Pasamos lista:
Los ricos.
Los que no perdonan.
Los prepotentes.
Los que manejan la vida de los demás.
Los explotadores.
Los que mueven el negocio de las armas.
Los que viven de la ingenuidad del resto de mortales.
Los que no son «pobres de espíritu».
Los que se creen en posesión de la verdad.
Los que condenan a los que no piensan como ellos.
Los que trafican con la religión.
Los que quieren mandar.
Los que quieren ser servidos.
Los que quieren ser los primeros.
Y todos los que vivimos cómodos, en nuestro nivel de vida opulento, y derrochando recursos naturales.
¡No nos interesa compartir!
¿Para qué… si salgo perdiendo?

Mt 22, 1-10

Jesús se puso a hablarles otra vez por medio de parábolas.
Les dijo: “El reino de los cielos puede compararse a un rey que hizo un banquete para la boda de su hijo. Envió a sus criados a llamar a los invitados, pero estos no quisieron acudir. Volvió a enviar más criados, encargándoles: ‘Decid a los invitados que ya tengo preparado el banquete. He hecho matar mis novillos y reses cebadas, y todo está preparado: que vengan a la boda.’ Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue a sus tierras, otro a sus negocios y otros echaron mano a los criados del rey y los maltrataron hasta matarlos. Entonces el rey, lleno de ira, ordenó a sus soldados que mataran a aquellos asesinos y quemaran su pueblo. Luego dijo a sus criados: ‘Todo está preparado para la boda, pero aquellos invitados no merecían venir. Id, pues, por las calles principales, e invitad a la boda a cuantos encontréis.’ Los criados salieron a las calles y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y así la sala del banquete se llenó de convidados.»

No puede hacerse realidad el Reino de Jesús si las personas no cambiamos nuestra mentalidad consumista i egoísta. A veces conseguimos el Reino a pequeña escala: la familia, los amigos, la comunidad… pero aún no hemos evolucionado como para conseguirlo a nivel global. No hay evolución global si cada persona no evolucionamos espiritualmente, morimos a la manera antigua de ser y volvemos a nacer. De esto nos habla la auténtica experiencia religiosa.