El caballo estaba DENTRO.
Cuentan que un pequeño vecino de un gran taller, entró un día en el estudio del escultor y vio en él un gigantesco bloque de piedra. Y que, dos meses después, al regresar encontró en su lugar una preciosa estatua ecuestre. Y, volviéndose al escultor le preguntó: ¿y cómo sabías tú que dentro de aquel bloque había un caballo?
La frase del pequeño era bastante más que una “gracia” infantil. Porque la verdad es que el caballo estaba, en realidad, ya dentro de aquel bloque. Y que la capacidad artística del escultor consistió precisamente en eso: en saber ver el caballo que había dentro, e irle quitando al bloque de piedra todo cuanto le sobraba. El escultor no trabajó añadiendo trozos de caballo al bloque de piedra, sino liberando la piedra de todo lo que le impedía mostrar el caballo ideal que tenía en su interior. El artista supo “ver” donde nadie veía. Supo sacar de dentro. Ese fue su arte.
¿Cómo descubro a ese Dios que tiene que llenar mi vida, está en mí, y me hace feliz?
No nos imaginemos huecos en lo interior, dice santa Teresa de Jesús. “Consideremos nuestra alma como un castillo, todo de diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas…y en el centro y mitad de todas estas, tiene la más principal que adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma”
Entendemos la interioridad como hondura y profundidad de la vida del hombre que la llena Dios.
Y para percibir esa presencia de Dios es necesario estar “purificado” de mis razones cerradas en las que yo me asiento. Purificar mis afecciones. Y entonces Dios está ahí en lo “secreto”. Y cuando despierto a esta conciencia el alma es un castillo. El castillo es la vida. La morada es la experiencia en ese Señor que está conmigo. Al entrar Dios, o dejarle entrar en mí, no hay barreras “rompe mi vida” y me inunda de su Luz y Amor. Y toda ya se ve desde Dios y así me enamora.
Si me ABRO a Dios entra en mí como LUZ Y AMOR. A todos nos mira y nos da su vida y gracia. Descubramos en la vida diaria ese PROYECO DE DIOS.
En este camino hacia el interior, nuestras vidas se transforman en divinas porque el Espíritu Santo nos dispone a ello. Dios no se revela por sentencias dogmáticas sino en un proceso histórico en el que el hombre descubre a Dios como: Amigo, Amistad, Amor y Comunión. Él me está dando su amor. Pero tengo que abrirme y dejarme LABRAR POR DIOS. Así va, poco a poco, entrando en mi vida. Dios es el primer agente y el más importante en el camino de la unión con Él. La novedad de asimilar e interiorizar la vida de Dios en mí es fascinante.
¿Qué necesita la persona espiritual? La persona espiritual necesita de la oración como del agua para beber. Estar con el AMIGO, hablar con Él y aprender de Él. “Estar muchas veces a solas, tratando de amistad con quien sabemos nos ama”, nos dirá Teresa de Jesús.
La interioridad en el ser humano sería semejante a las raíces de una planta. “Arraigados (raíces…) y edificados (cimientos…) en Cristo, firmes en la fe”, lema de la JMJ, ¿lo recordamos?, todo un reto a vivir para cada uno en nuestro día a día.
Los místicos son los genios de la inteligencia espiritual. Son los maestros del arte de navegar por el mundo interior y aprovechar la fuerza que brota de dentro para construir un mundo más justo. Me pregunto si sabemos esto, ¿por qué no los leemos más y dejamos que nos guíen en nuestra vida?
En esta línea el Papa Benedicto XVI les decía a los jóvenes que “no se puede seguir a Jesús en solitario” que “cultivemos la oración y amemos a la Iglesia” Ésta no es una institución humana, solamente, sino la Cabeza de un Cuerpo-Cristo que no se puede separar.
¿Cómo podemos DAR lo que hemos recibido gratis?
El hombre que ha descubierto a Dios en su corazón y está abierto a su Gracia estarà entregado totalmente a los demás. Será como Jesús: hombre para los demás. Ser de Dios para los hombres. El cristiano del siglo XXI tiene que “pasar haciendo el bien” al estilo de Jesús.
¿Dónde hallar la verdaderamente viva?
En la Iglesia, Madre y Maestra, ella nos muestra y conduce a lo largo de nuestra vida. Pero tú y yo somos Iglesia. Ser de Cristo nos transforma en Cuerpo, Comunidad, profunda solidaridad en el Espíritu y, por eso mismo también humana.
Nuestra conciencia eclesial, universal, de ser Cuerpo es un pasar del yo al nosotros, un sentir al prójimo como carne de mi carne. Llamada a la comunión fraterna y misionera…, a la comunión solidaria con los últimos. Con el gozo de acoger la inagotable fuerza creadora de Dios. Existencia entregada para la vida del mundo.
Jesús, Camino, Verdad y Vida. Poned los ojos en Él y en este octubre misionero ser, como Teresa del Niño Jesús: “en el corazón de mi Madre la Iglesia yo seré el Amor”. ¿Te atreves a serlo?