Hace falta un corazón de ermitaño, un alma de montañero, unos ojos de amante, unas manos de sanador y una mente de rabino. Exige una inmersión total en la vida de Cristo y una concentración absoluta en el significado actual de la vida evangélica. Todo ello presupone una presencia ardiente…”[1]

Para vivir una vida religiosa hace falta “toda la vida que tenemos. ¡Todo un reto y un desafío! No hay otra vida, no tenemos otra vida. Con la pasión de toda nuestra vida. ¡Ése es nuestro sueño y nuestra misión!

Joan Chittister nos hace la propuesta de lo que se necesita hoy en día para vivir una vida religiosa. Nos indica esos signos y gestos que nos hagan descubrir el nuevo rostro que ha de encarnar nuestra forma de vivir y nuestra misión en el mundo:

“Un corazón de ermitaño”

El corazón, toda la vida, de un ermitaño no es algo aislado y oculto a la realidad de cuanto le rodea. No está fuera, ni vive ni siente al margen de los acontecimientos de la sociedad y del mundo, de la humanidad.

Todo lo contrario: Es un corazón, una vida que…

  • Desde su soledad, se encarna en la realidad viva del mundo y de la humanidad.
  • Desde su soledad y reflexión, ora y lucha por lo nuevo, lo más humano y fraterno.
  • Conoce el sentir y el luchar de cada hombre y mujer de nuestro planeta.
  • Se encuentra con el Dios de la vida y de la historia, y se apasiona por la vida de Dios.
  • No huye de un compromiso auténtico y transformador, sino que escribe una hermosa historia de amor desde su implicación anónima y fecunda.

“Un alma de montañero”

Es aquella que sabe respirar, con aire fresco y siempre nuevo, los vientos suaves y sin horizontes de la belleza de la creación… Que se adentra cada día en la siempre desafiante aventura de la vida, sin miedo a sus riesgos y a sus inevitables obstáculos… El riesgo y la pasión por la belleza es la ardiente fuerza que le impulsa a caminar y a luchar…

El “espíritu” montañero es:

  • Soñador, capaz de crear y de ser creado.
  • Con capacidad de sorprenderse por lo desconocido y encontrado.
  • Vigía de las maravillas y grandezas de un mundo siempre fecundo y por descubrir.
  • Buscador en lo inhóspito y en el terreno inexplorado del mañana.

“Unos ojos de amante”

Son aquellos que saben mirar con un corazón gratuito y lleno de gratitud, de com-pasión, de ternura.

Una mirada:

  • Que se coloca en el lugar del otro/a, sin miedo a perder, a morir…
  • Plena de felicidad, porque se siente querida y dispuesta a querer (hemos sido amados para amar).
  • Desde la mirada (los ojos) de alguien que ha dado todo por el otro/a.
  • Abierta al perdón, a la misericordia, …
  • Acentúa exageradamente el amor regalado, a manos llenas, sin límites, sin recompensa, sin marcha atrás.
  • Y, siempre, desde la mirada “íntima” de Dios.

“Unas manos de sanador”

Manos siempre dispuestas a la tarea, sin descanso, sin rodeos… Cerca del dolor y de la enfermedad, de los rostros y vidas rotas por el odio, el maltrato, la injusticia, la insolidaridad…

Manos que:

  • Acogen, acarician y ayudan a caminar por los senderos angostos y quebrados de nuestras vidas.
  • “Milagreras”, que acercan a la dignidad y a la humanización de los más pequeños y desechos de nuestra sociedad y de nuestro mundo.
  • Grandes, trabajadas, que descubren, sin descanso, la bondad de un Dios Padre Bueno que está allí para levantar y recostar sobre su pecho al hermano y hermana que le buscan…

“Una mente de rabino”

Surtida y rebosante, no de conocimientos y de información… sino de sabiduría, de la Sabiduría de las Escrituras, aquellas que nos hablan con y desde el corazón, desde Dios…

Una palabra:

  • Que encierra toda la verdad, la verdad del hombre, y la verdad de Dios.
  • Que cuenta las historias del hombre y la mujer que buscan a su Dios.
  • Que narra la autenticidad de un mundo en paz, amor y bondad, la belleza de una nueva forma de ser hombres y mujeres en nuestra sociedad… y que sólo es posible desde la historia de Jesús.
  • Que sabe a profecía, a comunión, a parábola, a… “tú vales mucho para Dios”, “tú eres único/a”, “eres lo más importante” … y “te quiere” …por lo que eres y cómo eres”.

Exige una inmersión total en la vida de Cristo y una concentración absoluta en el significado actual de la vida evangélica

Él es y ha de ser nuestro paradigma, el camino a seguir… Él nos mostró esa forma de estar en el mundo, de ser hombres y mujeres desde Dios. Ser seguidor de Jesús significa andar el camino que hizo Jesús y que nos mostró con su vida… “hasta la cruz”, para ser con Él, y que se nos manifiesta como un camino de opciones desde su Buena Noticia.

Una vida según el Evangelio de Jesús nos invita a: ser pequeños, últimos… como niños…; recorrer un camino andado y de encuentro en Emaús, en Galilea, hacia Jerusalén…; vivir una vida de milagros y parábolas… con los preferidos de Jesús: los pobres, los desheredados, los leprosos, los marginados… los excluidos por el poder; una vida que reclame igualdad de bienes, de oportunidades y que proclame que todos somos hijos/as de un mismo Padre, hermanos y hermanas de todos. Una vida que se sienta fortalecida por el amor recibido gratuitamente y que anuncie el servicio como el medio de acercarse a la realidad del Reino de Dios y al Dios del Reino.

Y… “Todo ello presupone una presencia ardiente…”

No somos presencias ocultas, escondidas, que miran a sus propios “ombligos”. Cerradas en sí mismas y para sí; ocupadas en sus ritmos, normas, reglamentos y proyectos “desencarnados”.

Nuestras vidas han de ser significativas, “presencias ardientes”, que irradien luz y calor… que den sentido al vivir cotidiano de los hermanos y hermanas que caminan a nuestro lado y que se ven aparcados en las orillas de los caminos de la vida; presencias que contagien la alegría del Evangelio… “La misión de nuestra posada (nuestra comunidad, nuestra misión como religiosos y religiosas) no es sólo guardar la memoria de nuestra herencia y afianzar nuestros vínculos sino, por encima de todo, facilitar que resuene en nosotros la causa de los hombres como causa de Dios y conseguir que nos sintamos un cuerpo cohesionado y bien trabado al servicio de un mundo herido[2].

Nuestro mundo, nuestra gente, necesitan a gritos de “presencias ardientes” que les acompañen y les vayan marcando el camino y les den respuestas a sus interrogantes vitales. Presencias que caminen a la par, codo a codo, y que, desde la cercanía, la complicidad y la fraternidad compasiva, les descubran “las posibilidades de vida que se esconden allí donde parece que la muerte ha puesto la última firma[3].

Así, nos dice la Hermana Sujita:

Para nosotros, mujeres y hombres consagrados, el reto de este milenio es ser percibidos y experimentados como mujeres y hombres que son guías espirituales y profetas de un nuevo orden mundial. Necesitamos una espiritualidad nacida de una relación contemplativa con Dios, una espiritualidad que nos lleve al compromiso profético con el pueblo de Dios y con el mundo herido de Dios. Contemplación y vida profética nos llevan a donde Cristo está atormentado: a los suburbios, a las ciudades y a las chozas de poblados ruinosos; a las mujeres y niños hambrientos y violados; a las víctimas del SIDA; a los círculos influyentes de políticos y reformadores sociales; a los líderes religiosos de todas las clases… a cualquiera en necesidad[4].

Hemos de ser “corazón”, “espíritu”, “mirada”, “manos”, “palabra.

Corazón apasionado por un mundo que necesita de un nuevo significado de la fraternidad (¡Hermanos/as!), que irradien el amor y la ternura de un Dios Padre que sigue tocando el corazón solitario y frío de hombres y mujeres, niños y jóvenes, agredidos por la violencia y el sinsentido del consumismo, la individualidad y el comercio de lo fácil, lo “vendible”; un corazón samaritano que apueste por lo cercano, lo compasivo y fecundo de unas relaciones que transformen y se comprometan por un mundo sin fronteras, más humano y solidario.

Un espíritu soñador que ofrezca caminos de vida, de comunión, que se abra a la novedad del Dios del encuentro siempre por descubrir; un espíritu creador y creativo, sin miedo a los aires frescos y desafiantes del Espíritu.

Una mirada de complicidad con aquellos que están en las orillas de nuestra sociedad y que no cuentan; mirada que destella felicidad, dispuesta a amar sin pedir nada a cambio, que se sitúa en el lugar del otro, abierta a la reconciliación y la misericordia… desde la mirada de Dios.

Con unas manos que acogen, acarician y ayudan en el caminar de los hermanos y hermanas que van junto a nosotros; manos milagreras que luchan por la dignidad de aquellos/as que “gritan” por sus derechos en los márgenes de nuestra sociedad porque Jesús pasa; manos grandes, trabajadas, que van derrochando la bondad de un Dios Padre Bueno que está a su lado para levantar y recostar sobre su pecho al hermano y hermana que le buscan…

Sí, Hermanos/as, es cuestión de vida, para dar vida y de por vida…

¡Ser presencias ardientes, compasivas, samaritanas, sanadoras!

Ésta es su Palabra… y ha de ser la palabra que nos acompañe y nos sostenga

1.- Joan Chittister, “El fuego en estas cenizas. Espiritualidad de la vida religiosa hoy”, Ed. Sal Terrae (2001), pp. 125-126. Este pensamiento será nuestro segundo punto de reflexión; fijémonos en esas palabras claves que he resaltado en negrita y que podríamos conjugar y declinar desde los parámetros de nuestra vida personal y comunitaria: Corazón, espíritu, mirada, manos, palabra.

2.- o.c. Dolores Aleixandre, “Buscadores de pozos y caminos” …, p.135. Más adelante, se nos interroga sobre nuestra identidad, quizás anclada en el pasado, y con necesidad de apertura a la novedad que el Espíritu está creando hoy, y que nos pide frescura vocacional y exige respuestas nuevas: “¿Cómo evitar que la aventura que un día emprendimos, nacida de un enamoramiento apasionado por el Señor y su Reino, derive hacia una tibia moderación y se convierta en un aburrido cumplimiento de normativas y costumbres?… Estamos experimentando la frustración de no haber atinado del todo con la búsqueda de la vida plena y desbordante en la que quisimos empeñar nuestra vida: nos sentimos cansados de palabras sin significación y hambrientos de ver, tocar y sentir; hemos alcanzado un punto de saturación en cuanto a declaraciones, documentos y teorías sobre lo específico de nuestra identidad, cuando lo que importa no es lo que proclamamos, sino lo que vivimos. ¿No estaremos gastando nuestras energías en conservar y retener una figura de Vida Religiosa y unas formas históricas que nacieron criticables y provisionales? ¿No estaremos ya en el momento de dejar de repetir lo que ya veníamos haciendo, sino abrirnos a lo que está delante de nosotros, a la novedad que el Espíritu está creando”, o.c. ID…, p. 138

3.- o.c. ID…, p. 140. La última parte de su conferencia resulta un manifiesto provocador y proyectivo de una Vida Religiosa por descubrir y vivir: “Abríos a una espiritualidad de la intemperie y a soportar la perplejidad sin poneros a la defensiva; arriesgaos a desaprender muchas viejas prácticas y a reaprender la práctica silenciosa del amor concreto… Poned más interés en descubrir necesidades que en conservar herramientas y en inventar respuestas más que en repetir fórmulas; traeos a casa las cuestiones fundamentales que habitan a la gente: la muerte, la vida, el amor, la verdad, la paz, el futuro de la tierra. No os empeñéis en seguir ofreciendo respuestas estándar que han sobrepasado ya su fecha de caducidad ni os dejéis paralizar por el desánimo… La vida que habéis abrazado… es una pasión, una aventura, un riesgo, un itinerario a recorrer con los ojos y los oídos abiertos y en el que la única brújula que guía a la meta es la misericordia y la ternura”, o.c. ID…, p. 139.

4.- o.c. Hna. Mary Sujita, “Reflexiones sobre la Vida Consagrada” …

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