espectáculo
que tenía ante mis ojos…
Un árbol pequeño, con gran aplomo,
me saludaba con sus hojas…
Todas amarillas, limpias,
transparentes, llenas de vida.
El sol las inundaba,
y su resplandor les hacia
parecer soles…
Era una sinfonía de luz y sol y
cada hoja me decía:
!Soy oro! !Soy oro!!
¡Cuánto oro en mi árbol!
me imaginaba yo.
Así pasaron los días…
El “oro” de las hojas
de mi árbol amigo,
seguía con su tonillo
ocre suave y amarillo;
a veces sus hojas,
más oscuras y más finas se ponían,
pero seguían saludándome cada jornada.
Mi amigo, el árbol
orgulloso se ponía
cada mañana cuando le veía.
Pero una tarde, caído el día,
de pronto no salgo de mi asombro.
No veo a mi árbol de oro,
¡No está ahí!
¿Qué ha pasado?.
Miro…me asomo….
!Oh!, ¿Qué pasó?
Las ramas de mi árbol amigo,
han sido cortadas de un tajo…
Está “desnudo”, casi sólo tronco
le ha quedado a mi amigo árbol
¡No puede ser!
¿Qué pasó con mi amigo?
¿Dónde estará el oro de mi amigo?
¿Lo han quemado?
¿Qué mal les ha hecho?
¿Estará dando calor a un niño?
No, nada de eso…
En el basurero del huerto
silenciosas, tumbadas,
tronchadas, inclinadas,
apiñadas, unas junto a otras,
las ramas de mi árbol de oro.
Allí esperan su destino…
El árbol amigo,
está callado, no habla,
se ha quedado silencioso.
Ya no puede presumir
de sus hojas limpias,
casi sin ninguna mancha,
eran como lluvia de oro,
colgadas de sus ramas…
Mi árbol, ya no me regalará
las hojas de oro…
Pero el tosco tronco
hoy me dice:
¡Tranquila!
Espera y confía en mí,
y en el próximo otoño,
a ti te traeré nuevas hojas de oro.
Hna. Segunda Sánchez González
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