Entregar las llaves de la ciudad.
No sólo aceptar y acoger, sino dejar formar parte.
Reconocer actitud constructiva.
Dejar la puerta abierta.
Pasar a ser de la familia, de la comunidad.
Unir destinos.
Tener el mismo espíritu.
Dar permiso para atar y desatar.
Ésta es la Buena Noticia: Aceptar a Jesús como el Hijo de Dios, como el rostro del Padre, nos abre las puertas y nos capacita para atar y desatar.
Pedro, el impetuoso, un poco bocazas, el que duda en el lago, el que lo niega tres veces, el que huye en la crucifixión… éste es a la vez piedra donde edificar casa, comunidad, Iglesia. Todos nos reconocemos en Pedro. El Reino de Dios se encarna, se hace visible, en el seguidor imperfecto que busca orientar su vida según el mensaje de Cristo. Tener las llaves del Reino no exige la perfección, sino la honestidad de una vocación viva. Cada pequeña acción, si es hecha desde el amor, abre puertas; por insignificante que sea, ata y desata en el Reino.
Mt 16, 13-20
Cuando Jesús llegó a la región de Cesarea de Filipo preguntó a sus discípulos:
– ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Ellos contestaron:
–Unos dicen que Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que Jeremías o algún profeta.
–Y vosotros, ¿quién decís que soy? –les preguntó.
Simón Pedro le respondió:
–Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente.
Entonces Jesús le dijo:
–Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque ningún hombre te ha revelado esto, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedram voy a edificar mi iglesia;n y el poder de la muerteñ no la vencerá. Te daré las llaves del reino de los cielos: lo que ates en este mundo, también quedará atado en el cielo; y lo que desates en este mundo, también quedará desatado en el cielo.
Luego Jesús ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
A cada seguidor de Cristo se nos han dado copias de las llaves del Reino, no para tener dominio sobre los demás, sino para ponernos al servicio del prójimo, de todo lo humano, especialmente si está necesitado.
No es este un texto para probar jerarquías, sino para desbloquear puertas.
No justifica sistemas monárquicos y autoritarios, sino que democratiza el Reino porque implica a cada uno.
Tienes las llaves. Ya se te han dado los talentos. No se te exige pureza, ni perfección… ¡muévete! ¡juega tus cartas!