Autor: Cebrián, O.
Editorial San Pablo, 2020. 191 páginas.
Adentrarse en el desierto, comporta tener deseos de entrar y dejar que la experiencia vivida te cambie. Así se lo ha planteado la autora del libro, frente a la experiencia de desierto que ella misma vivió durante mes y medio en el desierto carmelitano de Las Batuecas. Hablar de desierto comporta muchas acepciones. Enseguida nos vamos a algo geográfico, físico, aunque no siempre es así. Con todo, haber vivido una experiencia real en parajes desérticos comporta que, más tarde, la vida permita entender el desierto como lugar vivido y como lugar al que se accede desde el hondón interior de la vida. Hablar de desierto comporta muchas acepciones. Enseguida nos vamos a algo geográfico, físico, aunque no siempre es así. Con todo, haber vivido una experiencia real en parajes desérticos comporta que, más tarde, la vida permita entender el desierto como lugar vivido y como lugar al que se accede desde el hondón interior de la vida.
El libro es una invitación a ir al desierto, a buscarlo, a meterse dentro de él porque desde dentro del mismo se experimenta ese derroche de experiencia interior que transforma a la persona. Por eso, hacer la experiencia de desierto es ofrecerse a sí mismo la posibilidad e salir renovado, queriendo que el desierto haga su labor en la persona.
¿Y qué es el desierto?, se preguntará más de un lector cuando la autora del libro nos invita a entrar en él, aunque vivamos lejos del desierto físico. Ella misma hace estas precisiones: “…El desierto puede adoptar muchas formas. Puede ser una enfermedad, un fracaso es colar, un despido, una depresión, un ataque de ansiedad… En todos ocurre lo mismo: hay sufrimiento, vacío y una posibilidad…” (pág. 11). Por eso, un desierto es algo más que un espacio de tiempo o un lugar físico. Es el marco donde habita el silencio, porque sin silencio no hay desierto.
Por eso, es una llamada a entrar en el interior de uno mismo, porque allí es posible encontrar vacío y amor. Y, hasta incluso, dice la autora, “… el desierto nos hace regalos increíbles y es posible que encuentres grandes amigos…”
El libro está dividido en tres grandes capítulos. El primero, desde el apartado 1 al 21, son pequeños trozos de explicación del desierto, de lo que supone vivir y aprender de esa experiencia de desierto.
Viene luego cómo diversas personas, amigos de la autora, han vivido o viven la experiencia de desierto y qué significa para ellas. Son 17 testimonios, de longitud variable que abarcan casi 100 páginas del libro y donde se ve la riqueza y variedad de lo que el desierto aporta, tanto a creyentes (cristianos o no), como a otras personas que, muchas de ellas sí han vivido una experiencia física de desierto en lugares diferentes (África, América, España, etc.). Son pequeños retazos de experiencia, de significado, de hondura personal que invitan en todas ellas a que el lector desee hacer esa experiencia que ellos han tenido de manera diferente.
Hay una tercera parte, muy corta, de apenas diez páginas, donde se recoge la palabra de una persona experimentada y que constituye hoy en día un referente en el camino del desierto (Pablo d’Ors), que aporta su visión particular de para qué sirve, cómo se vie y qué deseo debe llevar una persona a la hora de adentrarse en el desierto personal. Por eso, el desierto aparece en Pablo como una dimensión del espíritu.
El libro se acompaña de abundante bibliografía para seguir leyendo y formándose en el desierto que cada uno tiene que hacer. Un deseo de renunciar a sí mismo (suena muy evangélico) a lo que uno se cree ser (para no llevarse a engaño) de cara a poder encontrarse consigo mismo en lo más hondo de la vida, donde el silencio no estorba y donde se encuentra la calve desde donde se sale renovado.
Es un libro que se lee fácilmente, que quizá no conviene leerlo muy deprisa, sino saboreando los pequeños capítulos del mismo y parándose para confrontarse consigo mismo y descubrir como confiesa la autora que “… en el desierto he aprendido que he de empeñarme en amar esa perla preciosa que es la vida… Que no podemos seguir profanando la realidad; solo hemos de mirarla, respetarla y reconocernos en ella…” (pág. 71). Y, añadimos, mucho más ahora, en este tiempo de pandemia sufrida que nos pide mirar con otros ojos la realidad, para salir de esa visión con un corazón más esperanzado, más unificado menos roto y más comprometido.