Todas las religiones nos advierte de mantener el ego a raya. Por eso en nuestras sociedades individualistas las religiones están minusvaloradas.
Hoy la persona, como individuo, es el centro. Para lo bueno y para lo malo.
Para lo bueno: porque cada persona tiene que decidir en su libertad, porque uno mismo es que el tiene que construir su destino, porque nos hemos vuelto muy sensibles a que nadie nos imponga trabajos, maneras de pensar y credos.
Para lo malo: porque hemos inflado el ego y pensamos que porque uno decide ya es correcta la decisión. Podemos ser libres, pero ser libres no nos libra de meter la pata.
Nuestra sociedad tiene que escuchar el mensaje de las religiones para que la libertad tenga un sentido. Las religiones tienen que respetar la libertad de cada persona y abrirse a los cambios y la creatividad. Pero el problema está en conjugar a la vez ambos movimientos.
Jesús de Nazaret encarna la libertad más radical con la búsqueda de sentido profundo. Si somos seguidores de su Buena Noticia no nos queda más remedio que mantener a raya el propio ego: no huir de los problemas y sufrimientos de la vida, y aceptar las propias limitaciones. A la vez, su seguimiento no debe mermar nuestra libertad de conciencia, la propia creatividad y capacidad de pensar. Seguimiento no es imitación o repetición, como si nada hubiera cambiado desde la época en que vivió Cristo. De él, y con él, también aprendemos a ser críticos con los preceptos que las religiones crean.
El drama de nuestro tiempo es la dificultad que tenemos de hacer esta síntesis entre fe y razón, creencias y libertad, entre religión e individuo.
Mt 16, 21-27
A partir de entonces, Jesús comenzó a explicar a sus discípulos quetenía que ir a Jerusalén, y que los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley le harían sufrir mucho. Les dijo que lo iban a matar, pero que al tercer día resucitaría. Entonces Pedro le llevó aparte y comenzó a reprenderle, diciendo:
–¡Dios no lo quiera, Señor! ¡Eso no te puede pasar!
Pero Jesús se volvió y dijo a Pedro:
–¡Apártate de mí, Satanás, pues me pones en peligro de caer! ¡Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres!
Luego Jesús dijo a sus discípulos:
–El que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía, la recobrará. ¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? ¿O cuánto podrá pagar el hombre por su vida? El Hijo del hombre va a venir con la gloria de su Padre y con sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno conforme a sus hechos.
Controla tu ego, aunque no esté de moda. Vigila no caer en la pereza. Sé diligente en tus trabajos. No vivas centrado en tus carencias y necesidades. Acepta la parte de sinsabores que nos depara la vida. De esta manera estarás dispuesto a reconocer la transcendencia, la presencia de lo espiritual en tu vida. No renuncies a pensar, a innovar, y a ser tú mismo, pero recuerda que ni tu mente, ni tu originalidad tienen la última palabra… tú no eres Dios, sino que estás habitado por Dios. No es lo mismo.